martes, 3 de diciembre de 2019

LA PAZ DE CHUCHO BEJARANO. TRATANDO DE ENTENDER (106)


La paz de Chucho Bejarano

Han pasado veinte años y el asesinato de Jesús Antonio Bejarano sigue en la impunidad, ni la justicia ordinaria ni los procesos especiales de justicia y paz que acompañaron la desmovilización de las autodefensas han logrado establecer ni los responsables ni las causas de este magnicidio. La última esperanza de verdad y reparación está en la JEP.

Chucho Bejarano era el profesor más mediático de la Facultad de Economía de la Nacional, como había sido alto comisionado de paz le tenía bien medido el pulso a las Farc tras los fracasos de las negociaciones en Caracas y Tlaxcala, era una fuente de consulta permanente de los medios de comunicación que querían indagar sobre el nivel de seriedad del proceso de negociación de Pastrana en el Caguán. En las amenazas que el propio Chucho le comunicó al entonces fiscal general Alfonso Gomez Méndez, este le atribuía su origen a su postura crítica frente al despeje (por la falta de compromiso de las Farc). 

Se sabe que Gómez Méndez no atendió el pedido de auxilio y protección de Chucho, asunto probado judicialmente y por el cual la Fiscalía General fue condenada. En el testimonio del exfiscal, exministro, exprocurador y ahora columnista, hay también una deuda histórica. Como bien escribió Jorge Iván González, otro gran maestro de economía de la Nacional, la verdad de este magnicidio también debe incluir las razones de la desidia de las autoridades para investigar a los asesinos. 

Chucho Bejarano comenzaba las clases en los salones, las continuaba en los pasillos de la facultad y las terminaba en una cafetería ruinosa que se llamaba piedra y libro. Chucho hablaba duro y se reía durísimo, escribía sin ínfulas y por eso sus textos sobre desarrollo económico y ruralidad eran de acceso universal. 

Los últimos pasos de Chucho fueron para llegar a dictar el seminario de economía institucional en el segundo piso del edificio 238, esa noche del miércoles 15 de septiembre de 1999, lo esperaron dos sicarios jóvenes que se confundieron con sus alumnos para acercársele por la espalda. El Tiempo informó al otro día que los asesinos llevaban capuchas negras, otro periódico escribió que tenían capuchas blancas y mis compañeros de carrera que caminaban detrás del profe Chucho, contaron que quien disparo llevaba capucha amarilla y que con pistola al aire los asesinos salieron gritando arengas en nombre de las Farc.

Han pasado veinte años y tengo un recuerdo muy vivo de la cronología de esa noche, las caras de angustia de los que a esa hora quedaban en la facultad, la frialdad de otros que pasaban, miraban y seguían, los cantos de protesta, las lágrimas, la marcha improvisada a la carrera 30. De la velación en el Leòn de Greiff recuerdo la guardia de los estudiantes a su féretro y las palabras de Consuelo Páez su viuda, quien habló de Chucho como un colombiano feliz, que soñó y trabajó por alcanzar la paz; sin derramar una sola lágrima no pidió ni justicia ni castigo para sus asesinos, sino que nadie en nombre de Chucho debía salir a protestar con violencia por su asesinato. 

Mientras llega la justicia de los jueces, la memoria del maestro Chucho Bejarano se mantiene viva gracias a un premio que lleva su nombre y que financia su familia con los recursos que recibe de su pensión, también se hizo una reedición de su obra completa en siete tomos y varios eventos académicos organizados por colegas y estudiantes. 

Chucho Bejarano negoció y firmó la paz con tres guerrillas, ese fue su legado, esa fue su paz.

por Daniel M Rico      revista semana.com

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