sábado, 28 de marzo de 2015

LAUREANO GOMEZ 1889 - 1955. EL RUGIDO DEL MONSTRUO. TRATANDO DE ENTENDER (39)


LAUREANO GOMEZ 1889 - 1955. EL RUGIDO DEL MONSTRUO

Laureano Gómez fue en la historia política de Colombia, la oposición. La oposición sin apellidos, sin atenuantes, sin matices ni disfraces. La oposición a fondo, integral, en cada foro y a cada instante. La oposición documentada, contundente, apoyada en la solidez de las pruebas para dejar paralizado y sin defensas al rival. Pero también la oposición sesgada, sugerente, fabricada con verdades a medias y capaz de traspasar las fronteras mismas de la tergiversación. Laureano, en resumen, fue la oposición sistemática, intransigente, sin piedad. Con todo y contra todos y que ni pide ni da cuartel.



Aunque ejerció la Presidencia apenas un poco más de un año y fue Ministro dos veces (de Obras y muy brevemente de Relaciones en la segunda ocasión), no parecía halagarlo el ejercicio del poder. Un temperamento como el del gran caudillo conservador, sin duda el más notable de cuantos haya tenido en su historia esa colectividad, y quizás el país, no estaba hecho para el papeleo, los trámites y la letra menuda que son los tediosos elementos de la administración.


El Gobierno, sobre todo en una democracia, es por esencia un ejercicio contenido y transaccional. Y Laureano era una portentosa máquina de combatir. No estaba hecho para la rutina sino para la acción. Nunca hubo nadie en Colombia más distante de la monotonía, la inercia y los espesos formulismos de la burocracia que él. Ante las intrigas, los lagartos, las ceremonias y la adulación debía sentir un aburrimiento mortal. Poner a Laureano a lidiar con los formularios y con la nómina estatal, era como tratar de sentar en un escritorio a un ciclón o amarrar con tiritas de papel a un titán.


Solo vi a Laureano una vez en mi vida cuando, recién llegado del último de sus exilios, un grupo de estudiantes liberales de los que habíamos combatido a Rojas lo fue a visitar. Nos recibió brevemente y con amabilidad. Era el Laureano del crepúsculo, ya viejo y enfermo, aunque un tanto reverdecido por el triunfo sobre la dictadura y los auspiciosos comienzos del Frente Nacional. Lo oímos en el más profundo silencio, pero no fue fácil entender lo que nos quiso decir. Además, no pasó de una bienvenida cortés y de una referencia rápida y generosa a la lucha estudiantil. No recuerdo en realidad mucho más sobre las palabras que nos dirigió. Pero lo que sí no puedo olvidar es su rostro anguloso, como modelado a machete por un encolerizado escultor, y los tremendos ojos color verde aceituna sobre la piel encendida, casi púrpura, en los que destellaba con el fuego de siempre el brío indomable del viejo león.


Guardián de la doctrina Gómez inició su carrera pública en 1909 como orador en los mítines estudiantiles que se organizaban en las calles de Bogotá, donde nació, contra la dictadura de Reyes y 56 años después murió en su ley, sin transigir con el gobierno de entonces, el de Guillermo León Valencia, segundo de los presidentes del Frente Nacional. En total vivió 76 años y no es exagerado afirmar que 50 de ellos los pasó en la oposición.


Es curioso, pero Laureano quizás combatió por más tiempo y con mayor acritud a los dirigentes de su propio partido que a los del partido liberal. Para él, el liberalismo era el basilisco , el monstruo horrendo de pérfido corazón masónico, garras homicidas y pequeña cabeza comunista hambrienta de revolución. Pero los jefes conservadores que en algún momento no estuvieron con él, eran algo peor. Eran la escoria , la hez de la tierra, los buitres, los saurios, los cocodrilos de la política , usufructuarios del saqueo y de la desmembración patria que buscaban refugio y un lugar para su futuro pillaje en el partido conservador. Desde el primer momento Laureano se erigió en el guardián de la pura doctrina y excomulgó como réprobos a casi todos los que ejercieron el mando en nombre de su colectividad.


Desde La Unidad, el primer periódico fundado por él, adelantó en 1912 una resonante campaña contra un contrato para comercializar las esmeraldas de Muzo y a partir de ese momento le añadió a la oposición política un poderoso ingrediente moral. En lo sucesivo, Laureano habría de ejercer como el más temido fiscal de la moral pública con que haya contado la nación. Mientras estuvo en la oposición, no transó con la corrupción ideológica y se negó a dispensar de sus ataques a quien hubiese cometido alguna irregularidad por el solo hecho de ser conservador. La filiación política no podía escudar las transgresiones y, por el contrario, si de ellas era responsable un copartidario, tanto peor. De inmediato quedaba inscrito en la abominable categoría de los que traicionaban los principios para favorecer un inconfesable interés personal.


Se alió con el liberal López Pumarejo, su amigo y después su rival, para desalojar del poder a Marco Fidel Suárez, archicatólico y ultraconservador. El debate contra el presidente Suárez, adelantado desde su curul en la Cámara con asombrosa elocuencia pero también con sevicia y sin la menor consideración por la edad del Jefe del Estado o su dignidad, terminó con la patética renuncia del Presidente y convirtió a Laureano en figura nacional. Gómez había hallado en los debates parlamentarios la herramienta dialéctica que necesitaba para pulverizar a cualquier contendor. El Monstruo nació allí.


Tras un corto receso diplomático y el tránsito por el Gabinete como Ministro de Obras del general Ospina (cuando, por cierto, le hizo la oposición a la oposición con tal virulencia que el Senado, conservador, decidió no volverlo a oír) Laureano inició el primero de sus retiros a la privacidad familiar. Un retiro, pero con una salvedad. Al lado de su amigo Alfonso López participó en las célebres conferencias del Teatro Municipal que marcarían el principio del fin del ya senil régimen conservador. En sus Interrogantes sobre el progreso de Colombia hizo el más desolado diagnóstico del letargo en el que vegetaba, resignada y abúlica, el alma nacional. Percibió que el conservatismo, corrompido y enfermo, se tenía que caer.


Purificación conservadora Para Laureano, el triunfo liberal en las elecciones de 1930 no fue una catástrofe sino una brillante oportunidad que sabría aprovechar. Se dio buena cuenta de que solo los tremendos rigores de la oposición templarían la capacidad de combate de los conservadores, amodorrada por 45 años de hartazgo presupuestal y dedicó todas sus energías a la tarea de purificar a su partido y reconquistar el poder. Para él, la derrota no era el fin sino la resurrección. En adelante, todo lo dispuso para que el conservatismo aprovechara hasta la más mínima debilidad del adversario para desacreditarlo y ponerlo en vergenza ante la opinión. La peregrinación por los peladeros de la oposición purgaría al conservatismo de sus muchas culpas y lo haría recapacitar sobre las duras consecuencias de dejarse arrebatar el poder.


Pero, además, limpiaría a las filas de los negociadores mendicantes de viles granjerías a los que atribuía la perversión de su colectividad. En el formidable debate contra Román Gómez, jefe conservador que encabezaba una coalición con el gobierno de Olaya dentro del sistema de la Concentración Nacional, encontró la oportunidad para notificarles a sus copartidarios que cualquier género de contemporización con los liberales sería condenada en los más violentos tonos como un ultraje contra la moral. Tras despedazar a Román Gómez nadie osó enfrentarse con el temible orador. Ese día, Laureano se hizo jefe absoluto del partido conservador. El dominio que Gómez ejerció sobre sus correligionarios no ha tenido equivalente en la vida nacional. Su palabra se volvió ley. Aplastaba los conatos de disidencia con el mismo encarnizamiento con que atacaba al partido liberal. De disciplina para perros calificó uno de sus transitorios oponentes el control que con mano de hierro mantenía sobre su colectividad.


Nada se movía dentro de su partido sin su expresa voluntad. Inspirado por su caudillo, el conservatismo se sacudió de la apatía y se convirtió en una máquina de guerra despiadada y feroz perfectamente coordinada para hacer invivible la república bajo el régimen liberal. Lo que Gómez, vociferante, decía en el Parlamento era amplificado con aspereza aún mayor en El Siglo, periódico de su propiedad, y transmitido como un dogma en las plazas públicas, en los corrillos, en los cafetines, en los púlpitos, en los confesionarios y en dondequiera que los conservadores se reunían para comentar las noticias que llegaban de Bogotá. Consignas como la ya mencionada y otras de calibre similar como apelar a la acción intrépida y al atentado personal, empezaron a tener aplicación literal. Los desmanes de algunos funcionarios liberales le daban argumentos a Gómez y a sus seguidores para arreciar la oposición. Pero se valía de cualquiera otra cosa para atacar al régimen, como solía decir. Todo era blanco de su cólera radical. Ni siquiera escaparon el Papa y el Arzobispo de Bogotá.


El liberalismo se defendía con el mismo ardor. Pero tras 15 años de oposición virulenta, el clima político se enrareció. El país vivía en olor de escándalo, de contumelia, de conspiración y de explosiva violencia verbal. Pero Laureano no solo era un ariete en la oposición. Tenía además una gran habilidad política y la utilizaba muy bien. Jugó astutamente con la división liberal, apoyando desde El Siglo a Gaitán contra Turbay y aplazó cualquier decisión sobre la candidatura que le ofrecía en masa el partido conservador. Sabía que su nombre provocaría la inmediata unidad liberal, así que, solo faltando unas pocas semanas para la elección presidencial, sorprendió al país proponiendo como candidato a Mariano Ospina, un distinguido ciudadano más técnico que político, que no les producía a los liberales ni frío ni calor.


La jugada resultó y el liberalismo, confiado y dividido, perdió el poder. Ese fue tal vez el momento cenital de Laureano. Después de 15 años de luchar contra todos los gobiernos liberales con energía sin límites, sin transigir en un solo punto y con casi demoníaca tenacidad, le había hecho morder el polvo al basilisco para restaurar la cristiana hegemonía conservadora de la que él sería el eje central. Una hegemonía nueva y pujante en la que la Ley Natural y la Ley Moral prevalecieran sobre la despreciable ley positiva y Platón y Bossuet estuvieran por encima de Maquiavelo y de Montesquieu.


No ocurrió así. El asesinato de Gaitán, promediando el gobierno de Ospina, cambió totalmente las cosas para el país y para el caudillo conservador. A partir de ese momento trágico, las relaciones entre el Presidente Ospina y Gómez se empezaron a deteriorar. Laureano abandonó airado el gobierno y viajó a España, de donde regresó tiempo después para asumir la candidatura presidencial. La más terrible violencia asolaba al país y aunque fue elegido sin contendor cuando el liberalismo, por falta de garantías, se abstuvo de participar en la elección, su ascenso a la Primera Magistratura se convirtió en un anticlímax más que en una consagración. Si la derrota del conservatismo 16 años antes le dio poder absoluto sobre su colectividad, su elección a la Presidencia, paradójicamente, se lo quitó. Ospina se había convertido en un político sagaz, en otro prócer conservador y se empezó a crear un movimiento para impulsar su reelección. Laureano, su hijo Alvaro y su hombre de confianza, Jorge Leiva, que tenían otros planes se opusieron rabiosamente al proyecto y el conservatismo se dividió.


A partir de ese momento la estrella de Laureano empezó a declinar. Su salud se quebrantó, se vio obligado a retirarse de la Presidencia y el país se salió de su control. La insatisfacción se hizo intensa y general. Los liberales, sometidos a la peor violencia, y los conservadores no laureanistas al sistema despótico de la plancha que los pretendía silenciar, buscaban por separado una salida a un estado de cosas que se deterioraba cada vez más. Laureano ya no era ni temido ni popular.


En el exilio El golpe de cuartel del general Rojas que derrocó a Laureano y lo envió al destierro fue recibido por la inmensa mayoría del país como una bendición. Solo el ex presidente y unos poquísimos amigos se marginaron del júbilo con que se acogió al gobierno militar. El Monstruo estaba de nuevo en la oposición. Y como ese era su espacio, su atmósfera, su hábitat natural, se volvió a crecer. Destruir políticamente a Rojas, a Ospina, a Alzate, a Valencia y a todos los que, traicionándolo, se habían puesto contra él le devolvió la garra política al viejo luchador. Durante 4 años en iracundos mensajes que circulaban clandestinamente fustigó sin tregua al régimen militar y, finalmente, como al comienzo de su carrera, se alió con el partido liberal para desalojar del poder a otro Presidente, también conservador.


En su casa de Benidorm, en el exilio, acordó con Alberto Lleras, Jefe del liberalismo, el pacto bipartidista de donde surgió el Frente Nacional, que dio al traste con la dictadura militar: el 10 de mayo de 1957, fecha de la caída de Rojas, lo coronó nuevamente como Jefe máximo del Partido Conservador. No disfrutó por mucho tiempo de los halagos de la victoria. Aunque se desquitó de Valencia escamoteándole la primera Presidencia del Frente Nacional al proponer a Alberto Lleras como abanderado de la coalición, su sector político fue superado por el de Ospina en las siguientes elecciones parlamentarias y volvió a la oposición.


Ya no la pudo ejercer con el mismo vigor. Su hijo Alvaro recibió en herencia ese patrimonio temible y tal vez por ello nunca pudo llegar al poder. Cuando se postulaba como candidato, tenía la virtud de unir al Partido Liberal y a no pocos conservadores contra él. Los liberales veían en Alvaro al Laureano de la acción intrépida y del atentado personal y salían aterrados a votar en masa para evitar que el fantasma del Monstruo se volviera a materializar. Los conservadores recordaban al de la disciplina para perros y se hacían discretamente a un lado para no arrepentirse después. Injusto, seguramente, pero habría sido ingenuo suponer que el recuerdo de Laureano se disipara tan pronto de la memoria nacional.


Cuando Laureano murió en 1965, sin permitir que se le rindieran honores u homenajes, sobre el país pareció hacerse un inmenso silencio: el rugido prodigioso del Monstruo ya no se volvería a oír. Está sepultado en Bogotá, al lado de su esposa, bajo una lápida sencilla que solo lleva su nombre y nada más. Sin embargo a ese registro lacónico, que encierra medio siglo de historia nacional, se le habría podido agregar lo que el Maestro Guillermo Valencia dijo de él alguna vez: Laureano Gómez: el hombre-tempestad a quien solo se puede amar u odiar! .


Orador y periodista LAUREANO ELEUTERIO GOMEZ CASTRO nació en Bogotá, el 20 de febrero de 1889; murió en la misma ciudad el 13 de julio de 1965. Hijo de José Laureano Gómez y de Dolores Castro, se graduó de ingeniero en la Universidad Nacional. Fue director de La Unidad. En 1936 creó El Siglo. En 1911 fue diputado y representante y desde entonces parlamentario. En 1916 casó con María Hurtado Cajiao, con quien tuvo cinco hijos: Cecilia, Alvaro, Rafael, María y Enrique. Entre 1925 y 1926 fue Ministro de Obras; en 1948, Canciller. Entre 1930 a 1932 fue plenipotenciario en Alemania y en 1950 fue elegido Presidente; ejerció hasta 1951, cuando sufrió un síncope; retomó el mando el 13 de junio de 1953, pero fue derrocado por el general Gustavo Rojas; se exilió en Nueva York y luego en España. En 1956, con Alberto Lleras, firmó la Declaración de Benidorm y en 1957 el Pacto de Sitges que crearon el Frente Nacional.


FUENTE: eltiempo.com Sección Otros Fecha de publicación7 de marzo de 1999

DOS VISIONES DE LA VIDA DEL TENIENTE ALBERTO CENDALES CAMPUZANO. TRATANDO DE ENTENDER (38)

Nota del editor: Un capitulo de la historia que se trata de ocultar fue el que protagonizó Cendales, que en mi concepto fue un militar que tuvo criterio social, que entendió que su papel como instrumento de poder de la clase política y económica de su época los tormentosos y violentos años 50 cuando se gestó esta guerra que hoy tratamos de entender, pero sobre todo, de superarla para bien del país.  Es de resaltar su patriotismo, su lealtad y su moral militar que no coincidían  con los de sus superiores pero que los quizo hacer valer según su criterio y visión social y termino enfrentado al establecimiento. Un verdadero revolucionario y por tanto un  "mosco en la sopa" de la institución militar.  compartimos en este blog dos visiones de la vida del teniente Alberto Cendales. La de alfredo cardona tobón en el blog historia y región y la de Jaime Jaramillo panesso en el periodico virtual Debates.
AJGF



LAS REBELIONES DEL TENIENTE ALBERTO CENDALES CAMPUZANO
por : Alfredo Cardona Tobón

http://historiayregion.blogspot.com



Alberto Cendales Campuzano murió en Bogotá el 25 de mayo de 1976 en un accidente de tránsito frente a la Escuela de Policía General Santander, después de una corta y accidentada vida de rebeldía contra el establecimiento, como otro Quijote enfrentado a los molinos de viento.

Cendales fue un militar inteligente, osado y valiente como pocos, que combatió las guerrillas comunistas de Juan de la Cruz Varela en Sumapaz y se levantó contra las oligarquías bogotanas que han monopolizado el poder, en acciones sin precedentes en la historia colombiana.

Cendales fue una pesadilla para los dirigentes del Frente Nacional; no hubo prisión militar que lo contuviera; en cinco oportunidades escapó de sus captores y en los intervalos de libertad trató de organizar células guerrilleras guerrilleras en el Huila y los Santanderes. Sus fugas fueron espectaculares: se escurrió por una ventana de la Embajada de Paraguay, perforó un muro en el Batallón Guardia Presidencial, escapó de una jaula en los calabozos del Servicio de Inteligencia Colombiano- SIC-, burló la vigilancia en la Escuela de Sanidad y en la Escuela Blindada huyó por un boquete junto con el comandante de la unidad, 130 reclutas y ocho camiones orugas.

Como en las novelas de amor, al lado de Cendales estuvo la “Mona” Inés Peláez, una pereirana que lo acompañó en sus aventuras y le brindó todo el apoyo en la enfermedad y el cautiverio, en las buenas y en las malas. Sin embargo la “Mona” fue el eslabón débil de Cendales, pues siguiendo sus pasos los detectives del F2 capturaron a Cendales en un céntrico hotel de Bogotá y lo recapturaron en una finca de Santander tras un intenso tiroteo.

Cendales tuvo las vidas de un gato: sobrevivió al volcamiento de un camión cuando fue emboscado por el ejército; en otra ocasión se fugó con una herida en una pierna; en otra lo internaron con una afección pulmonar en el pabellón de tuberculosis de la Picota sin prestarle ayuda médica; en la fuga con la tropa de la Blindada su tanque rodó por un precipicio cerca de la población de Guasca y mal herido e inconsciente lo tiraron en el platón de una volqueta que lo llevó a Bogotá.

Este rebelde con causa fue instrumento de los mandos superiores que querían desestabilizar el régimen para llevar a Rojas Pinilla de nuevo a la presidencia; fue tal su fama aventurera que el Che Guevara lo visitó en su paso por la capital colombiana. El temor de las autoridades rayó en la histeria: aún inválido y enfermo le adjudicaron cuanto torcido grave se presentó en la República, no lo asesinaron porque para numerosos colombianos Cendales Campuzano era un héroe y por eso su muerte tendría graves implicaciones.

En la vida del teniente Cendales dos hechos parecen de película: el uno fue la operación Cobra del dos de mayo de 1958 y el otro la conocida rebelión de los tenientes acaecida el 11 de noviembre de 1961.

OPERACIÓN COBRA

Un grupo de militares inconformes urdió un golpe de estado para remplazar a la Junta Militar que sucedió al general Rojas Pinilla. En la delicada misión liderada por el coronel Forero Gómez, al teniente Alberto Cendales Campuzano se le encomendó la organización y dirección de las patrullas destinadas a capturar a los miembros de la Junta Militar y a los comandantes del Ejército y de la Brigada de Institutos Militares- BIM-

En la madrugada del dos de mayo de 1958, dos días antes de las elecciones para presidente, un grupo de soldados en traje de fatiga apresó al comandante del Ejército, general Iván Berrío Jaramillo, en tanto que otros comandos capturaban a cuatro integrantes de la Junta Militar y al candidato presidencial Alberto Lleras Camargo.

No pudieron a pesar al contraalmirante Rubén Piedrahita Arango pues estaba fuera de su vivienda en parranda con unos amigos; y a Lleras Camargo, en la confusión del momento, los golpistas lo entregaron a una patrulla leal al gobierno que lo condujo al Palacio de San Carlos donde se reunió con Piedrahita Arango.

Los conjurados se atrincheraron en las instalaciones del Batallón Caldas situados en Puente Aranda donde tenían retenidos a los generales París, Navas, Fonseca y Ordoñez, miembros de la Junta Militar de gobierno y al general Berrío, comandante del ejército. Pasaron las horas y los alzados en armas vieron que no tenían respaldo de los militares ni de la ciudadanía. Al verse rodeados por tanquetas y lanzallamas al coronel Forero Gómez no le quedó otra alternativa que rendirse con la promesa de una amnistía para su gente y uno a uno liberó a los generales que estaban en sus manos.

– Nos volveremos a ver-exclamó Navas Pardo al pasar al lado de Cendales. Y así fue. De ahí en adelante no cesaron de perseguir a Cendales a pesar de la promesa de no tomar represalias.

LA REBELIÓN DE LOS TENIENTES

Mientras estuvo cautivo en la Escuela Blindada, Alberto Cendales hizo amistad con el teniente Enrique Escobar, Jefe de Seguridad de la unidad. Entre los dos combatientes hubo una gran empatía, pues Escobar consideraba que con Cendales estaban cometiendo una gran injusticia, porque consideraba que en la rebelión del dos de mayo de 1958 el teniente solo estaba cumpliendo órdenes superiores.

Cendales se ganó la confianza de la tropa y convenció a Escobar de que tenían que acabar con la oligarquía y la plutocracia que manejaba el país, y la forma era uniéndose a las guerrillas de Minuto y Tulio Bayer en los llanos orientales y desde allí abrir campaña contra el gobierno de Lleras Camargo.

En la noche del once de octubre de 1961, Escobar y Cendales levantaron la tropa y con engaños salieron de la Blindada en ocho camiones y cuatro orugas con ametralladoras. La columna salió de Bogotá y paró en Guasca, pero algunos soldados que se dieron cuenta de que no estaban en ejercicios sino en plan de revuelta, desertaron y dieron aviso de los movimientos rebeldes.

Al amanecer, la aviación entró en acción y empezó a acosar a la columna blindada en tanto que Cendales respondía con fuego de ametralladora. En un descuido del conductor el vehículo rodó por un abismo y Cendales quedó inconsciente y mal herido al lado de la tanqueta destrozada.

Las tropas leales al gobierno cercaron a los rebeldes en Gachetá y el teniente Suárez trató de convencer a su amigo Escobar de que se entregara para evitar un baño de sangre, pero Escobar se resistió y en un lance confuso Suárez disparó y Escobar cayó al suelo con tres disparos que le segaron la vida.

Cendales quedó casi inválido; después, acosado por los detectives y por la vida, sus ideas dieron un vuelco radical hacia la izquierda. Tuvo la fortuna de tener una gran mujer a su lado y la desgracia de creer que podía cambiar el rumbo de su patria.



CUANDO LOS TENIENTES MORIAN POR FUEGO AMIGO
Por: Jaime Jaramillo Panesso. 

http://periodicodebate.com/index.php/opinion//3253-cuando-los-tenientes-morian-por-fuego-amigo

El Presidente de la República, Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, abandonó el país el 10 de mayo de 1957. Entonces una Junta Militar, compuesta por los cinco jefes de las armas que componían las Fuerzas Armadas, ejerció el poder, etapa de transición hacia el Frente Nacional, una alianza de conservadores y liberales que permitió terminar con la “violencia”, denominación de una guerra civil que duró cinco años, bajo la dictadura de Laureano Gómez, y trescientos mil muertos. En el fondo de esta guerra se presentaba una confrontación entre el franquismo (una modalidad de fascismo) y las fuerzas democráticas que vencieron mediante un extraño golpe de estado. Por la naturaleza mayoritaria que lo apoyaba, se denominó “golpe de opinión”.


Mientras esto discurría, un joven tolimense, Alberto Cendales Campuzano, observaba la política colombiana desde su condición de militar activo. Había estudiado en la Escuela de Cadetes donde fue el primero del curso. Combatió en Sumapaz a la guerrilla comunista de Juan de la Cruz Varela. Cuando cae Rojas Pinilla, Cendales ya teniente, se encontraba en el batallón de la Policía Militar al mando del coronel Forero Gómez, oficial muy cercano al General Rafael Navas Pardo, miembro de la Junta Militar de Gobierno, la cual abrió el camino de regreso a la democracia. Un año después, 1958, se prepararon las elecciones presidenciales donde participaban como candidatos, Alberto Lleras por el Frente Civil y Jorge Leyva por el laureanismo, cuyo jefe estaba en el exilio. El Coronel Forero Gómez convenció a un grupo de oficiales jóvenes para dar un golpe de estado el 2 de mayo de 1958 y sumaba a otros de alta graduación. El objetivo era reponer al General Rojas Pinilla en la Presidencia, puesto que era legítimo el cargo, según la determinación de la ANAC, Asamblea Nacional Constituyente que hubo de convocar el régimen. El golpe fracasó, no obstante que el Teniente Cendales capturó a tres de los cinco miembros de la Junta Militar. El coronel Forero se escondió en Arboledas, Santander, pero sobre Cendales cayó la persecución judicial militar. Cendales se asiló en la embajada del Paraguay de donde se escapó de sus guardianes externos y huyó hacia los Llanos orientales. Capturado semanas después, lo internaron en el Hospital Militar, mientras era juzgado por rebelión militar y fuga. También de allí se escapó y de nuevo cayó preso cuando se hallaba en un céntrico hotel de Bogotá con una amiga. Detenido en el Batallón Guardia Presidencial, huyó por el método descolgante de sábanas e inició un foco de resistencia en El Playón, Santander. Después de una escaramuza, lo recapturan el 27 de junio de 1960. Recluido en el Das, se fuga por medio de una cuerda, pero se entrega luego voluntariamente y se adelanta el juicio por sus diferentes delitos, mientras está preso en los cuarteles del Grupo Mecanizado No. 1.


Mediante argucias logra salir, se dirige al Batallón Caldas y convence al teniente Enrique Escobar que lo acompañe a unirse a las guerrillas de los Llanos, probablemente a la del médico Tulio Bayer. Con cinco camiones, varias tanquetas y orugas y 135 soldados toman camino de La Calera. Tropas leales al gobierno los persiguen, incluyendo vuelos rasantes de aviones de la Fac. Un camión en el que iban Cendales, su hermano Jaime de 13 años y una amiga, Inés Peláez, se vuelca, causándole graves heridas al Teniente Cendales. En tales condiciones lo llevan al Hospital Militar. Mientras tanto, al teniente Escobar le impetra rendición el Coronel Sabogal. Los soldados observan la escena sin inmutarse. Un Teniente, Agustín Suárez, se acerca a Escobar, pistola en mano, le pide rendición, pero Escobar se niega y le tira una patada. Entonces Suárez dispara tres veces y el teniente Escobar queda muerto en plena carretera de Gachetá, donde termina lánguidamente la rebelión.


Cendales realizó cinco espectaculares fugas que le dieron un hálito de rebelde con causa. Pero después de Gachetá se derrumba, pasa al estadio de la delincuencia común, participa en un intento de atraco en Barranquilla, en un atentado con carro bomba en Bogotá y perece el 24 de mayo de 1976 en un accidente de tránsito frente a la Escuela de Policía. Pretendió ser un revolucionario influido por la causa castrista, tan presente en la década de los sesentas. Pero la mezcla explosiva de su personalidad de “héroe” hollywoodense, no le permitió vivir para la “gloria”. Lo cual no significa que se participación en los sucesos históricos del golpe militar contra la Junta, no estuvieran teñidos de una convicción institucional de la época. Acaso el teniente Cendales fue solo un aventurero utilizado por mandos más altos y más oportunistas que él.

DOCE REVELACIONES SOBRE EL CONFLICTO ARMADO QUE HIZO LA COMISION DE LA VERDAD. Tratando de entender (134)

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