Poco se ha hablado de ello. Pero prácticamente desde que surgieron, han buscado una interlocución con el gobierno. Parece que los llamados grupos o bandas ilegales criminales, o bandas ilegales al servicio del narcotráfico, o neo paramilitares, surgieron de los errores (y horrores) de la negociación con los paramilitares y narco paramilitares en Ralito. Al menos así lo manifestó en múltiples oportunidades Vicente Castaño, quien resultó siendo el máximo poder en estos grupos y líder del rearme posterior al apresamiento de los jefes desmovilizados, y así y lo han manifestado todos los "jefes" de esas bandas que han caído en manos de las autoridades.
Es una respetable política de estado que no se negocie con ilegales. ¿Pero que es realmente lo que subyace a esta política? Porque hasta ahora, los mensajes que ellos han enviado al gobierno, por lo menos los que se conocen, son en el sentido de buscar una posibilidad de sometimiento a la justicia y no buscan una negociación política. Ya los colombianos comenzamos a tener claro, afortunadamente, que no hay ninguna posibilidad para los actores armados de obtener impunidad por los crímenes cometidos, y que no habrá reintegración a la sociedad sin contar la verdad de lo sucedido y sin reparar a las víctimas y a la sociedad. No solo será por los delitos de lesa humanidad sino por todos los que cometieron mientras duró el concierto. Ellos no serán la excepción.
Pero, renunciando de entrada a la posibilidad de desactivar el conflicto que generan estas bandas, más bien el gobierno envía mensajes cerrando las puertas a cualquier dialogo. Igual ocurre con los mensajes que envía la guerrilla. Son Rechazados sin ningún análisis, sin ninguna respuesta distinta a un gran portazo.
Vale la pena entonces reflexionar un poco acerca del por qué se desprecia la posibilidad de comunicación y de tratar de construir soluciones que necesariamente salvan vidas. Nos aparecen varios interrogantes:
¿Por qué no se han nombrado "gestores de paz" entre los desmovilizados de las antiguas autodefensas a pesar de varias propuestas serias de algunos de ellos en ese sentido? ¿por qué los "gestores de paz" escogidos por el gobierno entre prisioneros y desertados de la guerrilla, son personas cuestionables, aun dentro de las organizaciones en que militaron, que no les ofrecen ninguna garantía de transparencia y más bien se convierten en una herramienta de propaganda gris, orientada a obtener deserciones individuales y no a gestionar la paz, con estrategias que verdaderamente ambienten un acercamiento entre el estado y esos grupos? (también vale la pregunta por los resultados, y sobre todo, de la verdad y la reparación a las víctimas de los actuales "gestores").
¿Por qué se descalifica la gestión de algunos miembros de la iglesia católica, que no hacen más que transmitir el mensaje desesperado de colombianos que buscan alguna salida a la situación de ilegalidad en la que se encuentran atrapados? ¿Por qué no existe en la actualidad un comisionado de paz? ¿Que pasó con la reintegración? ¿Por qué se judicializa y se estigmatiza a quienes por cualquier razón alzan la mano voluntariamente para buscar caminos de paz? ¿Por qué no se tiene en el gobierno una persona con la suficiente capacidad de maniobra que pueda acercarse a los ilegales o los ilegales acercarse a él, con posibilidad de ser al menos escuchados?
La opinión publica, los poderes públicos y Los grandes medios de comunicación, se encuentran atrapados en el dilema entre el "santismo" y el "uribismo" e igual ocurre en muchas instancias de la sociedad. Los rezagos de la seguridad democrática no permiten vislumbrar otra forma de salida al conflicto que no sea la militar. Bala y mas bala.
Así, habría gran cantidad de interrogantes que nos llevan a pensar con desesperanza en cualquier proceso de paz. Pero también puede haber procesos de paz con los humildes.
Un gobierno de elite, como el que tenemos, con lo mas granado de las altas esferas de la aristocracia capitalina, que cada día quiere cobrar más distancia del anterior gobierno que identifican como de la burguesía medioclasista antioqueña, o sea de campesinos provincianos emergentes, y cobrar distancia de la narcocracia que se hizo evidente en estos periodos, (y ojala de las corruptelas anquilosadas en el poder) debería reflexionar a fondo acerca de la oportunidad histórica de llevar a cabo acercamientos y promover un ambiente de gestión de paz que pueda fructificar. Igual la guerrilla ya debe haber identificado una oportunidad única para negociar con los verdaderos dueños del poder en Colombia, de los cuales es obvio representante el gobierno y el presidente Santos.
Pero no.
Como escuchar al pequeño empresario, al comerciante de barrio, al tendero, al campesino, al minero artesanal (convertido ahora en delincuente ambiental y financista ilegal), al lumpen, al populacho, a la guacherna, los izquierdosos, a los camioneros, a los desmovilizados, o peor aún, como escuchar a los guerrilleros, como escuchar a los miembros de las bandas, si finalmente la conclusión será la misma y eterna conclusión del despreciado discurso "mamerto": Hay que promover y realizar profundas reformas sociales. Y nada mas incomodo para las élites, que las reformas que puedan afectar su apoltronamiento en el poder.
La solución a nuestro conflicto necesariamente pasa por una reforma social y política que de al menos inicio al largo camino para el logro de las soluciones efectivas a los grandes males que generan este gran conflicto: La exclusión social, la falta de educación, la falta de oportunidades de trabajo honesto y equitativamente remunerado, la falta de acceso a la salud y a la seguridad social, la falta de acceso a los servicios públicos esenciales, la ausencia de justicia, la rampante corrupción y la imposibilidad de expresión democrática. Y hay que decir lamentablemente que esta lista no es taxativa y que tiene un largo etcétera, etc., etc.
Como escuchar a los armados violentos, si van a volver a enumerar ese largo etcétera de problemas a los que no se puede o no se quiere o no se tiene la suficiente capacidad de convocatoria política y social para promover las reformas sociales que se necesitan con urgencia.
¿Para qué escucharlos, si siempre es lo mismo?
Hoy toca repetir con dolor la misma pregunta que hace más de cuarenta años se hacía Gonzalo Arango: ¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?
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