N. DEL EDITOR: "SUPLICA POR LOS VICTIMARIOS" Fue el titulo escogido por el autor de esta ponencia presentada ante el WACOM III o tercer congreso mundial de la Misericordia, regentado por un patronato de cardenales a nivel mundial y presidido por S E: el Papa Francisco.
TESTIMONIO DE ANTONIO JOSE GARCIA FERNANDEZ, ABOGADO
DIRECTOR DE LA FUNDACIÓN PRO RESILIENCIA
WACOM III TERCER CONGRESO MUNDIAL DE LA MISERICORDIA BOGOTA
PRESENTADO EL 16 DE AGOSTO DE 2014
Buenos días, mi nombre es Antonio José García Fernández, director de la fundación Pro Resiliencia, una muy pequeña organización no gubernamental que sueña con crear espacios resilientes y de
Reconciliación dentro de nuestra
sociedad. Presento mi más respetuoso saludo a
los integrantes de la mesa directiva del tercer Congreso mundial de la
misericordia, así como a todos los
asistentes.
Es un honor para mí estar ante ustedes y poder expresar este pequeño pero muy sentido testimonio que
espero sirva a los objetivos que se ha trazado el Congreso, y desde luego sirva
de alguna manera a los grandes esfuerzos que se realizan para lograr la
Reconciliación en Colombia.
como tocaré temas que pueden ser sensibles
a algunas personas, les pido el favor de entender mis palabras dentro del animo
de búsqueda de la
reconciliación y perdón con el que las quiero expresar ante
ustedes.
Quiero comenzar pidiéndoles a toda esta audiencia
maravillosa que hoy nos acompaña y que canaliza toda su
energía a la realización de la misericordia de Dios Nuestro
Señor que hagamos todos un ejercicio de memoria, de
algunos años atrás y tratar de visualizar internamente
cada persona donde se encontraba el día 11 de septiembre del año 2001. Ese día cambió el mundo, a todo nos dejó marcados. Yo por ejemplo puedo
recordar con mucha exactitud porque además me impactó demasiado, que concurría a una audiencia laboral como
abogado, y antes de ingresar pude ver en medio de un tumulto agolpado alrededor
de un televisor en vivo y en directo, como se estrellaba el segundo avión contra la torre y desde luego el pánico que sentí, al concluir simultáneamente con casi todo el mundo, que
presenciamos un ataque sin precedentes y cuyas consecuencias no podíamos ni siquiera imaginar.
Ahora les quiero pedir otro pequeño ejercicio de memoria, y recordemos
donde pudiéramos estar el día 2 de mayo del año 2002. Era un jueves, seguramente un
jueves común y corriente en el
devenir laboral y familiar de cada uno de nosotros. Yo con dificultad puede
imaginar que me encontraba cómodamente sentado en mi
oficina dentro de una empresa en la que laboraba por esa época. Seguramente disfrutaba un
tinto, probablemente y atendía los problemas cotidianos de un
departamento legal y de recursos humanos de una
empresa en medellin.
Ese jueves tan normal
para la mayoría de nosotros, porque
asumo que muy difícilmente alguna persona
del respetable público pudo vislumbrar
siquiera exactamente donde se encontraba, era un jueves distinto a todos,
aterrador, imborrable, seguramente el jueves más angustioso y terrible de la vida de
los habitantes de un pueblito del chocó llamado Buenavista o Bojayá.
Se preguntarán porque traigo a colación este terrible día. Porque ese día, dos ejércitos de niños, porque casi todos ingresaron siendo menores de edad
a las autodefensas o a la guerrilla se enfrentaban a muerte por razones que la
gran mayoría de ellos o no sabían o no las podían tener claras. Eran niños armados matando niños, matándose entre ellos y en la mitad, en
medio del fuego cruzado, estaban los civiles, niños, niñas, jóvenes adolescentes, mujeres, hombres,
adultos mayores que convivían en medio de la
pobreza más aterradora y del mayor
abandono estatal que pudiera tener un ciudadano colombiano, quienes además de esta gran tragedia del máximo abandono estatal, sufrían la gran tragedia de la guerra en
la que no tenía ni la menor idea, ni
ellas ni los combatientes de porque se peleaba realmente.
La mayoría de los colombianos
poco nos dimos cuenta de que esta tragedia ocurrió, que una bomba arrojada por una de
las partes cayó en medio de la Iglesia
donde se refugiaban la mayor parte de los habitantes del pueblo, dejando un
tendal de muertos, casi un centenar, la gran mayoría de ellos niños y niñas, y una incontable cantidad de
heridos que o murieron posteriormente, o aún cargan la huella imborrable en las
cicatrices que les produjo la explosión.
El país supo sólo cuatro días después de esta gran masacre de civiles, y
sólo después de ese tiempo se ordenó la atención necesaria para socorrer a todas las
víctimas que dejó este siniestro hecho. Sólo nos da una idea del grado de
abandono estatal que pudiera entonces tener esta población perdida entre los cientos de
meandros del río Atrato, único medio de comunicación del que disponen en la región.
Buena parte de todos
esos niños que hicieron la
guerra sin saber por qué ni para qué, ni para quien fueron reclutados,
sistemáticamente reclutados por
personas que pertenecían a las autodefensas
campesinas de Córdoba y Urabá, lideradas por Carlos castaño y también debo reconocerlo, por mi hermano menor.
Yo ya sabía que mi hermano hacía parte de las autodefensas, pero no
sabía qué rango tenía ni hasta dónde llegaba su gestión de guerra; que límites traspasaba, o mejor dicho que
traspasaba todos los límites.
Entretanto me hacía el de la vista corta con mi
hermano, no tomaba partido en las conversaciones, pudiendo hacerlo, no
contradecía, no cumplía con el papel del hermano mayor, y más bien prefería no saber, ignorar, evadir la durísima realidad que tenía mi lado.
Luego fue asesinado por personas que seguramente ingresaron
siendo menores a la autodefensa, y que seguramente fueron reclutadas por
personas a las cuales el entrenó para la guerra.
Hoy no puedo hacer nada más que esta reflexión dolorosa, que no he compartido con
mi otro hermano y hermana, aunque sé que en el fondo ellos me entienden y me acompañan, se que ellos sienten igual dolor,impotencia y se recriminan igualmente el no haber hecho nada en el momento en
que pudimos hacerlo, el no haber dicho nada en el momento en que pudimos
decirlo. Ellos también son miembros de la
fundación Pro Resiliencia, a
través de la cual nos hemos
empeñado en hacer algo, en
decir algo, muy tarde para nuestro hermano, pero esperamos que no para todas
aquellas personas a las que hemos acompañado a lo largo de casi una década de trabajo silencioso, al lado
de víctimas y de victimarios,
a través del trabajo individual
de cada uno, posteriormente a través de la fundación de apoyo para la
democracia en Colombia, después acompañando la cooperativa Construpaz que
pretende integrar en proyectos productivos desmovilizados de cualquier orden,
así como poblaciones
vulnerables y que aún subsiste con muchas
dificultades en Urabá.
Hoy me surgen algunos interrogantes que quiero compartir con
ustedes:
¿cual es el papel que
debemos cumplir los que no hicimos nada pudiendo hacerlo?
¿debo pedir perdón a las víctimas por no haber hecho nada
pudiendo hacerlo? ¿que responsabilidad
moral me corresponde?
¿me hace esto victimario
también?
¿somos todos responsables
en mayor o menor medida de este terrible daño?
Siempre he tenido la percepción de que en el conflicto colombiano
nadie está libre de pecado; aunque
hay algunos que se atreven a tirar piedras….
A Bojayá lo dejamos abandonado
nuevamente los colombianos con su dolor que aún continúa, poco nos acordamos ya de ellos.
Falla la misericordia con nuestros hermanos. La gigantesca distancia y
dificultades de transporte se mantienen y ello hace que sigan siendo víctimas de la guerra y re-victimizadas
por el Estado colombiano en su ya proverbialmente conocida indolencia.
El estar realizando este trabajo con las fundación Fundapoyo, así como con la cooperativa ConstruPaz,
me llevó a involucrarme
directamente como abogado en el acompañamiento jurídico de los postulados del bloque
Elmer Cárdenas ya extinto
gracias a Dios, y me ha permitido ser un testigo de primer orden del laboratorio de Justicia útil para las víctimas y desde luego para quienes
fueron los victimarios, todos ellos parte de este proceso que como ya dije no
tiene ningún precedente en el
mundo.
He podido observar el proceso de la construcción de la verdad de lo que yo llamo la
fase de autodefensa y la fase paramilitar del conflicto armado colombiano. La
expectativa frente a la verdad es muy alta y puedo dar fe frente a las personas
que he acompañado este proceso, que
han hecho su mejor esfuerzo, arriesgando incluso sus vidas y las de su familia por contar la verdad que a ellos
concierne.
Han contado la verdad que les corresponde, la que conocen,
porque los determinadores y los maquiladores de la gran estrategia
violenta han sabido mantenerse fuera del
radar; actuaron inteligentemente, continúan con sus cuellos blancos impecables
y le dejaron el trabajo sucio y toda la responsabilidad los hoy desmovilizados.
Posteriormente recogieron su botín de guerra y ya hoy vemos las
grandes dificultades que enfrenta el Estado colombiano para lograr su restitución.
Durante el trasegar de estos casi ocho años de proceso de Justicia y Paz,
tenemos que comenzar a hacer los balances, lo que nos corresponde a todos los involucrados
directamente, a los postulados, a las víctimas, a la sociedad y al Estado
colombiano y desde luego a quienes hemos sido los facilitadores jurídicos.
Con todas sus vicisitudes, el proceso de Justicia y Paz era
la culminación de un proceso político de Paz que debería terminar, como deben terminar todos
los procesos de Paz, en unos juicios y penas impuestas bajo el régimen que se de Justicia
Transicional, siguiendo los parámetros universales de
verdad Justicia y reparación, ineludibles por
mandato de la humanidad.
Pero ha sido un aprendizaje realmente útil, en cuanto a que se ha fijado a
partir de nuestro proceso de justicia transicional un estándar real para definir la situación jurídica de quienes fueron actores armados,
en el conflicto colombiano.
Pudiéramos decir que la más importante lección que todos los involucrados hemos
recibido en este proceso, es la de la necesidad imperiosa de la Reconciliación nacional.
Si no hay Reconciliación jamás habrá Paz. La conclusión final de este proceso será la aplicación de la Justicia en cuanto a que
partiendo de la verdad y de la reparación, y desde luego por la aplicación de las penas impuestas de acuerdo
con la ley, finalizando de esta manera el paso de los postulados por los
tribunales. Pero éste será sólo el inicio de una nueva etapa, en
la que se deberá materializar todo lo
que se ha venido trabajando durante todos estos años a través del proceso de Paz, y por la
aplicación de la Justicia
Transicional.
La Reconciliación es el primer paso de La Paz. Es sanar las heridas, sin herir. Es aprender a convivir con
el otro, sin dañarlo, sin agredir, sin
violentar, sin discriminar.
Hoy tenemos todos los colombianos el convencimiento de que
hay que desterrar cualquier forma de violencia, no sólo la violencia armada del conflicto,
si no cualquier otra forma de agresión de afecte nuestras vidas, de
nuestras familias, de nuestros hogares, de nuestra sociedad.
La propuesta hoy es dar a quienes fueron victimarios la
oportunidad de reconstruir la
confianza de las comunidades. La sociedad debe ofrecerles la oportunidad de
participar en la construcción de un nuevo tejido social
dentro de las comunidades en nuestro país.
No quieren ser más desmovilizados. Ese estigma doloroso quieren borrarlo con el bien,
actuando bien, pensando bien, aportando constructivamente a los procesos
sociales en nuestro entorno, la gran mayoría aspiran a ser nuevamente ciudadanos
colombianos en pleno ejercicio de sus derechos, pero más aún, en pleno y permanente cumplimiento
de sus deberes y obligaciones legales, morales y éticas.
Quieren estar al lado de todos nuestros hermanas y hermanos
colombianos y poder mirarlos sin pena, porque con su esfuerzo obtendrán la posibilidad a su lado nuevamente
construyendo el mejor futuro que definitivamente se merece Colombia.
Todo esto será posible cuando la
sociedad los acoja nuevamente, en un proceso que si bien no será fácil, permitirá lentamente y restañando las heridas de ese doloroso
pasado e ir asumiendo el futuro con entusiasmo.
Todos debemos tener en cuenta que toda esta experiencia se
repetirá próximamente, con los grupos
guerrilleros, ojalá más temprano que tarde y ojalá se aproveche para corregir los
errores y poder acelerar el proceso de Reconciliación.
Es nuestra invitación a la Resiliencia. Todos, quienes en
el pasado fuimos victimarios o víctimas, debemos hacia el futuro asumir una actitud resiliente. Sin
declinar en ningún momento los derechos
que se puedan tener, sin olvido, sin perdón si se quiere, pero mirando el
futuro con una actitud positiva que permita construir la Reconciliación y la Paz. Esto necesariamente
implica un esfuerzo constante, permanente, y perpetuo. Para siempre.
La Reconciliación en un conflicto que ha sido trans - generacional, no puede ser instantánea, será también trans - generacional. Tomará varias generaciones restañar las heridas pero a todos los que
hoy estamos de una u otra manera viviendo la situación actual y la posibilidad de
Reconciliación nacional y el logro de
la Paz, nos corresponde dar el primer paso, iniciar ese arduo proceso de
acercamiento, de dejar de ser parte de un conflicto y pasar a ser actores de la
Reconciliación.
Nos corresponde a todos
los que hoy estamos sobre este hermoso territorio patrio, dar el primer paso
para que las futuras generaciones no tengan que vivir todas las situaciones por
las que han trasegado varias generaciones de colombianos, incluyendo la nuestra
que ojalá sea la última generación de la guerra y la primera generación de La Paz.
Pero quiero también dar testimonio del aprendizaje que
ha significado para buena parte de las personas que fueron postuladas por el
gobierno al proceso de Justicia y Paz. No ha sido fácil, entender el verdadero sentido de
un proceso de Justicia Transicional; no es muy razonable frente a las
expectativas que existen en el de verdad, Justicia y reparación y desde luego las garantías de no repetición. Quiero compartir con ustedes mi
apreciación, respecto a la forma
como se ha llegado a concluir la necesidad de Reconciliación con las víctimas y con la humanidad.
Inicialmente cuando comenzó el proceso, se comenzó en la mayoría de los casos con una actitud difícil frente a las víctimas, casi desprecio
en algunos casos y de rechazo en otros.
Posteriormente comenzó una fase desconcierto. Todos
comenzaron a entender cuál era la real dimensión de la ley, y de los avances
jurisprudenciales dispuestos tanto por la corte constitucional como por la
Corte Suprema de Justicia.
Difícil, doloroso pero se
comenzó a dimensionar a la víctima como tal, se comenzó a entender la real dimensión del daño, y comenzaron a entender también la triste realidad de la utilización como marionetas de guerra en un
conflicto entre hermanos, injustificable y con unos titiriteros poderosos y
ocultos.
Esto facilitó entrar en una fase de dolor y
arrepentimiento. Entender el daño es parte fundamental
de la reparación simbólica y de la VERDAD. Si no se conoce
el dolor, si no se entiende lo que se hizo vivir a la víctima así sean una mínima parte, se dificulta la reparación, no es real. Entender la dimensión del daño es también la parte fundamental para
plantearse el arrepentimiento, y desde luego con este llegan la decisión de no repetición.
Posterior a este momento
se encuentra entonces la necesidad de pedir perdón de corazón. Hasta ahora he visto varias
peticiones de perdón de comandantes, que sé que van acompañadas con el
entendimiento del daño que se generó, del dolor que se causó, de la forma como se afectó para siempre la vida o el proyecto
de vida de las víctimas.
Creo que las víctimas han sentido en muchos casos esto, que hay un entendimiento y
reconocimiento del daño, que hay arrepentimiento de haberlo causado, que hay expresa voluntad de no volver a
incurrir en esas conductas y desde luego, una sincera petición de perdón. Y sé también que el perdón se ha otorgado de corazón y con sinceridad en muchos casos y
que la unión de todos los casos nos llevará a la Reconciliación y esta a la vez nos llevará la Paz que tanto anhelamos.
Pero esto ocurrirá finalmente después de que logremos con
toda esa experiencia acumulada integrar a los grupos guerrilleros a la sociedad
y además desactivar todas las formas
de violencia que la afectan, de los cuales la violencia generada en el
conflicto armado no deja de ser una parte significativa, pero sólo una parte.
Nos queda mucho trabajo por hacer, una vez se inicie el
llamado “pos-conflicto”. Al cesar el conflicto rural, se
iniciará seguramente la tan
anhelada reestructuración del campo colombiano,
pero tanto en las mentalidades campesinas como en las mentalidades urbanas hay
que desactivar las otras formas de violencia. La cultura de la Reconciliación generará en el largo plazo la cultura de la
Paz.
La gran suma de todos las pequeñas soluciones imperfectas que se nos irán ocurriendo a todos los colombianos,
por la voluntad de Reconciliación que nos mueve darán al traste con el conflicto armado y
apaciguarán las mentalidades
violentas.
Esto será por la misericordia
divina el gran milagro que todos los colombianos estamos esperando; y los
milagros son los más grandes dones de
Dios... por que son perfectos.
Muchas gracias.
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