lunes, 15 de mayo de 2017

SIGO SIENDO MARXISTA (ENTREVISTA A LEONOR ESGUERRA) TRATANDO DE ENTENDER (71)

"Sigo siendo marxista"

Leonor Esguerra, quien pasó de monja directora del Marymount a guerrillera y narró su experiencia en un libro recién lanzado, habla de su sorprendente vida.
María Jimena Duzán: Su libro impacta por la franqueza con que cuenta su vida: se vuelve monja, a pesar de que las detestaba, hace su transición al marxismo siendo profesora del colegio Marymount, un colegio para señoritas de estrato alto de Bogotá; termina en el ELN y se enamora perdidamente de Fabio Vázquez, quien posteriormente la manda a fusilar, orden que milagrosamente no se cumple. ¿Por qué ahora, y no antes, se decidió a contar su azarosa vida?

Leonor Esguerra Rojas: Tú tienes que ubicarte en cómo fui criada y educada. Las monjas no podemos ser orgullosas ni estar apareciendo en los medios. Y en la guerrilla, igual: yo era una 'compañera' más y no me podía dar ínfulas de ser especial, ni la más deslumbrante. ¿Qué por qué terminé contándola? Pues porque en las reuniones yo contaba mi historia y la gente que la oía decía que tenía que escribirla. Jamás me senté a hacerlo, porque yo creo que tampoco soy escritora. Y si no es por mi amiga Inés Claux, monja peruana, que vivió aquí un tiempo en Colombia, este libro no sale. Ella me sentó y me sacó todo lo que está escrito en el libro. 

M.J.D.: En el libro usted le dedica varias páginas a explicar su versión sobre el escándalo que protagonizó en el año 68, cuando 'El Tiempo', en un artículo escrito por Arturo Abella, tituló en su primera página: 'Infiltración marxista en el Marymount'. 

L.E.R.: Eso fue un proceso tenaz. Mire, nosotras, las monjas del Marymount, abrimos un colegio en el barrio Galán para las niñas de bajos recursos, cosa que en esa época era una decisión audaz. Yo integro a ese colegio a un grupo de profesores marxistas, asombrada por la metodología que tenían para enseñar. Eso produce una dinámica insospechada en el colegio, no solo dentro de las profesoras sino dentro de las alumnas, y los padres de familia se empiezan a inquietar. Pero le digo una cosa, yo todavía no he encontrado un mejor método de análisis histórico que el de Marx, así es que en ese sentido soy marxista. 

M.J.D.: Sin embargo, ese experimento que usted arma salta en mil pedazos: la alta sociedad bogotana la condena: cierran el colegio, a usted le quitan la visa americana y la retiran como directora. Eso sucedió además en el momento en que todos los reflectores estaban sobre Colombia en razón de que el papa Pablo VI acababa de estar en Colombia. Corría el año 1968. 

L.E.R.: Yo traté de explicar mi posición en una entrevista que me hizo por la televisión Gloria Valencia de Castaño, quien tenía a su hija Pilar en el colegio, y que fue una de los pocos en entenderme. 

M.J.D.: Desde ese escándalo, usted condenó a los medios a la hoguera: no cree en ellos porque solo dicen mentiras. Esas son sus palabras.

L.E.R.: ¡Sí, porque nos pusieron en boca de nosotras palabras que nunca dijimos! Ahí me empecé a dar cuenta de que los medios también estaban al servicio de unos intereses particulares y específicos. Y no lo digo solo por la forma como El Tiempo registró lo sucedido en el Marymount, sino porque lo mismo hicieron The New York Times y el Corriere della Sera. El escándalo llegó a tales dimensiones que resultó opacando el discurso de Pablo VI en Bogotá. ¿Cuál era entonces la imagen que se estaba dando de la Iglesia en Colombia con estas monjas locas?

M.J.D.: ¿Esa experiencia es la que la impulsa a cambiar las cosas por la vía de la lucha armada? 

L.E.R.: ¡Pero claro! Para entonces ya conocía a Domingo Laín, a Manuel Pérez (el cura Pérez) y a René García, los sacerdotes que integraban el grupo de Golconda. Todos ellos abrazaban ya la lucha armada desde el cristianismo. También fue decisiva una reunión que tuve en Francia, después del escándalo, en la que conocí a los curas que habían luchado al lado de los palestinos en la Guerra de los Seis Días. Allí entendí la necesidad de buscar la lucha armada desde el punto de vista cristiano. Porque te voy a decir, yo nunca dije ni he dicho que soy atea. Tampoco he sido miembro de ningún partido comunista. 

M.J.D.: ¿Qué opina ahora de la guerrilla hoy? Una guerrilla que secuestra, que asesina a campesinos y que está metida en el negocio de la coca…¿La sigue viendo con ese mismo romanticismo con que usted describe en su libro al ELN de Fabio Vázquez y de Domingo Laín? 

L.E.R.: Mira, la guerra degrada todo. Han sido tantos años de espanto que todos se han degradado. No hay buenos ni malos. Es una guerra inicua, inhumana. Por lo menos en mi tiempo, en el ELN era prohibido secuestrar.

M.J.D.: Pero esa guerrilla que usted tanto defiende la mandó fusilar por haber cometido unos "errores". Y quien da la orden no es cualquier persona, sino Fabio Vázquez, con quien usted tenía una relación pasional. ¿No salió defraudada de esa experiencia? 

L.E.R.: Pero es que en ese momento yo estaba convencida de que si uno cometía un error había que pagarlo con la vida. Ese era el lema del ELN. Y yo estaba dispuesta a pagarlo. Yo no me fui para ningún lado. Yo me quedé. 

M.J.D.: ¿Y por qué no la fusilaron?

L.E.R.: Creo que no me fusilaron porque ya en la guerrilla estaban de fusilamientos hasta la coronilla. Sin embargo, yo duré varios meses en capilla. 

M.J.D.: ¿Y tanta tensión no la destrozó? ¿No la hizo odiar a la guerrilla?

L.E.R.: Mira, con todo lo que me ha pasado yo me he acostumbrado a vivir día a día. En ese entonces, yo estaba con otra compañera que estaba conmigo en capilla. Nos tenían acuarteladas en Medellín, en un cerro, en una casa helada, y los compañeros nos llevaban comida a la espera de que nos dieran la orden de subir a ver a los comandantes. Sin embargo, un día nos dijeron: "Se pueden ir". "¿Y a dónde nos vamos?", les dije yo. Después supe que a Fabio le habían quitado el mando del ELN. Es decir, ¡me salvé por los escapularios, muchacha! 

M.J.D.: Usted define a Fabio Vázquez como un machista feroz, mujeriego. No lo deja muy bien parado. 

L.E.R.: Sí, él era espantosamente machista. En la guerrilla, el tema de la igualdad con las mujeres se despachaba de esta manera: nos decían que no nos afanáramos, porque cuando triunfara el socialismo todo el mundo iba a ser igual y nosotras no íbamos a tener que pelear más. Mira: ¡mangos! 

M.J.D.: ¿Fue difícil enamorarse de un hombre así?

L.E.R.: Yo me enamoré de Fabio a sabiendas de que no iba a ser la compañera de la vida de él, porque, entre otras cosas, él era un mujeriego a morir. De eso me di cuenta después, claro está. Le confieso que eso al principio me molestó y sobre todo cuando después él adopta como compañera a una de las mujeres que estaban en la guerrilla con él: ¡huy, eso me dio muy duro! Entonces mi gran trauma era cómo yo, toda una revolucionaria, podía odiar a esta otra niña porque Fabio la había preferido. Me tocó trabajar mis sentimientos hasta que me volví íntima de la niña. 

M.J.D.: El voto de castidad fue para usted un tema de intenso conflicto. ¿Cuántas veces se enamoró siendo monja? 

L.E.R.: Pues la primera vez que me enamoré fue de un joven arquitecto. La enamorada era yo, desde luego. Eso me hizo pensar mucho: yo, sintiendo todas esas cosas por dentro y, del otro lado, el voto de castidad, esposa de Cristo. Me sentí infiel…fue horrible. Hasta que por fin llegué a la conclusión de que no importaba lo que sintiera porque mi opción seguía siendo Cristo y se me quitó mi angustia existencial, aunque también la verdad es que pasó el enamoramiento. Después me enamoré de un misionero belga, pero él no de mí. Digamos que fui de malas en el amor. Y como nunca jugué…¡no sé si soy de buenas en el juego! 

M.J.D.: Después de todas estas peripecias se fuga de Colombia, en donde es buscada por el DAS, y llega a Nicaragua a participar de la naciente revolución sandinista. Ahí sufre otro golpe: consigue empleo, pero de carcelera. 

L.E.R.: Yo, en medio de mi romanticismo, nunca pensé que las revoluciones tuvieran cárceles…Eso no estaba en mi imaginación. Y fíjese: ¡yo, que venía huyendo de la cárcel y acabar de carcelera! Sin embargo ese año que estuve en la cárcel aprendí mucho de la condición humana. 

M.J.D.: Y qué opina de que esa revolución sandinista haya terminado absorbida por un gobierno tan poco revolucionario como el de Daniel Ortega? 

L.E.R.: Me da tristeza. Eso me parece horrible. 

M.J.D.: ¿Sigue manteniendo su distancia con el Vaticano?

L.E.R.: Sí, claro. A mí lo que el Papa diga me tiene sin cuidado. Ya esa Iglesia no me interesa para nada. Me es absolutamente indiferente, y eso es peor que el odio. 

M.J.D.: Oyéndola, entiendo mejor la razón por la que decidió sacar el libro ahora y no antes. Hace unos años, un libro así habría sido considerado una apología a la guerrilla… 

L.E.R.: Sí, desde luego, aunque aún hoy sigue existiendo gente que cree que yo soy culpable por el cierre del colegio Marymount, y que soy una monja espantosa…Terrorista no creo que me digan, aunque de pronto también me lo dicen. ¿Pero sabes qué? Lo que digan de mí ya como que me resbala. 

M.J.D.: ¿Para una monja marxista como usted, qué significó la caída del Muro de Berlín?

L.E.R.: El día que cayó dejé el ELN. Yo me dije: ¿qué estoy haciendo aquí, esperando a que me fusilen? Volví a Colombia después de seis meses de haber estado en México. Y cuando regresé me tocó volver a ser una ciudadana común y silvestre. Conseguí un puesto en el Bienestar Social de Medellín, porque la directora era Gloria Quiceno, a quien yo conocía. Es decir, mi primer puesto lo tuve a la edad de 52 años y por influencias, como suele ocurrir en este país. Las vueltas que da la vida. 

M.J.D.: ¿Ha votado alguna vez?

L.E.R.: Sí, voté por Antanas. Era verde, imagínate lo terrible.

M.J.D.: Y del gobierno de Juan Manuel Santos, ¿qué opina?

L.E.R.: Pues que cualquier cosa es mejor que don Uribe. Santos me parece un gran burgués. Lo digo sin odio, porque la burguesía también tiene sus cualidades y sus formas para hacer las cosas menos reprochables que las que hizo don Uribe. 

M.J.D.: ¿Cómo es eso que nadie quiso publicar su libro? 

L.E.R.: Tengo entendido que a ninguna editorial le interesó. Y por eso el libro lo sacaron adelante unos amigos en Medellín. Yo les agradezco a ellos porque a mí sí me interesa que, para bien o para mal, se conozca esta historia. 

M.J.D.: ¿No se arrepiente de nada de lo que vivió? ¿De las decisiones que tomó?

L.E.R.: No. No me arrepiento de nada. Incluso lo que hoy veo como errores, en ese momento no eran tales: yo estaba tan convencida de lo que estaba haciendo que no cargo ninguna culpa. Mira, la Bogotá de los sesenta era una sociedad pacata, así de grande, donde se conocían los unos a los otros. En eso hemos cambiado y afortunadamente ya en Bogotá no quedan bogotanos. Yo siempre digo: soy bogotana, pero no tengo la culpa.

LEONOR ESGUERRA, LA MONJA COMUNISTA. TRATANDO DE ENTENDER (70)


Leonor Esguerra, la monja comunista
Por María Jimena Duzán     
tomado de semana.com, mayo 13 2017

La directora del colegio MaryMount en Bogotá fue expulsada en 1969 por sus ideas revolucionarias, se enamoró del fundador del ELN y estuvo a punto de ser fusilada. Esta es su impresionante historia.

Conocí a Leonor Esguerra hace seis años, cuando decidió publicar su historia de vida en un revelador libro llamado La búsqueda. Ya me lo había devorado cuando llegué hasta su apartamento una tarde lluviosa de noviembre de 2011. Mi propósito era entrevistarla para la revista SEMANA.

Los 7 años transcurridos desde entonces no le han quitado su fuerza arrolladora. A sus 86, con la indignación a flor de piel y la misma convicción de rebelarse contra la injusticia y la desigualdad, sigue en la lucha. Hoy vive en Medellín, bajo el amparo de su comunidad religiosa y rodeada de amigos que la miman. Me confiesa que no ha vuelto a Bogotá porque ya está muy vieja.

Parece una venerable abuela, pero Leonor es todo menos una mujer convencional. Su historia daría para hacer una película. Criada y educada para ser una ‘señorita’, desde el principio se dio cuenta de que en su vida no iba a haber presentación en sociedad ni casamiento ni hijos. Sus padres la metieron interna al selecto colegio de monjas norteamericanas Marymount, donde estudiaba la crema y nata de la sociedad colombiana. No sabían que con el tiempo esa comunidad, influida por los vientos del Concilio Vaticano II, iba a abrirle a su hija un mundo que la Bogotá pacata y pueblerina de entonces no ofrecía –la noción de que existía un cristianismo comprometido con la justicia social, que se conectaba con lo que estaba pasando en el mundo–.

Corría 1948 y ya Leonor había presenciado el Bogotazo, en ese inolvidable 9 de abril. Como interna, desde el colegio vio al pueblo levantarse enardecido por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Esa indignación fue la señal que esperaba para decidirse a algo que venía cavilando: convertirse en novicia. Leonor quería ser como las monjas del Marymount, conectadas con las tristezas y las desigualdades del mundo.

Junto a su amiga, Margot Gómez, empacó maletas y se fue a hacer el noviciado a Tarrytown, Estados Unidos, en el colegio Marymount fundado en 1936 por las religiosas del Sagrado Corazón de María.

A los 2 años, en 1950, Leonor volvió a Bogotá como profesora en el mismo colegio donde se había educado y allí permaneció por casi 20 años, hasta el día en que las religiosas decidieron cerrarlo estrepitosamente, tras un escándalo que la involucraba a ella. En ese periodo estuvo en Barranquilla, en labores de docencia; luego partió a Medellín para dirigir el colegio Marymount de esa ciudad.

Allá su pensamiento y acción fueron rechazados, llevando a los escandalizados padres de familia a retirarla del cargo por los supuestos pecados que había cometido, entre los que contaban el tener una entrañable amiga que se había separado para casarse con el hermano de su mejor amiga y, como si esto fuera poco... ¡había dejado que una niña protestante coronara a la Virgen en la ceremonia de mayo!

Con el propósito de que bajara la temperatura del alboroto, la madre superiora la envió de vuelta a Tarrytown, cuando estallaba la lucha por los derechos civiles y se acrecentaban las protestas contra la guerra en Vietnam, que ya llenaban las calles de Estados Unidos.

“En esos años, hasta el setenta, casi se salva la humanidad”, me dice. Y agrega “Mayo del 68 en París, la Tlatelolco en México, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos... fueron años maravillosos. Si el mundo hubiera tomado esa vía, hoy no estaríamos en manos de alguien como Trump”.

En 1965 volvió a Bogotá como profesora y dos años después como directora del Marymount. Posteriormente fue nombrada superiora regional de los colegios de esta comunidad en Colombia. Convencida de lo que hacía, se dedicó a educar a sus alumnas para que tuvieran conciencia social, como lo mandaba el Concilio Vaticano II, sin saber que el mojigato establecimiento bogotano ya la estaba poniendo bajo la lupa.

Esta monja emprendió un bachillerato para niñas de bajos recursos en el barrio Galán y, apoyada por la metodología de varios profesores de la Universidad Nacional, encabezados por Germán Zabala, un matemático y marxista que acababa de regresar de París, inició una serie de clases ad honorem de las que se beneficiaron sus estudiantes.. A los padres no le gustó que a la directora del colegio la apoyaran sectores marxistas. Y para colmo de males, Leonor también le había dado un vuelco a las clases de religión, lo que tampoco había caído bien. En lugar del catecismo, decidió que iba a enseñar cómo ser cristiano.

En una de esas clases de religión, la profesora trajo la revista Playboy para que las jóvenes la analizaran. Eso indignó a los padres. Pero la gota que rebosó la copa llegó cuando estos se dieron cuenta de que el tradicional concurso musical, que se hacía todos los años, era una protesta contra la sociedad y la Iglesia.

A las pocas semanas salió en El Tiempo un artículo de Arturo Abella, un recalcitrante periodista conservador, titulado ‘Infiltración marxista en el Marymount’. Decía que las monjas del colegio eran unas marxistas que querían lavarles el cerebro a las señoritas de Bogotá. “El artículo fue infame porque ninguna de nosotras era marxista, quien acepta que llegó al marxismo mucho después”. La publicación tuvo una resonancia inesperada, ya que el papa Pablo VI estaba en Bogotá. The New York Times y Corriere della Sera registraron el escándalo. La magnitud fue tal que el hecho opacó el discurso del papa.

Desde entonces, Leonor Esguerra no tiene visa para entrar a Estados Unidos y las monjas estadounidenses, ante la perspectiva de que ya ninguna religiosa quería enseñar en los Marymount de Colombia y convencidas de que la incidencia de los padres de familia no era la adecuada para el colegio, decidieron cerrarlo.

Después de ese episodio, Leonor se sintió injustamente condenada por los medios y la sociedad. La única periodista que le permitió dar su versión fue Gloria Valencia de Castaño, quien la entrevistó pues su hija Pilar estudiaba en el colegio. Esa amarga experiencia la fue convenciendo de que la vía para que ella pudiese incidir en que las cosas cambiaran era la lucha armada.

Para entonces, esta religiosa ya frecuentaba las reuniones del grupo de curas rebeldes Golconda, donde Domingo Laín, Manuel ‘el Cura’ Pérez, René García, influenciados por el ejemplo de Camilo Torres, muerto en combate en las filas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) el 15 de febrero de 1966, eran pioneros –hacia adentro y hacia afuera de la Iglesia católica– de lo que después se llamó la teología de la liberación.

Estos sacerdotes fueron objeto de una intensa persecución de los organismos de seguridad del Estado, lo que motivó que muchos de ellos se radicalizaran y entraran a engrosar las filas guerrilleras, principalmente las del ELN. A pesar de eso, el trabajo intelectual no cesó y la teología de la liberación se hizo pública como corriente de pensamiento en los años setenta.

Lo que les sucedía a sus amigos en Colombia no fue lo único que influyó en su decisión de irse a la guerrilla. Por su parte, ella se había reunido en Francia con los curas que lucharon al lado de los palestinos en la guerra de los Seis Días y esa experiencia la había impactado. Sintió que abrazar la lucha armada desde el cristianismo era lo que tenía que hacer.


Es así como esta mujer de baja estatura, pero de contextura firme, entra al ELN a finales de los sesenta. Allá descubrió que la rígida disciplina de la guerrilla se asemeja a la de las comunidades religiosas. Su nombre de guerra era Maira. Y aunque esta monja fue un ‘cuadro’ juicioso, nunca encajó totalmente en la guerrilla.

Cuando llevaba tres años en el ELN, un armamento y varios milicianos cayeron en poder del Ejército, en operaciones de las que ella era responsable. Le notificaron que tenía que pagar con su vida ese error. Ella, dispuesta a morir por la causa, no se fue para ningún lado. La enviaron acuartelada a Medellín, con otra guerrillera, a una casa situada en un cerro, a la espera de que dieran la orden para su ejecución.

Mientras estaba en capilla supo que su gran amor, el comandante en jefe Fabio Vásquez Castaño, uno de los fundadores de esta guerrilla, finalmente había tomado la decisión. Se resignó a su suerte y se sentó a esperar la parca, como suele decirse. Sin embargo, al cabo de unos días, uno de sus compañeros le abrió la puerta y la dejó ir. Leonor no lo podía creer.

Luego conoció la razón de su increíble suerte: tras la Operación Anorí, una de las más fuertes desarrolladas por el Ejército contra esta guerrilla, que prácticamente acabó con la estructura militar del ELN en 1973, Vásquez había sido relevado del mando y todas las ejecuciones ordenadas por él fueron desactivadas.

Allá, en el monte y en la clandestinidad, Leonor se enamoró de Vázquez Castaño, a sabiendas de que no iba a ser la compañera de su vida, pues se notaba a leguas que era un mujeriego. En su libro, Leonor confiesa que aunque al principio fue muy duro ver cómo este la abandonaba por otra guerrillera, acaso más joven, sentía que los sentimientos que la invadían eran indignos de una revolucionaria. ¿Cómo era posible que ella estuviera odiando a otra mujer porque Fabio la había preferido?

Entonces Leonor se propuso trabajar en sus sentimientos, hasta que se volvió amiga de su rival. Gestos como estos empezaron a hacerla diferente. También se caracterizó por animar ideas que hasta ese momento no tenían cabida en el mundo revolucionario, y por abanderar el tema de género en una guerrilla machista y patriarcal. Sin pelos en la lengua, Leonor tiene el mérito de haber sido la primera en atreverse a quitar el velo que cubre las relaciones de pareja en la guerrilla y de exponer en su libro, sin ambages, lo poco revolucionarios que eran los guerrilleros a la hora de enfrentarse con el poder y el sexo.


En la guerrilla Leonor se dio cuenta de que el tema de la igualdad con las mujeres se despachaba de esta manera: se les decía que cuando triunfara el socialismo todos iban a ser iguales y que las mujeres no tendrían que pelear más. Con ademán de que no traga entero, me dice: “¡Mira: mangos!”. Leonor viaja a Nicaragua en momentos en que la revolución sandinista había llegado al poder y cuando el ELN queda prácticamente desmantelado, tras la Operación Anorí. Desde Centroamérica envió libros para una guerrilla que se recuperaba del golpe y que se reactiva en los ochenta. Sus compañeros recibían esos libros en la selva y sabían que se los enviaba Maira, la icónica monja guerrillera.

Luego, cuando se conforma la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, se crea un equipo de trabajo internacional en el que ella quedó como representante del ELN en México, donde permaneció hasta 1994, cuando decidió comunicarles a los jefes de esta estructura que, luego de siete años, había llegado a la conclusión de que a pesar de proclamar que luchaba por el pueblo colombiano los resultados del trabajo le demostraban que esto no era tan así, y quizás hasta ella misma se estaba engañando.

Por ende, decidió regresar a Colombia, como una mujer común, vivir de su trabajo y continuar su quehacer. Así como conoció el feminismo, cuando ya había abandonado las filas del ELN, en el trabajo directo con la comunidad. En 1996 se radicó en Medellín y, tras un año de laborar en la burocracia, decide entrar a una organización no gubernamental que abordaba el tema de la mujer.

Aquí encuentra el trabajo en el feminismo y logra meterse de lleno en él sin tener que dar explicaciones: “En la guerrilla, me notifican, ese tema era considerado un asunto de la burguesía”, dice. “Como no he vivido malas experiencias que me hayan hecho querer colgar a los hombres de los faroles, no soy de esas feministas que odian a los hombres”, me aclara.

Le pregunto por qué duró tantos años para decidir contar al mundo su tan azarosa vida y ella me responde con ese humor bogotano que la caracteriza: “¿Sabes qué le pasa a las mujeres que se atreven a confesar que son marxistas y que fueron guerrilleras?, que las llevan al cadalso”. Y es que a Leonor Esguerra le costó 25 años armar su libro y publicarlo. El primer obstáculo fue encontrar una escritora. Pese a que ella había sido de todo, no era escritora. Un día, de tanto oírle sus historias, su amiga del alma Inés Claux, una popular arquitecta peruana que Leonor había conocido tiempo atrás porque era compañera de René García en el grupo Golconda, le propuso escribirlo.

Comenzaron a trabajar cuando estaban en Nicaragua, de manera intermitente pues Inés tenía que ir a sitios alejados a construir casas para la revolución sandinista. Las sesiones eran intensas, Leonor grababa e Inés desgrababa y reescribía el texto. A lo largo de los años se encontraron en México y hasta en Cali. Cuando Leonor llegó a vivir a Medellín, el libro estaba casi terminado.

Vino entonces el segundo obstáculo: no había interés de ninguna editorial. En 2010 consiguió publicarlo en una edición privada de 1.000 ejemplares, gracias a la generosidad de sus amigos. Uno de los textos llegó a manos de Marianne Ponsford, en ese momento directora de Arcadia. Ella lo leyó y le gustó tanto que le dio la portada de la revista. A los dos días, Leonor tenía cinco propuestas editoriales.

Desde su casa en Medellín ha visto con esperanza el inicio de las negociaciones con el ELN. Sabe que no van a ser fáciles porque, a diferencia de las Farc, la guerrilla de la que hizo parte es una federación. Esguerra está convencida de que todos ellos miran con mucho interés el farragoso proceso de implementación de lo pactado con las Farc-EP.

Leonor nunca pidió que la exoneraran de sus votos, por lo que frente a la ley canónica sigue siendo una monja. Sin embargo, confiesa que ya dejó de serlo y que su religiosidad se le fue “cayendo como la piel de la culebra”. Se declara entonces una mujer espiritual, que cree en la vida y en la vida después de la muerte. Lo que sí sigue siendo es una intelectual marxista. Según ella, lo que está sucediendo en Estados Unidos con el arribo de Trump a la Presidencia no es producto de una crisis del sistema democrático, sino de un “cambio de modo de producción que ha sido ocasionado por la tecnología de punta”. Nada sirve ahora, me insiste: ni los partidos ni los presidentes.


Con esa risa de niña traviesa que la acompaña a sus 86 años, pronuncia su sentencia: “Tenemos que organizarnos en otra forma y tengo la convicción de que a este mundo tan atrofiado solo lo pueden salvar las mujeres”. No me despedí de Leonor Esguerra porque espero encontrármela en la otra vida, después de la muerte. Y casi me atrevería a vaticinar que hasta allá, en esa otra vida, ella va a ser una mujer muy avanzada para su tiempo.

Texto tomado del libro ‘Mujeres que reconcilian’ de Reconciliación Colombia.





jueves, 4 de mayo de 2017

LOS MILITARES TIENEN A SANTOS BAJO CHANTAJE: MYLES FRECHETTE tratando de entender (69)


Fuente: elespectador.com autor: Jorge Gómez Pinilla


Los militares tienen a Santos bajo chantaje: Myles Frechette


Exembajador de EE. UU. en Colombia en la época de Samper, dice que Acore es quien presiona para que a los militares no se les dé el mismo tratamiento que a la guerrilla en la JEP.

Fuente: elespectador.com autor: Jorge Gómez Pinilla


El embajador de Estados Unidos en Colombia durante el proceso 8.000, Myles Frechette —a quien Jaime Garzón llamaba “procónsul” y Horacio Serpa definió como “gringo maluco”— publicó en 2015 un libro-entrevista con el periodista Gerardo Reyes (Frechette se confiesa, Editorial Planeta), donde al ser preguntado sobre los posibles autores del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, habló de un grupo de militares retirados. Teniendo en cuenta que él era quizás la persona mejor informada sobre lo que ocurría en el país en ese entonces, y que en el libro confesó que “hay secretos de Estado que no los voy a contar”, viajé hasta Washington a entrevistarlo, en busca de que aportara nuevas luces que contribuyan a esclarecer ese crimen.

El resultado fue una conversación de cuatro horas sin pausa en la terraza interior del hotel Bethesda Hyatt, durante las cuales, a sus 81 años a punto de cumplir, no mostró la menor señal de cansancio y solo bebió un café americano acompañado de un vaso de agua. Allí hizo importantes revelaciones para una publicación que saldrá en próximos días, pero aquí he extractado sus puntos de vista sobre algunos temas de actualidad que tocó, como el “chantaje” que le estarían haciendo al presidente Juan Manuel Santos los militares agrupados en ACORE. A su vez, se refirió al expresidente Álvaro Uribe en duros términos; según Frechette, el desarme de los grupos paramilitares ocurrido durante su gobierno fue algo “completamente chimbo”.

En su libro, al referirse al golpe de Estado contra Ernesto Samper que se estaba fraguando y al que se le ve relacionado con el asesinato de Álvaro Gómez, usted dijo: “yo creo que ellos, los militares jubilados, le pidieron a él que encabezara ese gobierno”. Todo indica que se refiere a la Asociación de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares (ACORE), y queda entonces la impresión de que usted sabe más sobre el papel que pudo haber desempeñado esa asociación en torno a ese crimen…

Bueno, mire: ACORE es una organización poderosísima en Colombia. Ya ve usted el chantaje que le están haciendo al presidente Santos para que no les den el mismo tratamiento a los militares que a la guerrilla por crímenes de lesa humanidad. Llega un momento en que ellos dicen “¡Ni puel carajo!”. Santos los oye y toma asiento con ellos, pero no están totalmente contentos y siguen presionando. Y van a seguir así, porque si yo fuera uno de ellos pensaría igual en cuanto a que es posible que yo haya hecho cosas brutales, pero lo hice por el bien de la patria.

¿Quién cree que saldrá ganador en ese pulso entre los militares y Santos?

Santos es una persona que tomó un rumbo diferente a su antecesor. Él tiene una visión internacional de Colombia. Comenzó con un acuerdo mutuo de no agresión con Chávez, porque eso estaba medio candela, ¿no? Y decidió hacer el acuerdo de paz con las Farc, hizo muchos acuerdos de libre comercio, y comenzó a abrir espacios y horizontes participando más y más en organizaciones internacionales. Muchas de las cosas que ha hecho Santos son cosas que le han hecho mucho bien a Colombia. Ahora, en lo de ACORE, es obvio que, si Santos no hace algo para eximirlos, ellos seguirán presionando.

Llama la atención cuando usted dice que ha habido militares que hicieron cosas brutales, pero lo hicieron por el bien de la patria. En el caso del crimen de Álvaro Gómez, ¿ve alguna posibilidad de que lo hubieran hecho también por el bien de la patria?

No. Lo hicieron simplemente porque querían borrar su rastro, borrar la conexión entre ellos y Álvaro Gómez. Cuando él les dijo que no, ellos pensaron “caracho, de pronto el tipo suelta la letra o se le sale algo”.

¿O sea, lo inmolaron?

Lo inmolaron, sí. El autor material pudo ser cualquier persona. Pero los autores intelectuales están ahí todavía, ahora. No sé a dónde, pero están en Colombia. No han sido apresados, no han sido detenidos, nada.

Esto encaja con la teoría de Claus Roxin sobre los aparatos organizados de poder: en los crímenes de autoría mediata, la voluntad conductora de la acción corresponde al autor mediato y no al ejecutor material. En el caso del asesinato de Álvaro Gómez todo indica que fue obra de un aparato organizado de poder desde el estamento militar, pero del que solo fue encontrado culpable un autor material, Héctor Paul Flórez, quien por cierto acaba de salir libre por pena cumplida. ¿Es ese aparato organizado de poder el que sigue impune?

No le puedo contestar, pero me llama la atención que el grupo de ACORE sigue presionando públicamente al presidente Santos para que les dé una escapadita. Yo no soy el único que piensa eso, también Human Rights Watch (HRW) y toda la gente que se ocupa de Derechos Humanos, todos ellos creen que es así. La presión de ACORE ha hecho retroceder varias veces al presidente Santos, y eso indica que tienen mucha influencia. No sé si él contempla que ellos pudieran tomarse el poder, lo dudo. Pero podrían arruinarle todo el esquema. Santos sigue bajo presión, y creo que los de ACORE están tratando de salvar su pellejo.

¿Ese “salvar su pellejo” incluye medidas desestabilizadoras?

No, yo creo que no. Ellos siempre han dicho, y usted lo ha leído: “Nosotros somos sirvientes del Estado. Si hicimos alguna cosa en forma errada, fue al servicio de la patria”. Tiene una cierta lógica, pero la cosa es que el Derecho Internacional Humanitario (DIH) establece que hay todo tipo de militares que cometen crímenes de lesa humanidad. Yo recuerdo haber leído un artículo que hablaba de unos militares que llegaron a un lugar y encontraron a ciertos hombres con uniforme de guerrilla, y no se les veía ningún balazo. Pero al quitarles la chaqueta, habían sido acribillados.

¿Deberían estar los autores de esos delitos, conocidos como falsos positivos, cobijados por el tribunal de la Justicia Especial de Paz (JEP)?

¡Claro que no! Y HRW y otras organizaciones están de acuerdo en que no debe ser así, y leí un informe de hace menos de una semana donde la HRW se opone, pero no solo en Colombia sino al nivel de la Corte Penal Internacional (CPI). Todos los esfuerzos de ACORE hoy están empeñados en torcerle el brazo al presidente Santos. Cuando yo llegué a Colombia recuerdo haber leído un informe sobre la mendacidad de las Fuerzas Armadas. En un lugar, creo que era Antioquia, había una base militar y a medio kilómetro de ahí había una base de los paramilitares. Y los militares, con una cara de yo no fui, decían ante la evidencia: “No es verdad”. Eso indica que en Colombia el poder de los militares es enorme.

¿Pueden las organizaciones de Derechos Humanos presionar por su lado para que esos crímenes de lesa humanidad no queden impunes?

Yo conozco gente de HRW y son personas decentes, muy creíbles, y están empujando. Si no fuera por la presión de ellos, al presidente Santos le habría quedado más fácil resolver el tema con ACORE. Pero en este momento está en una situación bien difícil. ¿Por qué? Porque Trump no sopla hacia Colombia con buena gana, y nadie sabe lo que pueda pasar. Los colombianos se metieron al proceso de paz creyéndole a Sergio Jaramillo, en cuanto a que la implementación de los acuerdos tomaría diez años y que habría mucha plata. Y Cárdenas puso la reforma tributaria, y mucha gente quedó descontenta con eso. Ciertos elementos del acuerdo de paz están cuestionados por personas serias. Seguir adelante como si no pasara nada, no es suficiente. Hay dudas en Colombia, hay un tufo de corrupción poderosísimo, y eso le está haciendo mucho daño a Santos. En su discurso de posesión de 2014, sacó una declaración donde dijo: “Una de las cosas que no me gusta hacer es ir a Washington a limosnear”. Y cuando un laboratorio de Colombia le dijo que el glifosato sí hacía daño, inmediatamente paró la aspersión aérea. Y ahora se está dando cuenta de que esa decisión fue errada, demasiado apresurada. Y esto lo deja a él en una situación dificilísima.

¿Se refiere al aumento de los cultivos de coca en el país?

Santos es una persona a la que nunca le gustó la aspersión aérea sobre los cultivos de coca, no obstante que en Colombia se usa el glifosato en productos agrícolas que se consumen en la mesa. Después de más de cien pruebas hechas por científicos, nunca se llegó a concluir que estaba causando daño a la salud a personas que vivían cerca. Y súmele a esto que las Farc son muy inteligentes. Vieron que el Gobierno estaba diciendo que “en regiones donde hay coca vamos a poner plata para hacer cambio de cultivos”, y salieron ellos a amenazar con rifle a los tipos que estaban en las regiones de coca, a que plantaran más coca para traer más plata del Gobierno. Es decir: las Farc pueden ser brutales, pero no son pendejos.

Cambio de tercio: usted habla en su libro de personas que le decían “no le tenga mucha confianza a Uribe, es un tipo ligado con los narcos, que apoya a los paramilitares”. Hoy, después de tantos años, ¿cree usted que Uribe apoyaba a los paramilitares… y viceversa?

Cuando yo fui a Antioquia a visitarlo siendo gobernador, él tenía una gran reputación como buen gobernador y gran político. Yo tenía varias preguntas que hacerle, y una de ellas era por qué le había dado el control de expedir licencias para avionetas a César Villegas, un tipo que estaba dándoles esos permisos a naves ligadas al narcotráfico. Era algo que él sabía perfectamente. Y bueno, me dijo que se puso a buscar en Colombia a ver si había alguien que sabía de aviación civil, y no había… Y me dijo que Villegas se había graduado para hacer eso en una universidad de Toronto, y que por eso le ofreció el puesto. Y le dije sí, entiendo lo primero. Pero lo que no entiendo es por qué no lo sacó. Y no pudo darme una respuesta creíble. Habló mucho, ‘cantinfló’.

¿Sabía usted además lo de las Convivir de Uribe, que nacieron precisamente en Antioquia?

Claro. Yo le dije: “mire, eso de las Convivir no nos convence”. Él me dijo “es que no van a cargar armas. Serán personas de la región que estarán vigilando los bosques e informarán por radio que hay personas desconocidas en esos lugares”. No niego que me comí el cuento. Y con el pasar del tiempo me di cuenta de que era un señor extremamente hábil, pero muy creyente en lo de los paramilitares.

¿Usted cree que Uribe tuvo algo que ver con el auge del paramilitarismo en Colombia?

Por supuesto. Las Convivir fueron la raíz de lo que después se convirtió en un enorme problema. Cuando Uribe como presidente se dio cuenta de que ya los gringos estaban oliéndose todo, entonces decidió hacer el desarme de los paramilitares. Un desarme completamente chimbo, como usted sabe. Había unidades completas que nunca habían sido Convivir ni nada de esas cosas. Y Washington se quedó dormido.

¿Cómo así, usted cree que Washington fue alcahueta de Uribe en el tema de los paramilitares?

Sí.

¿Y eso por qué…?

Porque al acabarse esas acciones de Uribe y los paramilitares, se reduciría la violencia. Washington quería reducir la violencia en Colombia, y le comió el cuento. Es más, no le voy a decir ante quién, pero yo hablé con personas de muy alto nivel del Departamento de Estado a decirles “este señor Uribe les está vendiendo una historia falsa”. Yo nunca me olvido del pilón de armas que dejaron los paramilitares: muchas de ellas eran nuevas cuando Napoleón fue Emperador de Francia. Es decir, a otro perro con ese hueso. Pero Uribe tenía apoyo en el Congreso y EE UU quería reducir la violencia. Esas son razones de Estado con las cuales yo no concuerdo.

¿O sea que usted cree que quedaron estructuras paramilitares intactas después de esa supuesta negociación?

Es que se fueron a otros lugares. En lugar de seguir operando en los lugares donde habían estado, se fueron al sur y al este del país, a continuar sus fechorías. Ellos son los que ahora se dedican a la minería ilegal, a minería de piedras preciosas. Y mientras tanto el ELN muy feliz haciendo volar el oleoducto…

Teniendo en cuenta la inconformidad que usted siempre tuvo por igual hacia Ernesto Samper y Álvaro Uribe, ¿si le pusieran en una balanza a escoger entre ambos, con quién se quedaría?

Eso es un falso dilema. Samper solo tuvo un período de gobierno, mientras que Uribe consiguió que se cambiara la Constitución para que le permitieran un segundo período, y no contento ¡pidió un tercer período…! Pero el Congreso no le aguantó el sablazo.

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