martes, 17 de julio de 2018

SIETE RETOS PARA ESCUCHAR TESTIMONIOSDE LA COMISION DE LA VERDAD. Tratando de entender (92)

Por Natalia Arbeláez Jaramillo· 15 de Julio de 2018 


Esta semana la Comisión de la Verdad requirió información de inteligencia militar y un militar y varios ex integrantes de las Farc comparecieron a la JEP. Con ello comienza el proceso de catarsis alrededor de la reconstrucción de la historia de la guerra en nuestro país.
La Silla Académica habló con Juan Pablo Aranguren, psicólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de Los Andes, cuyo campo de investigación ha sido lo que él llama la “ética de la escucha” en contextos de violencia política.
Estos son siete retos que según Juan Pablo deberá afrontar la Comisión de la Verdad para lograr que las víctimas y los victimarios participen, que su verdad sea bien representada y que la sociedad colombiana acompañe el proceso.

1

Generar confianza

El contexto en el que se producen los testimonios debe ofrecer confianza a quienes los rinden.
Esto se dificulta cuando se trata de entidades que como la Comisión de la Verdad y más allá de la trayectoria individual de sus integrantes, hacen parte del Estado colombiano, que no es un actor ajeno al conflicto.
Por esto, dice Aranguren, que generar un escenario adecuado de producción de los testimonios pasa porque el Estado, que es quien va a escuchar los testimonios, empiece aceptando que ha sido uno de los productores de violencia durante el conflicto y no sólo en virtud de sentencias judiciales que le ordenan hacerlo.
Según él esto se dificulta en un gobierno de Duque cuando el uribismo se ha negado a aceptar la responsabilidad del Estado y de ahí el tratamiento diferencial que ha querido darle a los militares.
De igual forma, para Aranguren, el Estado tiene que actuar como un ente unificado, cerrando la posibilidad de que haya funcionarios detractores del trabajo que haga la Comisión.
Como ejemplo cita la actitud de Juan Carlos Pinzóncuando como Ministro de Defensa criticó el informe Basta Ya sobre las víctimas del conflicto elaborado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en 2013,
Lo que ha pasado en otros casos, según él, es que el trabajo toma la forma de un informe de una ONG que no representa la posición del Estado colombiano y que no tiene ningún peso judicial.
Cuenta que trece años después del informe del Centro de Memoria Histórica sobre la masacre de El Salado, sólo la semana pasada la Corte Suprema de Justicia dejó en firme la condena contra un Capitán de la Infantería de Marina y otros oficiales por omisión de su deber de seguridad y por permitir la comisión de la masacre por parte de los paramilitares.

2

Garantizar condiciones de seguridad

Aranguren tuvo la experiencia cuando estaba haciendo una investigación sobre la Ley de Justicia y Paz de escuchar el testimonio de un representante de una organización comunitaria que reclamaba un derecho sobre una finca robada por el paramilitar alias Cadena.
Un mes después de hablar con él fue asesinado, como lo relata en el apéndice de su libro “La gestión del testimonio y la administración de las víctimas el escenario transicional en Colombia durante la Ley de Justicia y Paz”.
Dice que eso le demostró que quienes por su oficio reciben testimonios (psicólogos, antropólogos, periodistas, fotógrafos, jueces) no pueden seguir ingenuos y entrevistar personas que luego son asesinadas y sentirse aliviadas de quedar por lo menos con el testimonio o de dedicar su libro a la memoria del asesinado, pues el punto es que el Estado no está generando condiciones de seguridad para que los testimonios sean rendidos. Anota que hasta a los militares los están amenazando para que no comparezcan.
Aranguren señala que esto genera una tensión, de un lado, entre la publicidad que se espera de las audiencias de la Comisión de la Verdad, al estilo de las que tuvieron lugar en Sudáfrica, que contaron con la asistencia de muchas personas y del otro, de la necesidad de confidencialidad de la información para garantizar la integridad de las personas que rinden los testimonios.

3

Entrenar equipos interdisciplinarios en herramientas de escucha

La persona que recibe un testimonio necesita herramientas para acogerlo, procesarlo y representarlo, de lo contrario lo que puede suceder es que asuma el rol de escucha como si se tratara de un operador de un call center que recibe la queja de los usuarios de un servicio, sin empatía ni compasión, dice Juan Pablo Aranguren.
De allí que la competencia de los equipos no sólo tiene que ver con el entrenamiento en escucha empática o en habilidades para la intervención cuando sobrevengan situaciones de crisis emocional, sino también en competencias sobre el cuidado de sí y sobre el contexto sociopolítico.
Todo ello se logra, entre otras cosas, según Aranguren, otorgándole una particular consideración al tipo de vinculación laboral de los equipos que trabajarán en estos escenarios. Equipos con condiciones laborales precarias u operadores de instituciones estatales que no brindan cuidado y protección a sus trabajadores ponen en riesgo la posibilidad de materializar estas competencias, señala.
No sólo hay que saber escuchar, sino saber preguntar y representar, según Aranguren.
El receptor no puede ser un mero transcriptor de ideas, debe emplear su talento para idear una estrategia para representar la verdad pues aunque Colombia sea un país profundamente oral, la catástrofe que generó la violencia ha tenido también un impacto en el lenguaje y es difícil procesar y organizar una manera de narrar el horror.
De allí la importancia de conformar equipos interdisciplinares. La interdisciplinariedad no está dada sola por las profesiones sino por la posibilidad de cruzar los roles.
Desde su experiencia Juan Pablo ha observado que a menudo hay personas que experimentan mayor confianza con un fotógrafo o con un actor de teatro que con el profesional especializado en tomar testimonios.
De allí la importancia de que este tipo de profesionales acompañen también la toma de testimonios pero también se fortalezcan en habilidades psicosociales.

4

Saber esperar y al mismo tiempo usar estrategias diversas para motivar a la gente a contar lo que le sucedió

Como lo relata en su libro “Cuerpos al límite: tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982)", Juan Pablo Aranguren trabajó con personas que fueron sometidas a tortura en los años 70’s bajo el Estatuto de Seguridad de Turbay. Envió correos a algunos de ellos y en ciertos casos sólo recibió respuesta un año después.
Al cabo de ese tiempo decían que ya se sentían preparadas para hablar. Lo que significa para él, que a las personas les toma tiempo y que el momento adecuado para testimoniar está atravesado por la coyuntura política y social y el momento vital de la persona.
Otras lo buscaron espontáneamente e insistieron en hablarle, lo que también indica que su motivación responde a sus necesidades y no sólo a la solicitud de un tercero.
Entiende que la Comisión de la Verdad no se puede dar el lujo de esperar tanto y por ello debe probar múltiples estrategias.
Señala Aranguren que en Perú una de las estrategias que usó la Comisión de la Verdad de ese país fue acompañar su campaña informativa y las audiencias públicas con las obras de teatro Adiós Ayacucho, Rosa Cuchillo y Antígona del grupo Yuyachkani que fueron presentadas en plazas de mercado y otros lugares públicos de zonas rurales que es donde se encontraban muchas de las víctimas que no habían podido hablar de lo sucedido.
Además de motivar a algunos, las personas se acercaban a veces a uno de los actores para contarle su historia.
Lo que muestra, según Aranguren, que la confianza no se construye porque una persona tenga las credenciales sino por la interpelación que despierta en la víctima y esta interpelación nos obliga a pensar en las condiciones que hacen posible el testimonio.

5

Cuidar los efectos que tienen los testimonios

Para la persona que los cuenta y para quienes los escuchan, los testimonios tienen un impacto y es necesario generar espacios para tramitar las emociones y sentimientos que se despiertan.
Que alguien se reconozca como victimario tiene un impacto grande en la construcción de su identidad.
Señala Juan Pablo Aranguren que en las versiones libres que se dieron en el marco de la Ley de Justicia y Paz ocurrió que los familiares de las víctimas estaban en un cuarto contiguo escuchando a los paramilitares rendir sus versiones sin que éstos los vieran.
Una de las principales críticas al sistema es que no tuvieron oportunidad de controvertir los testimonios de los victimarios que muchas veces buscaban justificar las muertes acusando a las víctimas de ser traficantes de droga, guerrilleros, prostitutas, etc.
Dice Aranguren que el Estado tiene que garantizar, de una parte, que los testimonios promuevan la dignidad de las víctimas y, de la otra, que se promuevan espacios para que las emociones asociadas al reconocimiento de la verdad se puedan gestionar colectivamente. Aquí se hace indispensable hacer pedagogía de las emociones, alfabetización emocional y eso no se logra con un comercial de televisión.
Pero tampoco se logra de manera exclusiva con el acompañamiento de un terapeuta. Se hace necesario, entonces, promover mecanismos de gestión emocional basados en la comunidad que posibiliten a su vez un reconocimiento del sufrimiento del otro. Una empatía social con el dolor de los demás.
Según algunos datos de la Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015tan sólo un 30 por ciento de los colombianos sabe reconocer la tristeza en los otros.
Lo que muestra que a los colombianos les queda difícil relacionarse con el dolor del otro.

6

Construir empatía a partir de nuestra historia

Una de las explicaciones que puede tener la falta de empatía con el dolor ajeno, según Juan Pablo Aranguren, es que no hemos sido capaces de reconocer que nuestra historia familiar ha estado marcada por la violencia, nos excluimos de la historia del conflicto armado y sentimos que no tiene nada que ver con nosotros.
Según él, hemos puesto una gran distancia con el combatiente y con la víctima a quienes tenemos estereotipados. “Cuando pensamos en víctimas o en combatientes nos cuesta reconocernos en su historia vital”.
Por supuesto, no se trata de equiparar las experiencias, sino de reconocer que nuestra historia familiar necesariamente está atravesada por la guerra y la violencia política.
“Para muchos ciudadanos urbanos de clase media, la guerra no nos ha tocado directamente a la puerta, pero nuestra historia vital se ha desarrollado junto con el desplazamiento de nuestros abuelos, la desesperanza frente a la participación política tras asociarla con la muerte y el despojo. Además es muy poco probable que no tengamos familiares que han tenido que participar de alguna manera en la guerra”, dice Aranguren.
Algo similar pasa con el narcotráfico. Anota que los colombianos nos indignamos cuando nos asocian con eso pero no reconocemos que el narcotraficante lo dio nuestra sociedad, y que también ha permeado nuestras historias.
Una forma útil de acompañar el trabajo de la Comisión de la Verdad, de manera que todos nos sintamos interpelados, dice Juan Pablo, es que cada colombiano revise en su historia personal el rol que ha jugado en ella el conflicto armado. “Es la posibilidad de reconocernos en ese otro que decimos no ser y el reto es hacerlo de una manera desapasionada que favorezca la empatía”.

7

Darle un nuevo significado al silencio

Según Aranguren, de acuerdo a la psicología y a nuestra tradición judeo cristiana si uno habla se siente mejor.
Anota que en el caso de la Iglesia lo que hemos visto es que la confesión se ha utilizado ante todo como un mecanismo de control social y en el de la psicología, Freud después de hablar de la cura de la palabra reconoció que el asunto es más complejo y que también importa quién pregunta y cómo lo hace.
El silencio es más que vacío, que espacio entre palabras, que nada, señala Aranguren, y está muy presente en los testimonios sobre situaciones de dolor “lo inenarrable y lo indecible significan lo que es difícil de narrar y lo que es difícil de decir y el silencio muchas veces es un indicador de eso”.
También es una estrategia ante condiciones de violencia. Muchas personas no hablan porque sienten que las pone en riesgo o porque no quieren construir su identidad alrededor de lo que precisamente callan: su condición de torturado, abusado, desplazado, madre de un desaparecido, etc., dice Juan Pablo. Y de alguna manera, la sociedad colombiana no tolera el silencio como una forma de testimonio.
Por eso señala que uno de los retos de la Comisión de la Verdad será entender que la palabra no es la única forma de decir algo y habilitar nuevos canales de expresión, así como, nuevos marcos analíticos y de interpretación.

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