viernes, 28 de febrero de 2014

"UNA NOCHE EN CAZUCÀ" TRATANDO DE ENTENDER EL ¿POR QUE? DE ESTA GUERRA. (30)


Pasamos la noche en Cazucá y descubrimos cómo opera la limpieza social’

Altos de Cazucá es uno de los sectores más peligrosos y abandonados de Soacha, es límite fronterizo de este municipio con Bogotá.

ELESPECTADOR.COM  Febrero 28 de 2014
Por: Juan Camilo Maldonado. @donmaldo 
Vice Colombia


Tienes que pensarlo muy bien antes de comenzar a escribir.Te han amenazado tantas veces que el gesto violento ya te parece protocolo. Te han dicho: “Si nos boletea, la lleva; si nos chimbea, lo buscamos gonorreíta; ojo pues pirobo que es muy fácil averiguar por dónde vive; si nos mete en problemas, se gana su machetazo, mi perro, lo matamos, así de sencillo papi, lo MA-TA-MOS, o mejor: lo despedazamos”.
En diciembre de 2013 decidí internarme en la Comuna 4 de Soacha, también conocida como Altos de Cazucá, uno de los sectores más peligrosos y abandonados de Soacha, y límite fronterizo de este municipio con Bogotá. Dos meses atrás, tres estudiantes de periodismo habían llegado angustiadas a mi oficina; tenían la esperanza de que algún medio de comunicación publicara una serie de testimonios que habían recogido para su tesis de grado en los cuales se revelaba el tenebroso regreso de una vieja práctica a estas colinas: la periódica ejecución de asesinatos selectivos, antecedidos por panfletos amenazantes y listas con nombres y direcciones de muchachos del sector, que eran pegados en postes de la luz o rotados de mano en mano. Muchos de quienes aparecían allí listados eran menores de 24 años y no habían cometido otro pecado que fumarse un porro ocasional en alguna esquina del barrio.
Coincidencialmente, la Defensoría del Pueblo, que es la única entidad estatal que hace presencia permanente en esta comuna de barrios polvorientos, trochas de barro, casas de lata y cartón, perros, gatos, niños y adolescentes embarazadas, estaba por publicar la cuarta entrega de una serie de alertas que advertían el regreso de grupos paramilitares desmovilizados durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Según los informes de la entidad, con nombres reciclados como Bloque Capital de las Autodefensas Unidas de Colombia, Los Rastrojos, Águilas Negras o Los Urabeños, las bandas se reactivaron en 2010 y desde entonces reclutan jóvenes, amenazan con limpiezas, desplazan a antiguos moradores, extorsionan, asesinan líderes comunitarios y culturales e imponen toques de queda, sin que la Policía, ni la Fiscalía ni la Alcaldía del municipio ni absolutamente nadie lo admita y, por consiguiente, haga el menor esfuerzo por prevenirlo.
Para las autoridades, lo denunciado por la Defensoría es un problema de “delincuencia común”. Aseguran que no hay señas de que adentro operen bandas criminales ni mucho menos que haya regresado la limpieza social. Sin embargo, la coincidencia entre los testimonios recogidos por las universitarias y aquellos incluidos en los informes de la Defensoría me pareció alarmante. Así que le solicité al Comando del Distrito Especial de la Policía de Soacha un informe detallado de las muertes violentas ocurridas en el municipio entre enero de 2010 y diciembre de 2013.
La revisión de las cifras entregadas por la Policía no dice mucho sobre el oscuro trasfondo de lo que está ocurriendo en estos barrios; sin embargo, sí revelan una realidad aterradora: a Cazucá regresó el plomo y los asesinatos llegan a picos históricos. Entre 2010 y 2013, los homicidios en la Comuna 4 aumentaron 171,8%. Mientras que para diciembre de 2010, cuatro meses antes de que se emitiera la alerta, habían sido asesinadas 32 personas en todo el año, para diciembre de 2013 la cifra anual ascendió a 87. Pareciera que cuantas más advertencias emite la Defensoría y cuanto más lo niegan las autoridades, más son los muertos que caen en Cazucá.
La mayoría son hombres (92%).
Casi la mitad está en edad escolar o universitaria (45% entre los 14 y los 25 años).
Dos de cada tres son baleados en la noche (66%).
Porque todo, o casi todo lo que no se ve ni se dice ni se registra ni se investiga en las favelas de Soacha, pasa de noche.
A Cazucá llegué un viernes de diciembre, cuando ya atardecía. La busetica destartalada que agarramos en la Autopista Sur nos condujo por una trocha encumbrada, que se le puede llamar carretera de milagro, hasta el corazón del barrio La Isla, donde el camino se ensancha y forma un claro, alrededor del cual se concentran algunos bares, dos panaderías, un minimercado, un billar y una solitaria discotecta crossover a la que solo entran los “afro”. Días después, cuando este espacio dejó de resultar tan extraño para mí, me iría enterando de que estos locales son puntos esenciales en el mapa colectivo que dibuja la violencia de los últimos meses: la panadería en la que mataron a tiros al pelado de 16 años, la discotecta donde asesinaron a varios negros, la esquina en diagonal al billar donde le metieron tres plomazos a un jíbaro…
La Isla es uno de los barrios estratégicos de Cazucá. Por estar casi en la cima de la colina, permite el control de los barrios de abajo, y está además atravesada por la única avenida destapada que comunica a Soacha con Ciudad Bolívar, en Bogotá. No resulta sorprendente que este sea el lugar desde donde operan las pocas organizaciones no gubernamentales que aún quedan en la zona (incluyendo dos programas de Naciones Unidas: PNUD y ACNUR), así como las difusas estructuras criminales a las que la comunidad se refiere en términos genéricos como “los paras”.
Poco a poco comenzaría a comprender que a “los paras” uno nunca los ve. Muchos, en los más de 25 barrios que componen la Comuna 4 (las cifras oficiales de Soacha, que son todo menos precisas, calculan que aquí viven 70.000 personas, entre ellos 17.000 desplazados), aseguran que recientemente las armas utilizadas en los asesinatos han cambiado, la llegada de camionetas a altas horas de la noche se ha incrementado, y de vez en cuando los “duros” de La Isla mandan a llamar a los líderes de los barrios subsidiarios para tratar temas clave de la zona: quién maneja cada olla de expendio de bazuco, quién anda de sapo o a cuáles ladronzuelos hay que salir a limpiar.
Nada de lo anterior lo supe de buenas a primeras. Lo fui averiguando luego de largas conversaciones y tomatas de cerveza con duros de todas las estirpes —jíbaros, traficantes de armas y votos, controladores de ollas, galleros, paracos, exparacos, pandilleros, expandilleros, víctimas, estudiantes, obreros, empleadas del servicio y asesinos—, en pequeñas tiendas donde la carrilera y el vallenato estallan los parlantes de las rockolas, y las canciones de Jimmy Gutiérrez y Los Caciques del Despecho se convierten en himnos que los duros de la gallada cantan ebrios y sonrientes, a todo pulmón:
Pa’ chupar guaro soy buen gallo
Pa’ putiar soy un perrazo
Le tumbo la hembra al que sea
Me doy plomo con quien sea
Jarto whiskey o lo que sea
Y a ningún remalparido le pido para gastar.
Entonces por qué hijueputas
Una cuerda de mantecos chichipatos me critican
No se metan con mi vida
Puto, borracho, torcido
Lo que sea es problema mío
Vaya y báñensen el culo y déjenme la vida en paz.
Esa noche me senté a chupar por primera vez con Toño. Robusto, frentero, con ese acento del sur del país que va escupiendo sílabas como si fueran coñazos, aceptó tomarse una cerveza (serían unas diez esa noche), luego de explicarle que había venido a Cazucá para comprobar si era cierto que las lomas habían sido tomadas por los paracos, y que en la noche la bala se encendía tan rutinariamente como la lluvia en abril.
Toño llegó a Cazucá hace más de quince años y a Bogotá hace tres décadas. Tuvo que salir de su pueblo y dejar la finca en la que trabajaba porque se batió a machete por una novia que tuvo en la adolescencia. Eran tres tipos contra él; los únicos tres con los que no se debía meter. A uno lo dejó tullido del brazo, a otro le rajó el estómago y al último lo dejó cojo. Al día siguiente tuvo que despedirse de ella y agarrar un bus, primero hacia Bogotá y luego a Cazucá, donde una persona como él tenía la vida garantizada, porque en la Comuna 4 sobrevive el más inteligente y el más fuerte y el menos sapo, y donde “el respeto, papi, no se exige, sino se merece”.
Durante más de una década, Toño se ha ganado el respeto de su cuadra. Con su gallada ha sabido defender el barrio cuando las pandillas, los rateros o algún combo de traficantes de droga han intentado meterse “a chimbiar”. Cada vez que esto pasa, basta con “alertar a los parceros de la gallada, sacar los fierros de debajo de la cama y salir a darles bala a esos pirobos por el cerro”.
Su hoja de vida es sorprendente: fue cotero en Corabastos, la mayor central distribuidora de alimentos de Bogotá, y mientras se curtía el lomo cargando kilos y kilos de fríjoles, aprendió de sus patrones el arte de traficar con armas y lavarles dólares a los narcos. Se hizo maestro de obra e invasor de terrenos, y con la misma agilidad dirige la construcción de un edificio en Bogotá y la invasión de un lote ajeno en Cazucá. A un par de cárceles, manda bazuco; a un par de honorables políticos de Soacha les ha recogido y cobrado votos. A sus amigos se lo da todo y a quienes lo traicionan, los destierra. Así, a punta de músculo y ley, la pura ley, la del barrio que castiga cuando prometes y no cumples, cuando te tuerces y sapeas, Toño se ha ganado su lugar en las pocas cuadras que componen su territorio. Tal es su liderazgo que alguna vez participó como candidato a un cargo de elección popular en el municipio y hoy quiere lanzarse como presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.
Acabado el petaco de cerveza, le pedí a Toño que me llevara a caminar por las calles de Cazucá. Eran la dos de la mañana y el frío me iba a quebrar los huesos. El hombre no tuvo problema en quitarse su abrigo, quedarse en camisa de manga corta y ponérmela a mí, sobre mi chaqueta de cuero. “Tranquilo papi —me dijo—, estamos pa’ las que sea”.
Si hay algo que debe entender quien viene por primera vez a Cazucá, es que acá no mandan la Policía ni el Ejército ni el alcalde. Acá mandan las Fronteras. Sin un hospital, centro de salud, colegio público u oficina municipal; sin algún teatro o centro cultural, biblioteca o parque que facilite la cohesión entre los habitantes de un municipio donde el 70% es “extranjero”, la vida en la comuna se resuelve por retazos. Si eres de Ciudadela Sucre no pasas por La Isla; si eres de El Oasis no bajas a Rincón del Lago. Mucho menos si es de noche, mucho menos si eres mujer, muchísimo menos si en el barrio vecino no tienes un compadre o paisano que pueda abogar por ti cuando te detengan en una esquina y te agarren a preguntas y luego a taguazos por tener un rostro desconocido en comunidades que, a fuerza de estar solas, aprendieron a cuidarse como en la selva: unidas, en manada, en constante alerta por el predador externo.
Toño camina por las calles del barrio, su barrio, sonriente. A mí el miedo ya me quitó el frío. Muchos vecinos me advirtieron que me guardara, que no era hora para andar caminando por Cazucá de noche. Pero Toño insiste en que mientras esté con él, nadie nos toca, y mientras lo dice se saca su manguera y mea a chorros torrenciales sobre lo que, justamente, es el límite de su territorio. Más allá hay otro barrio. Y no. Así uno se lo pida, Toño sabe muy bien por dónde no hay que meterse. Más allá de ese enorme y vaporoso charco de orines, Cazucá es de otra gallada y de otro Toño.
Las calles están vacías y la luz de los postes parece cubrirlo todo con una película amarilla que se mezcla con la arena de los caminos. Más que silencio, a esta ahora hay ausencia de sonidos, como si la noche llegara a la comuna cargada de vacío. Lo único que deja ver que en este barrio todavía hay vivos son los perros callejeros que suben y bajan por las trochas, y uno que otro chirri. Para Toño, esa es la forma más digna de llamar a los bazuqueros. Ni ñeros ni indigentes ni desechables; chirris, pelados menores de 21 años que a la distancia parecen sacados de The Walking Dead y que pasan por nuestro lado tambaleándose torpemente, recogidos, con la mirada baja, no sin antes pedirnos una liguita para comprar una bicha (dosis de bazuco) de mil pesos.
Cazucá es una gran olla de expendio de bazuco. Y el bazuco, junto con la prostitución y la informalidad en la tenencia de la tierra, son las principales razones por las cuales la violencia se ha intensificado y normalizado en la comuna. En especial desde hace cerca de tres años, cuando Cazucá pasó de moda y buena parte de las organizaciones no gubernamentales se fueron del sector, cortando el chorro de asistencia que nunca fue planeado ni coordinado, y que en cambio acostumbró a las personas a vivir de la caridad. La retirada de las ONG dejó una estela de hambre que fue ocupada por la droga: los cazuqueños quedaron con dos opciones: o consumir bazuco o vendérselo a su vecino. Y gradualmente estos barrios se convirtieron en gigantescas ollas residenciales de expendio, cada vez más codiciadas por las bandas mafiosas que nadie ve, pero todos saben que existen.
El bazuco es de color amarillo pálido y cuando se carbura en las pipas hechizas que cargan los chirris, huele a llanta quemada. Su efecto psicotrópico no dura más de cinco minutos, pero la estela de pánico, paranoia y angustia que deja esta mezcla barata de sobrados de cocaína con gasolina y ácido sulfúrico se prolonga mucho tiempo más. Durante las jornadas de limpieza social, estos muchachos son los primeros que caen en las redadas, por lo cual no es difícil imaginar lo duro que debe ser deambular por estas calles mendigando y consumiendo a medianoche en medio del delirio, cuando cada cierto tiempo circulan listas con nombres y en el barrio aseguran que la cosa está más caliente que nunca.
Con Toño hacemos una parada frente a una casa con un andén corto y un poste de luz. Junto al poste de luz, una cámara instalada por la Policía es el único vínculo que estos muchachos tienen con el Estado. Si acá ver a un médico, a un profesor o a un entrenador deportivo es un milagro de Dios, el chispazo filantrópico de una fundación bogotana bienintencionada o una fachada oportunista y lucrativa de algún honorable concejal de Soacha, a las patrullas de Policía solo se les ve cuando vienen a proteger a algún visitante “de afuera” o a recoger a un muerto.
De ahí que a las tres de la mañana de un viernes cualquiera los chirris no tengan otra opción que gravitar bajo esta cámara de video, instalada a siete metros de altura, y dejarse observar por su silencioso ojo electrónico. Fuera del radar de este poste de luz, a cualquiera de los más de veinte muchachos con los que nos cruzamos podría llegarle su última noche sin que quedara el menor rastro de lo ocurrido. Su cuerpo amanecería flotando en el Lago, un humedal que queda en las faldas de la montaña y que todos reconocen como el mayor botadero de muertos del sector (envueltos en bolsas, los cadáveres que son lanzados al Lago se conocen como “cocodrilos”).
De todos los chirris, el que más me simpatizó fue Bryan. Allí estaba aquella noche, y allí mismo me lo volvería a cruzar otras veces. No tiene más de 20 años y lleva tanto tiempo metiendo bazuco que sus ojos andan siempre a media asta, como si nunca durmiera. Todas las noches sale a merodear alrededor de la cámara de vigilancia, y solo se aleja del lugar si este gesto audaz le garantiza la liguita para comprar la bicha (dosis de bazuco) en la olla que queda en el Lago. Una vez conseguida la droga, Bryan regresa al mismo lugar y de allí no se mueve.
Así son las cosas en Cazucá: a los niños sus padres les prohíben salir de la casa después de las 7:00 p.m. y durante el día el permiso se amplía, pero solo alrededor de media cuadra; la vida de Bryan, entre tanto, se circunscribe a ese círculo de luz amarilla sobre la arena que genera la bombilla de la cual pende la cámara. En Cazucá casi todos viven encerrados entre muros, así estén al aire libre.
Cuando me le acerqué a hablarle la primera vez, Bryan me pidió que me alejara. Tan consciente de sí mismo como un licántropo, me explicó que el bazuco lo pone violento, que no es dueño de sí mismo. Toño se arrodilló, le pasó una mano por los hombros y le dio su liguita. Bryan es uno de sus chirris, le ayuda con algunos mandados, y en cierta medida pertenece a un grupo que resulta funcional para los combos del barrio. No solo son la principal clientela de las ollas, sino que por necesidad terminan haciendo todo tipo de favores. Todos.
Cuando regresó de comprarse su bicha, el muchacho estaba más tranquilo. Me contó que le gustaban las matemáticas y el inglés. Ambas materias las había estudiado en el centro de rehabilitación para habitantes de calle que el padre Javier de Nicoló fundó hace décadas cerca al Parque El Tuparro, en la Orinoquia. “Pero fue solo regresar al barrio pa’ comenzar otra vez a consumir, ¿si pilla?”. Sí pillo. Para un drogadicto, vivir en Cazucá es permanecer en un laberinto construido con ladrillos de bazuco.
Esta noche no se escucharon tiros en Cazucá. Tampoco salieron las camionetas de vidrios oscuros a recorrer las lomas. Toño hizo todo lo posible por sacarle el cuerpo al tema de las recientes jornadas de limpieza social, las denuncias sobre Los Urabeños o el asesinato de un estudiante de colegio de La Isla, que a mediados de agosto de 2013 se había resistido a ser reclutado por un grupo armado. “Puras mierdas de pandillas”, me dijo.
Tuve que visitar muchas veces más la Comuna 4 para que Toño me diera una lección de cómo funcionan realmente las cosas. Semanas en las que conocí y hablé con Cazucá entera, y cuyas historias fueron quedando consignadas en mi cuaderno de notas. El soldador que un día aprendió a hacer armas hechizas y comenzó a vendérselas a las pandillas. El joven obrero con sueños de arquitecto que vio cómo los encapuchados obligaban a dos de sus amigos a abrazarse para luego partirlos a tiros.
El mismo joven obrero que al conocerme en un bar, a la medianoche, me acusó de formar parte de un grupo de limpieza y me dijo que me cuidara porque otro con más agallas me encendía con el fierro sin siquiera preguntar. El jíbaro de 50 años que cuando llegaba la tomba a requisar la olla cavaba un hueco y se cubría con tierra. El mismo jíbaro que otra noche le pagó los favores sexuales a una bazuquerita de 22 años con cuarenta bichas malcontadas, pese a que la niña andaba tan encarramañada que parecía electrocutada, con los ojos abiertos, como si el pánico le hubiera borrado los párpados.
El viejo Pedro, fundador de un barrio, que sale a hacer vueltas con machete en mano porque “la cosa está caliente”. El pelado que solía jibarear y que tiene el cuerpo tatuado con tinta, bala y marcas de cuchillo, y sigue vivo, con 23 años, tres hijos, dos mujeres, la última de unos 16 años. El expandillero que quiso ingresar a la Universidad Distrital y le negaron el cupo por ser de la Comuna 4. Y don Jorge, que en una cartulina azul, doblada en cuatro partes, lleva la cuenta y los nombres de los jóvenes asesinados desde agosto del año pasado.
En algún punto, una tarde de diciembre, uno de ellos me mostró una foto en su celular. Salía vestido de camuflado, de cuerpo completo, sonriente. “Así me vestí la última vez que salimos a limpiar”, me dijo. El hombre, de unos 40 años, había sido miembro de las autodefensas de Ramón Isaza en el Magdalena Medio y ahora forma parte de los combos que controlan la vida en un sector de Cazucá.
Haber visto la foto me dio pie para, días después, volver a tocar el tema de la limpieza con Toño. Esta vez, bajó la voz y los hombros, y en su rostro se dibujó un dejo de picardía, como la de un niño cuando sabe que rompió la ventana del vecino con el balón.
“La cosa de la limpieza es así —me dijo—. Aquí de vez en cuando a alguien le roban algo. Póngale, un ladrón se mete y se le lleva a un compadre un televisor. Entonces nosotros llamamos a los vecinos y a la gallada, y nos ponemos a discutir. ‘Bueno pues hay que cazar a esa rata’. Nos ponemos de acuerdo en la hora y el día, siempre de noche, cuando no haya nadie, y entonces sacamos las capuchas, nos las ponemos y comenzamos a limpiar. A veces son los paracos los que nos llaman. Llegan con una lista y nos reunimos en el colegio con representantes de cada barrio a examinarla: ‘A fulanito sí se le puede matar, a este otro no’. Y luego salimos en combo. Uno de cada barrio, eso es muy importante”.
¿Hay Urabeños en Cazucá? ¿Hay Rastrojos, inteligencia de las Farc, narcos, proxenetas, prófugos, asesinos a sueldo? Están todos y ninguno, porque nadie acá entiende esta violencia que desborda lo cotidiano. Y nadie sabe, en una comuna de 17.000 desplazados, cuándo la víctima se convirtió en victimario. Entre 2012 y 2013, el volumen de desplazados en Soacha se duplicó, según registros de la Personería Municipal. Mientras que en 2012 llegaron al municipio 1.332 desplazados, la cifra ascendió a alrededor de 2.500 en 2013. Todos los días, este pueblito con cara de ciudad (es la octava en población) les tiene que hacer campo a tres familias que llegan escapando de las guerras de Colombia. Paradójicamente, el municipio autorizó la construcción de 140 mil viviendas para nuevas familias, lo que podría elevar a un millón el número de habitantes de un municipio que a duras penas les suministra agua a sus actuales habitantes.
Desde su casa, donde, pese a todo, se respira el aire puro, Toño observa todos los días esa mancha gris y ruidosa que es Soacha. Como su rancho está en zona de riesgo de derrumbe, su familia ha sido incluida en un programa de reubicación que próximamente lo trasladará a una de esas cajas de fósforos que hoy comienzan a poblar el paisaje de Soacha. Muchos acá aceptan aceptan estos apartamentos de cerca de 40m2, para regresar semanas después al barrio y dejar en arriendo la vivienda que les regaló el gobierno. Le pregunto a Toño qué va a hacer cuando le entreguen el suyo. “Pues mijo, volver al barrio”, me responde, “uno acá vive muy sabroso”.


martes, 25 de febrero de 2014

"NO NOS MATEN, POR FAVOR, NO NOS MATEN" TRATANDO DE ENTENDER (29) EL ¿POR QUE? DE ESTA GUERRA.




Nota del Editor: dentro de la serie "Tratando de entender" donde publicamos documentos y artículos periodísticos que consideramos importantes para ayudar a comprender, buscar las raíces y avanzar hacia las soluciones concertadas de este absurdo conflicto colombiano, transcribimos el articulo publicado en semana.com el 25 de febrero de 2014.
Quisiéramos cambiarle el subtitulo por: "La democracia es una mentira si a todas las personas no se les respeta la vida"


 “No nos maten, por favor, no nos maten”
La democracia es una mentira si a la izquierda no se le respeta la vida. 


Muchos colombianos se asustaron al escuchar al temido jefe guerrillero ‘Iván Márquez’ el jueves 18 de octubre del 2012 en Oslo, Noruega, en el inicio formal de los Diálogos de Paz entre el gobierno de la administración Santos y las FARC. Lo que debía ser un sencillo acto protocolario se convirtió en una bajada de ánimo general por el tono desafiante del insurgente.


Muchos años atrás, este mismo hombre, con su nombre real –Luciano Marín Arango–, suplicaba, en la Plaza de Bolívar, desde su curul de congresista que no los asesinaran, que a él y a todos los militantes de la Unión Patriótica (UP) les respetaran la vida, que lo que querían hacer, juraban, era política legal: “No nos maten, por favor, no nos maten”.


También años atrás, el joven concejal de La Plata, Huila, Luis Édgar Devia Silva abandonó el cabildo ante las amenazas de muerte. A diferencia de sus padres, que igual habían salido huyendo de su casa por el cerco de los violentos por ser liberales, este militante del Partido Comunista (PC) decidió enrolarse en las FARC con el alias de ‘Raúl Reyes’. Terminó muerto en un bombardeo en Ecuador con un prontuario de miedo.


En su juventud el nombre de Juvenal Ovidio Ricardo Palmera corría de boca en boca por las tierras de Cesar, pues Diomedes Díaz lo había incluido en su vallenato titulado 'El mundo'. Por aquel entonces él era un querido gerente del Banco del Comercio de Valledupar, que vivían en la exclusiva calle Santo Domingo, adyacente a la plaza Alfonso López, y que había crecido en un ambiente de privilegios. Apasionado por la política, optó por la izquierda con la ilusión de un soñador.


Pronto, empezó a ver cómo asesinaban, desaparecían o herían a sus compañeros de militancia. “El exterminio de la burguesía contra nosotros me obligó a irme al monte”. Entró a las FARC con el nombre de ‘Simón Trinidad’. Fue capturado y extraditado a Estados Unidos. Hoy está preso allá mientras los negociadores de esta guerrilla exhiben su imagen fotográfica en La Habana.


“No nos maten, por favor, no nos maten”, suplicaban. Pero los siguieron matando. No a uno, ni a diez, ni a cien ni a mil. Sino a 4.000. Todo un partido político desaparecido de la faz de la tierra en una de las páginas más vergonzosas de nuestra historia. Los mataron bajo el sol ardiente de Barrancabermeja, como a Leonardo Posada; o en una tibia carretera de Cundinamarca, como a Jaime Pardo Leal; o en el atestado aeropuerto El Dorado, como a José Antequera; o en un Puente Aéreo, rodeado una decena de escoltas, como a Bernardo Jaramillo.


¿Quiénes quedaron? Algunos cuantos que se contaban con los dedos de las manos y que debieron salir para el exilio. Entre ellos Aida Avella. Hay que contarles a los menores de 20 años que esta mujer fue una de las sobrevivientes de esta colectividad y que pasó 17 años sin venir a Colombia. Exactamente 17 años, seis meses y cuatro días. Toda una generación.


Se fue porque, como a sus compañeros de militancia, a ella también la iban a matar y porque ya no soportaba tanto dolor: “Cuando salimos de la Constituyente, en diciembre de 1991, me eligieron presidente de la UP y ahí fue Troya”, dijo a Semana.com en una entrevista. “Las amenazas no dejaban descansar”. Para la época era concejal de Bogotá a donde le llegaban las noticias de un país bañado en sangre. “Fue cuando aparecieron los ‘mochacabezas’ en Urabá, les quitaban la cabeza a nuestros compañeros, las colgaban en estacas, sobre todo en la diagonal San José de Apartadó”, recuerda.


“Algunos iban a sus fincas bananeras, les cortaban las cabezas y las mandaban en bandejas a los casinos de los trabajadores en la hora del almuerzo, con el mensaje de que si seguían en el sindicato, las cabezas rodarían. Jugaban fútbol con las cabezas de la gente que asesinaban, y esperaban a que vinieran las aves de rapiña a comerse los cuerpos”. El auge del horror en todo su esplendor.


El 17 de mayo de 1996, cuando se desplazaba por la autopista Norte a su oficina del Concejo de Bogotá, la atacaron con un rocket. “La muerte nos acariciaba. Recuerdo que había un extraño trancón, no podíamos avanzar. Vi un carro al lado del que salía un tubo, era como una bazuca. Después nos dispararon tres revólveres al tiempo, el carro quedó con 40 impactos de bala”. Asustada, con las pocas lágrimas que le quedaban, se marchó lejos.


Tras la decisión del Consejo de Estado de restituirle la personería a la UP, volvió a Colombia y decidió lanzarse a la Presidencia de la República. Y este sábado, en una de sus primeras correrías, por Arauca, fue objeto de un atentado.


En la mañana de este lunes varios comentaristas radiales relataron el hecho aunque atenuaron la gravedad porque, según ellos, en las encuestas sólo tiene el 1 % en la intención de voto, lo que matemáticamente hace que no tenga opciones reales de ganar las elecciones. Es al revés. El asunto es de extrema gravedad por la misma circunstancia. Hay que protegerla porque la democracia es la garantía absoluta de los derechos de las minorías. 


Asimismo, porque si la izquierda legal en Colombia no obtiene la absoluta certeza de que nunca jamás les va a pasar nada, la armada en La Habana no firmará la paz. Porque Aida Avella es el símbolo vivo de una tragedia que nunca debió ocurrir. Y porque así, valiente, honesta y a pesar de todo, jamás ha empuñado un arma. La democracia es una mentira si a ella le pasa algo.


Y no se trata sólo de ella, de su familia y de sus seguidores, sino también de aquellos jóvenes inconformes que nacieron en Colombia mientras ella estaba en el exilio y hoy quieren cambiar el país, hacer política con sus ideales y sus propuestas. Tenemos que darles las garantías absolutas a todos los Luciano Marín Arango, Luis Édgar Devia Silva, Juvenal Ovidio Ricardo Palmera, para que no haya ‘Iván Márquez’, ‘Raúl Reyes’, ni ‘Simón Trinidad’.

martes, 11 de febrero de 2014

"VIDA Y MUERTE DEL EPL" TRATANDO DE ENTENDER (28) POR QUE ESTA GUERRA.



  VIDA Y MUERTE DEL EPL


Pedro Vásquez Rendón estaba huyendo con su compañera de la persecución del Ejército y decidió que lo mejor era ir a casa de los Graciano, que eran familiares de ella y amigos conocidos de la causa guerrillera.

Pero esa decisión fue su fin. Poco después, con la cabeza de Vásquez en las manos, los Graciano fueron hasta una base del Ejército para reclamar la recompensa que ofrecían por el máximo conductor del entonces nuevo Partido Comunista de Colombia Marxista Leninista (Pcc Ml) y del Ejército Popular de Liberación (Epl), un organización que ahora, casi 30 años después, con la entrega reciente de 110 de sus hombres y sin guía visible, prácticamente desapareció.

La muerte de Vásquez figura como el primer gran golpe que sufrió este movimiento subversivo nacido de la confrontación entre el comunismo soviético y el chino, en los 60.

Expulsado, en 1965, del Partido Comunista donde estuvo 15 años, Vásquez se dio a la tarea con otros de formar uno paralelo que tuviera su brazo armado y fuera prochino. Pedro León Arboleda Lupo , un periodista vallecaucano de alguna figuración que remplazó a Vásquez en el mando, no cambió la regla de oro: combatir al enemigo, servir al pueblo y ser siempre dignos combatientes del presidente Mao .

Varias decenas de militantes fueron a recibir instrucción en China en los primeros tiempos. Uno de ellos fue el actor Fausto Cabrera, Emesías , quien por varios años representó a la organización en esas tierras y luego vino para trabajar en el monte con su hijo Sergio.

Convencidos de que la guerra se ganaría imitando la vía de la guerra prolongada desde el campo, el partido y el Epl se establecieron en tres zonas: el Valle del Cauca, el Magdalena Medio y la zona noroeste del Alto Sinú y del San Jorge, de Córdoba y Antioquia, se convirtió en su fortín.

El Pcc Ml y el Epl eran movimientos muy pobres. Hubo épocas en las que solo se comía yuca sin sal... , cuenta un ex guerrillero en el libro Para reconstruir los sueños de Alvaro Villarraga y Nelson Plazas, ex militantes del movimiento.

Combatientes y camaradas tuvieron que enfrentar una dura reacción oficial. La clandestinidad se acentuó para ellos. Aunque poco a poco fueron consolidando cierto poder, tuvieron que exagerar durante mucho tiempo sus conquistas para dar la impresión de ser un grupo sólido.

El estancamiento.
Arboleda, con fama de izquierdista recalcitrante, tenía la oposición interna de Libardo Mora, abogado y ex atleta de nombre, que criticaba la ausencia de proletariado y la pobre formación de los miembros del partido en el espíritu rojo de Mao. Por eso, al iniciarse los 70, comenzó la bolchevización del partido. Se buscó más presencia en los sindicatos y las organizaciones agrarias como la Anuc y entre los estudiantes. Tuvieron algún éxito.

Los hombres reclutados en las ciudades eran enviados a zonas agrarias como Urabá o el Bajo Cauca para que se untaran de campesinado y dejaran los resabios pequeño burgueses.

Entrar en el partido no era fácil. Aníbal Palacios recuerda que su proceso antes de ser militante duró ocho años. La disciplina era férrea en los comienzos. La impuntualidad era intolerable. Uno no podía decir hijueputa porque de una vez lo zarandeaban, le armaban todo un espectáculo , cuenta un ex guerrillero en Para reconstruir los sueños.

El resultado básico en esta década, anotan Villarraga y Plazas, fue aislamiento, estancamiento y división.

Mora fue muerto en combate en 1971 y Arboleda cayó en una casa del barrio Vipasa, en el norte de Cali, en 1975, mientras el partido, y por ende el Epl, se debatía en una profundas crisis.

Entre los activistas urbanos apareció una tendencia, la Marxista Leninista Maoísta (Mlm), partidaria de dejar la guerra y entrar en la onda democrática.

Según testimonios incluidos en el libro citado, la dirigencia acompañó las labores de aniquilamiento político de los disidentes, a los que llamaba oportunistas de derecha , con un plan de aniquilamiento físico.

Pero hubo más divisiones. Otra fue la Línea Proletaria , que buscaba más política y más ciudad. Y tras la muerte de Arboleda surge el Comando Pedro León Arboleda (Pla), que creía en la alternativa de las bombas como Sendero Luminoso. A mediados de los 70, la China posMao deja de ser el modelo del Pcc Ml, que no tiene otra alternativa que plegarse a la débil Albania, aunque empiezan a parecer tendencias partidarias de buscar un enfoque comunista propio.

Los Calvo.
La crisis se mantuvo prácticamente hasta inicios de los 80, cuando se da la gran expansión bajo el liderazgo de los hermanos Calvo, Oscar William, como ideólogo y vocero político, y y Jairo de Jesús (Ernesto Rojas), con la oposición de la vieja guardia de Caraballo y de otros más duros que él como Danilo Trujillo.

Los Calvo eran dos personalidades opuestas: Oscar, extravertido e irreverente; Jairo de Jesús, tímido y disciplinado. Con ellos se inició una fase de apertura. Se habla por primera vez de mirar a Cuba y otros países latinoamericanos antes estigmatizados por ser de la órbita de Moscú; se hacen alianzas con otras guerrillas, incluidas las Farc prosoviéticas, y se contempla la alternativa de dejar las armas y volver a la legalidad.

Cuando Belisario Betancur inició el proceso de paz, Oscar salió de la clandestinidad para dialogar con una propuesta básica: la constituyente. Entre el 82 y el 85 se mantuvieron los tratos. Pero en el Palacio de Justicia todas las posibilidades de un acuerdo se quemaron definitivamente.

En ese periodo, de forma paralela, el Epl se fortaleció en lo militar. Buscó mayor presencia nacional durante toda esa década. En 1980 tenía un frente. En 1990, tenía 10 urbanos y 6 rurales. También creó el estado mayor central, para darle profesionalismo a los combatientes. Era evidente el atraso militar y político en nuestras filas , reconoce el ex militante Carlos Franco.

Según algunos de su ex militantes, el Epl, como todas las guerrillas, se sirvió de la narcomafia. Omar Federico, Mompa , relata en Para reconstruir los sueños: Varia gente empezó a querer salir a cada rato. Algunos se corrompieron con el dinero. Se generaron muchas discusiones. Lo otro fue el narcotráfico. Antes se tenía una posición muy estricta, ahora se actuaba, por parte de algunos, con acuerdos y con comodidades muy parecidas a las de ellos... El problema del crecimiento y de las finanzas yo diría que llevó a que el Epl se desnaturalizara .

A principios del 86 mataron a Oscar Calvo, en Bogotá y al año siguiente, su hermano fue encontrado muerto en la vía a Villavicencio. Eso generó, a larga, una nueva crisis interna. Caraballo, más político que militar, asumió el secretariado. Carlos Franco, quien fue parte de la generación que ingresó al Pc Ml y el Epl en los 70, dice que Caraballo, aunque tímido y limitado políticamente, le daba confianza a las diferentes tendencias.

Pero surgió otro liderazgo en manos de la fracción partidaria de la apertura y de la salida democrática. Bernardo Gutiérrez, quien en 1978 había desertado con una 20 de hombres del V Frente de las Farc, toma la conducción de esa fracción, a pesar de los intentos de Caraballo por alejarlo.

El Epl se propuso dar un salto operativo . No solo era cuestión de crecer sino de fortalecer la influencia en áreas estratégicas como Urabá, donde tomaron el mando de Sintagro, uno de los sindicatos. La segunda mitad de la década pasada se caracteriza por la guerra contra los paramilitares en Urabá y Córdoba, especialmente. Hubo decenas de muertos de lado y lado.

El enfrentamiento fue básicamente con Fidel Castaño. Marco Tulio Flórez, mando del Bernardo Franco, recuerda que hasta tuvieron en sus manos a una hermana de Castaño, que liberaron sin contraprestación. Ese gesto ayudó para que en agosto del 90 Fidel enviara una propuesta de desmovilización de su gente si el Epl hacía lo mismo.

El derrumbe final Por esa época, el Muro de Berlín ya era escombros y, dentro del movimiento guerrillero, la discusión interna sobre si se debía buscar la paz o no, ya se había resuelto a favor del sí.

La gran mayoría de los militantes del Epl rompieron con el proyecto que habían defendido durante 25 años, para buscar una nueva propuesta política. Dijeron adiós a la rigidez marxista y al aislacionismo de Caraballo. Casi la totalidad del llamado Estado Mayor Central, excepto dos que estaban en la cárcel, le quitó el respaldo político y el secretariado. Más tarde el Estado Mayor eliminó la figura del comandante y lo dejó con el rango de simple mando central.

El 15 de febrero de 1991 se firmó en Bogotá el acuerdo de paz definitivo, para la desmovilización de dos mil hombres. Ese acuerdo fue desventajoso para el Epl, según Carlos Franco, pero se hizo para no perder la oportunidad de estar en la Constituyente. Ahí murió el movimiento , dice Franco.

Hoy, en medio de la crisis que envuelve a toda la izquierda democrática, muchos de los sobrevivientes están buscando nuevas alternativas políticas. Caraballo, en cambio, se quedó con sólo algo más de 100 hombres. Sin embargo, con ayuda de las Farc, se hizo tomar fotos con más gente para minimizar la derrota, antes de caer preso.

Luego su grupo creció, porque no hay nada más fácil en Colombia que montar una guerrilla. Sin embargo, no fue lo mismo porque se quedó sin gente pesada con capacidad de mando , dice Franco. Lo de hoy es una guerrilla de segundos y de gente mal preparada, por eso se está extinguiendo, en opinión de Alvaro Villarraga.

Según Jesús Antonio Bejarano, ex consejero de paz, Caraballo y su gente hubieran tenido más posibilidades sin la presión de los paramilitares y las Farc, que quieren su territorio.

Este año, mientras Caraballo permanece en prisión, 240 de sus hombres se han entregado, dándole prácticamente sepultura al sueño que un día tuvieron algunos hijos intelectuales de Mao, una figura que hoy debe ser desconocida para muchos de aquellos.

Publicación eltiempo.com Fecha de publicación 27 de octubre de 1996 AutorJuan Carlos Bermúdez.

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