jueves, 21 de septiembre de 2017

NO HAY UN IDEAL QUE JUSTIFIQUE UN ASESINATO: ALONSO SALAZAR. TRATANDO DE ENTENDER (84)

No hay un ideal que justifique un asesinato: Alonso Salazar

La bibliografía periodística de Alonso Salazar constituye una interesante y juiciosa mirada sobre los dramas desatados por la violencia nacional y por las estructuras criminales.

Alonso Salazar, autor de La parábola de Pablo, y quien acaba de publicar No hubo fiesta. Cortesía
No nacimos pa´ semilla y La parábola de Pablo son títulos necesarios a la hora de reconstruir la historia de las agitadas décadas del 80 al 90 del siglo pasado. No hubo fiesta, su más reciente libro, hace un balance de la actividad de la militancia revolucionaria de los universitarios de los años setenta al tiempo que relata el origen de los movimientos guerrilleros.
El primer capítulo de No hubo fiesta da una mirada panorámica de la vida estudiantil y militante de la Medellín de su juventud. A la hora de hacer los balances, ¿qué cosas buenas y qué malas le dejó al país esa efervescencia política?
Se formó gente con sensibilidad social y capacidad crítica del “orden imperante”,  algunos de ellos han tenido roles sociales significativos. Los que fueron a la insurgencia privilegiaron el medio -la lucha  armada-  y fueron perdiendo de vista los objetivos  y  valoraron más la persistencia que los resultados.
Usted menciona que hubo campanazos de alerta: el libro de Jaime Arenas y Crítica a las armas, de Debray. ¿Qué hizo que buena parte de los estudiantes, a pesar de estos avisos, siguieran el camino de las armas?
Las guerrillas colombianas se fortalecieron cuando en toda América Latina se habían desmovilizado o  habían sido derrotadas en el cono sur. Influyó  la entrada en escena del M-19 que despertó una simpatía de la que se alimentaron todos los grupos armados. Desde luego,  el uso sistemático de  prácticas de la “guerra sucia”,  desde el gobierno Turbay,  alimentó  la hoguera.
Luego, a lo largo del libro, aparecen personajes importantes en su vida y en la del país: gente que asumió la vía armada. Hablemos,  para iniciar de Jairo Restrepo –El mono Candelo- y del M19.
El Mono Candelo, claro, se sacrificó por lo que consideraba noble. Él fue el primero de los conocidos de ese tiempo que murió en un enfrentamiento contra el grupo paramilitar Mas, después del secuestro de Marta Nieves Ochoa que motivó el ingreso de los narcotraficantes en el conflicto armado.  Los que militaron en organizaciones más urbanas -lo del M-19 y el Epl- se desmovilizaron en los años 90.  Los que se plegaron a las organizaciones  lideradas por campesinos -como el Eln y las Farc- no alcanzaron a ver la evolución del mundo, perdieron el sentido  de sus orígenes, afianzaron prácticas dañinas  que afectaron  incluso a la población que quería redimir. 
En el capítulo sobre las Farc habla usted de Arturo Alape. Esto me lleva a preguntarle sobre el papel que jugó la intelectualidad y el arte en el conflicto armado.
Algunos intelectuales de izquierda como Jorge Orlando Melo, Estanislao Zuleta y Álvaro Tirado, se opusieron a la lucha armada pero  un gran número de ellos  y  teatreros, compositores y escritores  la promovieron.  Alape estuvo en la guerrilla,  sus libros sobre Manuel Marulanda contribuyeron a  su  mitificación.  Solo hasta los años noventa los intelectuales  fueron explícitos  en su rechazo a la  "lucha armada". Alape le dijo a Tirofijo en el Caguán que “la muerte mesiánica” ya no tenía sentido en Colombia, pero el líder guerrillero persistió hasta su muerte.
Dedica usted un capítulo a hablar, entre otras cosas, de las contradicciones internas del Eln: su cristianismo –encarnado en la figura de Camilo Torres- y su militarismo –en la de Fabio Vázquez Castaño-. Desde su óptica, ¿cuál es el camino para llevar a buen puerto los diálogos con esa guerrilla que lleva a cabo el gobierno?
El Eln podrá avanzar en el dialogo y vinculación a la vida democrática si abandona el mesianismo que ha heredado de un tipo de cristianismo  presente desde su fundación  y entra en el campo de la política y entiende que la guerrilla no tiene perspectiva, que está por fuera de la historia, que sus acciones no dañan tanto a la "oligarquía" sino, sobre todo, al pueblo y al medio ambiente. La negociación les permitiría exponer sus  ideales en la vida democrática.
¿Cuáles antídotos debe tomar la sociedad colombiana para superar la terquedad armada? ¿Para que los dilemas políticos no se resuelvan a plomo?
Entender que la política no es "la continuidad de la política por otros medios"  sino su negación. Que el uso de la violencia no solucionó nada sino que creó un drama humanitario que tardará un tiempo en ser superado.  Ya es hora de tener un Estado con el  monopolio de las armas y actuando con respeto a los derechos humanos. Que no hay ideal que justifique el asesinato. Mandamiento que, desde luego,  debe ser un mandamiento para izquierdas y derechas.

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