martes, 7 de noviembre de 2017

LIBANO, EL PUEBLO DE COLOMBIA EN QUE HUBO UNA REVOLUCIÒN VOLCHEVIQUE TRATANDO DE ENTENDER D E. (86)



Líbano, el pueblo de Colombia en que hubo una revolución bolchevique... porque no llegó un telegrama


En julio de 1929 un grupo de 300 campesinos se tomó Líbano, un remoto pueblo en el centro del país, con la idea de ayudar con una revolución socialista nacional, que nunca supieron había sido abortada.
fuente: semana.com BBC mundo.


"Un tipo pasó corriendo gritando ‘¡ahí viene la guerra!, ¡ahí viene la guerra!, niño dígale a su papá que se esconda‘".


Víctor Emilio Moreno Toro tiene 96 años, vive en el Líbano, Tolima, y mientras se come una naranja que le acaban de servir relata lo que recuerda del 29 de julio de 1929, el día en que ocurrió la única revolución bolchevique en Colombia, que para algunos analistas históricos es además la primera insurrección comunista armada en América Latina.


Fue una gesta de resultado efímero e inicio torpe: todo ocurrió porque no llegó un telegrama.


"Después de los gritos, bajaron varios hombres armados de machetes", agrega Víctor Emilio, a quien le falta un ojo, pero no la memoria. "Y cuando llegaron a la finca preguntaron por mi papá, para que los acompañara al pueblo, pero él ya se había escapado a través de los cafetales".


Los hombres eran campesinos que durante varios meses, apoyados por artesanos y zapateros del pueblo, habían planeado la toma del Líbano - una remota pero próspera localidad cafetera del centro de Colombia- para implementar las ideas del socialismo y la lucha de clases, del mismo modo que lo había hecho la revolución bolchevique que había triunfado en la Unión Soviética en 1917.



Armando Franco sostiene la foto donde está su padre, uno de los revolucionarios del Líbano. Foto: vía BBC Mundo




"Mientras ellos pensaban que lo que estaban haciendo, tomarse el pueblo y crear una nueva autoridad, estaba ocurriendo en las principales ciudades del país, en realidad no era así: la revolución había sido cancelada días antes", le explica a BBC Mundo Flaminio Rivera, historiador y escritor, que dirige la Casa de la Cultura del Líbano.


Pero, ¿cómo llegaron las influencias bolcheviques y las ideas de la Unión Soviética a este remoto pueblo escondido entre las montañas de Colombia?


Teósofos, espiritistas y masones


A diferencia de muchos otros municipios del país, Líbano -ubicado a unos 195 kilómetros por carretera de Bogotá- no fue fundado por conquistadores españoles ni por una avanzada religiosa.


Fue el resultado de una repartición de lotes que le dio el departamento del Tolima a Isidro López, un colonizador más bien liberal llegado desde el norte de Colombia a mediados del siglo XIX.


"En Líbano no hubo parroquia ni una iglesia sino hasta 1911, y eso creó un ambiente de libertad de pensamiento y de cultos que permitió que se introdujeran ideas de teósofos, espiritistas y de masones", señala Rivera.





"Por ejemplo, aquí no le tenemos ninguna reverencia al Monseñor, aquí lo llamamos ‘Monchi‘", cuenta Rivera y se ríe, sin un asomo de respeto a la mayor autoridad religiosa de la zona.


Sentado en la principal plaza del pueblo, mientras avanza la mañana y la visión de la cima del Tolima se diluye, todo el mundo lo saluda mientras él se toma un "tinto", que es la forma básica en que se sirve el café en Colombia.


El café, justamente, fue combustible fundamental para la revolución, cuando súbitamente el Líbano se convirtió en una potencia cafetera de exportación.


Las trilladoras, que se encargaban de comprar, envolver y enviar el grano a Europa, eran financiadas por estadounidenses y alemanes.







"Ellos enviaban café y recibían de regreso los principales periódicos europeos, los libros más importantes, que no pasaban por la capital Bogotá sino que llegaban directamente aquí", anota el historiador.


En la tinta de esos libros y periódicos llegaron los aires del triunfo bolchevique, las ideas de Carlos Marx, los discursos de Vladimir Lenin.


"Y fueron calando en el pueblo libanés. La idea de ‘tenemos hambre, queremos la revolución‘ se fue instalando cada día más, primero en la clase media y después entre el campesinado".


Visión (y fracaso) socialista


Por supuesto, esas ideas también fueron calando en otras regiones de Colombia. Tanto que, hacia 1926, gracias a la unión de los sindicatos y dirigentes políticos, se creó el Partido Revolucionario Socialista, el PRS.


"La gran idea de ese partido era crear una revolución nacional que tuviera como base el movimiento obrero y sindical", le cuenta a BBC Mundo el historiador Gonzalo Sánchez, actual director del Centro Nacional de Memoria Histórica.


Sánchez, quien nació aquí, escribió el libro "Los "Bolcheviques del Líbano, Tolima" que resume lo que ocurrió.



Las cosas en aquel entonces tomaban más tiempo, pero finalmente, a principios de 1929, los distintos líderes nacionales del PRS definieron la fecha para realizar la gran toma del país: sería entre el 20 de julio y el 7 de agosto, cuando la mayoría de las tropas del ejército colombiano estaban reunidas en Bogotá para conmemorar las principales fiestas patrias.


Una bomba similar a esta fue utilizada durante la toma de los bolcheviques.




"En el Líbano, gracias a toda mezcla de corrientes ideológicas se logró crear un movimiento de inspiración socialista bastante fuerte. Los principales líderes eran el zapatero y un carpintero, porque en ese entonces la élite del pueblo eran los artesanos, quienes organizaron a los campesinos para tomarse el pueblo", describe Sánchez.


El mensaje que llegó fue que el 27 de julio comenzaría la gran avanzada nacional.


Sin embargo, los líderes del PRS se dieron cuenta de que las autoridades nacionales se habían enterado de sus planes y que cualquier intento de insurrección sería anulado en cuestión de horas.


Y enviaron la orden de abortar el plan.


"No sabemos qué pasó exactamente en el Líbano, si el telegrama no llegó -había una falla en el sistema en aquellos días- o si efectivamente llegó y la persona encargada del telégrafo nunca se lo pasó a los bolcheviques", dice Rivera.


"Lo cierto es que nunca se enteraron de ese cambio de plan".


Víctor Emilio Moreno Toro tiene 96 años



Y en la madrugada del 29 de julio, 300 hombres al grito de "¡tenemos hambre, viva la revolución!" avanzaron desde dos veredas para tomarse los principales puestos de autoridad: la alcaldía, la prisión y la auditoría.


La foto del padre


"A mi papá no le gustaba hablar de eso delante de nosotros. Era como si nunca hubiera pasado, él evitaba tocar el tema para que nosotros no siguiéramos el mismo camino", cuenta Armando Franco, hijo de Roberto Franco, uno de los bolcheviques tolimenses.


Armando sostiene una foto en su mano izquierda. En ella están Pedro Narváez, Alejandro Agudelo y Roberto, que eran los líderes de la revolución. Fue tomada cuando estaban recluidos en el Panóptico de Ibagué, la cárcel a la que fueron a parar los principales actores del levantamiento.


"Él siempre llevaba esta foto en un cuadernito, la cuidaba mucho", afirma el hijo.


Franco fue capturado después de que lo hirieron en una pierna con una de las granadas con las que respondieron las autoridades.


"Resulta que la policía del Líbano los estaba esperando. Pero los bolcheviques, que lograron explotar una bomba cerca del pueblo, llegaron a cumplir con el objetivo durante un día, con la creencia de que a nivel nacional estaba ocurriendo un levantamiento similar", anota Sánchez.


Junto a otros dos poblados lejanos, los bolcheviques del Líbano fueron los únicos que llevaron a cabo la insurrección armadaEl carpintero Pedro de Narváez fue uno de los principales impulsores de la revolución de los bolcheviques. Foto: Casa de Cultura del Líbano


Pero lo que había sido un factor decisivo para la ejecución del plan -la concentración del ejército en Bogotá- comenzó a jugarles en contra.


"Ese mismo día fue enviado un batallón entero desde la capital, especialmente para reprimir el levantamiento", señala Rivera.


La retirada fue espantosa para los revolucionarios. Tras varios combates, el batallón comandado por el capitán Marco O. Sáenz declaró la victoria sobre la revolución "socialista y comunista".


"Muchos fueron encarcelados y torturados. Hay una foto en la Casa de la Cultura de uno de los líderes con el rostro golpeado junto al arsenal que iban a utilizar en la toma", cuenta Rivera.


El Líbano está ubicado en el centro de Colombia, en medio de la cordillera central,



cerca del nevado del Tolima. Foto: vía BBC Mundo



A pesar de la derrota, tanto Sánchez como Rivera coinciden en que esta gesta mal coordinada y fuera de tiempo ayudó a convertir esta región en cuna de varios líderes guerrilleros en los siguientes años.


"Tiene el valor histórico de haber sido la primera insurrección armada en América Latina de inspiración comunista. El aplastamiento que vivió fue el germen de otras revoluciones, pero también de otras épocas de mucha violencia para el país", concluye Rivera mientras apura su café.


Pero sobre todo le queda claro a Víctor Emilio, quien después de comerse otra naranja, se pone un sombrero de ala corta y se apoya en su bastón para quedar listo para la foto.


"Lo que vino después en Colombia fue peor: caminamos sobre los ríos sobre las barrigas de los muertos que echaban a los ríos. A los hombres les abrían la garganta. Fue horrible. Nada comparado con esa revuelta de los campesinos que pasaron por mi casa", concluye.


jueves, 21 de septiembre de 2017

NO HAY UN IDEAL QUE JUSTIFIQUE UN ASESINATO: ALONSO SALAZAR. TRATANDO DE ENTENDER (84)

No hay un ideal que justifique un asesinato: Alonso Salazar

La bibliografía periodística de Alonso Salazar constituye una interesante y juiciosa mirada sobre los dramas desatados por la violencia nacional y por las estructuras criminales.

Alonso Salazar, autor de La parábola de Pablo, y quien acaba de publicar No hubo fiesta. Cortesía
No nacimos pa´ semilla y La parábola de Pablo son títulos necesarios a la hora de reconstruir la historia de las agitadas décadas del 80 al 90 del siglo pasado. No hubo fiesta, su más reciente libro, hace un balance de la actividad de la militancia revolucionaria de los universitarios de los años setenta al tiempo que relata el origen de los movimientos guerrilleros.
El primer capítulo de No hubo fiesta da una mirada panorámica de la vida estudiantil y militante de la Medellín de su juventud. A la hora de hacer los balances, ¿qué cosas buenas y qué malas le dejó al país esa efervescencia política?
Se formó gente con sensibilidad social y capacidad crítica del “orden imperante”,  algunos de ellos han tenido roles sociales significativos. Los que fueron a la insurgencia privilegiaron el medio -la lucha  armada-  y fueron perdiendo de vista los objetivos  y  valoraron más la persistencia que los resultados.
Usted menciona que hubo campanazos de alerta: el libro de Jaime Arenas y Crítica a las armas, de Debray. ¿Qué hizo que buena parte de los estudiantes, a pesar de estos avisos, siguieran el camino de las armas?
Las guerrillas colombianas se fortalecieron cuando en toda América Latina se habían desmovilizado o  habían sido derrotadas en el cono sur. Influyó  la entrada en escena del M-19 que despertó una simpatía de la que se alimentaron todos los grupos armados. Desde luego,  el uso sistemático de  prácticas de la “guerra sucia”,  desde el gobierno Turbay,  alimentó  la hoguera.
Luego, a lo largo del libro, aparecen personajes importantes en su vida y en la del país: gente que asumió la vía armada. Hablemos,  para iniciar de Jairo Restrepo –El mono Candelo- y del M19.
El Mono Candelo, claro, se sacrificó por lo que consideraba noble. Él fue el primero de los conocidos de ese tiempo que murió en un enfrentamiento contra el grupo paramilitar Mas, después del secuestro de Marta Nieves Ochoa que motivó el ingreso de los narcotraficantes en el conflicto armado.  Los que militaron en organizaciones más urbanas -lo del M-19 y el Epl- se desmovilizaron en los años 90.  Los que se plegaron a las organizaciones  lideradas por campesinos -como el Eln y las Farc- no alcanzaron a ver la evolución del mundo, perdieron el sentido  de sus orígenes, afianzaron prácticas dañinas  que afectaron  incluso a la población que quería redimir. 
En el capítulo sobre las Farc habla usted de Arturo Alape. Esto me lleva a preguntarle sobre el papel que jugó la intelectualidad y el arte en el conflicto armado.
Algunos intelectuales de izquierda como Jorge Orlando Melo, Estanislao Zuleta y Álvaro Tirado, se opusieron a la lucha armada pero  un gran número de ellos  y  teatreros, compositores y escritores  la promovieron.  Alape estuvo en la guerrilla,  sus libros sobre Manuel Marulanda contribuyeron a  su  mitificación.  Solo hasta los años noventa los intelectuales  fueron explícitos  en su rechazo a la  "lucha armada". Alape le dijo a Tirofijo en el Caguán que “la muerte mesiánica” ya no tenía sentido en Colombia, pero el líder guerrillero persistió hasta su muerte.
Dedica usted un capítulo a hablar, entre otras cosas, de las contradicciones internas del Eln: su cristianismo –encarnado en la figura de Camilo Torres- y su militarismo –en la de Fabio Vázquez Castaño-. Desde su óptica, ¿cuál es el camino para llevar a buen puerto los diálogos con esa guerrilla que lleva a cabo el gobierno?
El Eln podrá avanzar en el dialogo y vinculación a la vida democrática si abandona el mesianismo que ha heredado de un tipo de cristianismo  presente desde su fundación  y entra en el campo de la política y entiende que la guerrilla no tiene perspectiva, que está por fuera de la historia, que sus acciones no dañan tanto a la "oligarquía" sino, sobre todo, al pueblo y al medio ambiente. La negociación les permitiría exponer sus  ideales en la vida democrática.
¿Cuáles antídotos debe tomar la sociedad colombiana para superar la terquedad armada? ¿Para que los dilemas políticos no se resuelvan a plomo?
Entender que la política no es "la continuidad de la política por otros medios"  sino su negación. Que el uso de la violencia no solucionó nada sino que creó un drama humanitario que tardará un tiempo en ser superado.  Ya es hora de tener un Estado con el  monopolio de las armas y actuando con respeto a los derechos humanos. Que no hay ideal que justifique el asesinato. Mandamiento que, desde luego,  debe ser un mandamiento para izquierdas y derechas.

martes, 12 de septiembre de 2017

ISAIAS NO ESTA EN LA LISTA. TRATANDO DE ENTENDER (83)


Isaías no está en la  lista
Jaime Jaramillo Panesso
Cuando anunciaron, hace meses, que el papa Francisco vendría a Colombia, la prensa contó al mundo, entre los hechos de agresión a la iglesia católica colombiana, la muerte del obispo de Arauca, Monseñor Jaramillo Monsalve, asesinado por el Eln, la guerrilla que, precisamente, combinaba los planteamientos de la teología de la liberación, franja importante de la iglesia católica latinoamericana, con el marxismo. El Eln es bifronte en su ideología y se hizo campo en el “más allá”: unos irán al infierno donde los espera Fidel Castro y otros al cielo, donde los recibirá el cura Camilo Torres.
Pocos se acordaron de Monseñor Isaías Duarte Cancino, arzobispo de Cali al momento de ser asesinado por las Farc en 2002, en el atrio de una iglesia parroquial. Isaías tenía un nombre bíblico que hizo honor a su verbo directo, batallador y franco. Santandereano, hijo de la ciudad de San Gil, 1939, Isaías también fue obispo de Apartadó, 1988, primer cargo de esa diócesis, ciudad del Urabá antioqueño, en donde ejerció su tarea evangélica en medio del terrorismo de las guerrillas EPL y Farc, y de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá – ACCU -, época de la más alta cresta de la violencia.
No era cualquier zona roja. El PCC-ML y su brazo armado, el Ejército de Liberación Nacional, Epl, fue una guerrilla maoísta que operó y tiranizó la gran sabana de Urabá y el Departamento de Córdoba. Su influencia se extendió hasta otras regiones como los santanderes. Ante su convicción de no alcanzar el triunfo por las armas, tomó la decisión de desmovilizarse,  entregar las armas y se convirtió en el partido Esperanza, Paz y Libertad –EPL- denominados los esperanzados entre la gente del común.
Calificados los esperanzados de traidores por los comunistas, la UP y las Farc, recibieron el castigo con asesinatos colectivos e individuales donde los sindicalistas cayeron como su principal blanco. Dentro de ese clima, Monseñor Duarte Cancino actuó con dos temas de fondo: educación y paz. Creó el Centro de Atención para Huérfanos y Viudas e impulsó las tareas de unidad social del heterogéneo pueblo urabaense.
Como Presidente de la Comisión Facilitadora de Paz de Antioquia, inició los primeros acercamientos a las ACCU, a la fracción disidente del Epl (Caraballo) y al Eln, por intermedio de los voceros condenados en la cárcel de Itaguí. Duarte Cancino trabajó la cátedra de Negociación pacífica de Conflictos y la Tolerancia. Algún día sus enemigos de la izquierda radical descubrirán los títulos humanos del líder eclesial. Por supuesto que no lo dirán públicamente. Menos lo dirán los narcotraficantes que también Isaías declaró dañinos y perversos para la sociedad.
Es posible que Monseñor Duarte Cancino  no merezca estar en la lista de los canonizables. Eso lo dirán su iglesia y sus prelados. Al cabo del fin, su silla de pastor en la sede arquidiocesana caleña experimenta un rumbo distinto al de Isaías. Pero quienes lo conocimos en su tarea apostólica que compartía con civiles creyentes y no creyentes, lo seguiremos recordando por su viril carácter y su decidida palabra contra los poderosos de las armas ilegales y homicidas.

ALIAS OTONIEL: EJEMPLO SANGRIENTO DE TRES DESMOVILIZACIOONES FALLIDAS. TRATANDO DE ENTENDER (82)


Alias ‘Otoniel’: ejemplo sangriento de tres desmovilizaciones fallidas

No es posible comprender la naturaleza de las denominadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia sin conocer la historia que rodea a su principal jefe, el hombre más buscado del país, quien está enviando mensajes para lograr un sometimiento a la justicia y que conoce de desmovilizaciones y entregas de armas al gobierno nacional.


“Queremos hacer parte del fin del conflicto para llegar al desarme total de todos los grupos armados del país”, expresó Dairo de Jesús Úsuga David, alias ‘Otoniel’ a través de un video revelado en días pasados. “Una vez estén dadas las condiciones, estamos dispuestos suspender todas las actividades ilegales de la organización”.

No es la primera vez que este hombre toca las puestas del Estado colombiano con la intención de deponer fusiles a cambio de perdón judicial. De hecho, la historia del hombre más buscado de Colombia, así como de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc), condensan el fracaso de tres desmovilizaciones y sus respectivos planes de reinserción a la vida legal.

Se trata de una larga historia de acuerdos, incumplimientos e insatisfacciones que, vistos en retrospectiva, despiertan serias dudas sobre la verdadera voluntad de sometimiento del temido capo, tal como lo manifestó el pasado 5 de septiembre, pero también sobre la capacidad del Estado de brindar garantías reales y efectivas de reintegración a personas que forjan sus proyectos de vida al fragor de la guerra y el crimen como en el caso de ‘Otoniel’, quien ha vivido los últimos 40 años de su vida empuñando fusiles para ejércitos irregulares de diferentes siglas.

En su momento fueron las banderas del Epl (Ejército Popular de Liberación), de inspiración comunista, las que lo convocaron a las armas. Del corregimiento Nuevo Antioquia, de Turbo, salió, junto con su hermano, Juan de Dios, a engrosar las filas de esa guerrilla que, para 1987, se peleaba a sangre y fuego cada vereda del norte del Urabá antioqueño con los nacientes grupos paramilitares de Fidel Castaño, así como con el Ejército Nacional.

“Llegaron muy jóvenes. A mí siempre me sorprendió que, ellos, que eran de Nuevo Antioquia, donde eran más fuertes las Farc que nosotros, se hayan venido para el Epl. Nosotros éramos muy fuertes en el Norte de Urabá”, recuerda Mario Agudelo, exintegrante de este grupo insurgente que luego se transformó en el movimiento político Esperanza, Paz y Libertad.

Eran tiempos turbulentos para toda la región de Urabá. Las guerrillas combinaban todas las formas de lucha para anteponerse ante sus enemigos, mientras los paramilitares de Fidel Castaño apelaban a la macabra estrategia de las masacres. Para los actores armados en disputa, la dinámica de la guerra demandaba estrategias militares avezadas y personas capaces de llevarlas a cabo y ahí despuntaron los hermanos Úsuga, mucho más que en las acaloradas discusiones sobre cómo derrocar las oligarquías y el sistema capitalista.

“Nosotros teníamos células del partido (comunista) en los frentes. Es decir, teníamos dirigente político y comandante militar. Pero cuando ellos ingresan, les toca una época muy activa del Epl en la parte militar. Muchos combates, mucho enfrentamiento. Llegaron a tener algún mando, por lo buenos que eran en la parte militar. Pero su formación política era más bien pobre”, recuerda Agudelo.

La apertura democrática que plantearon los dirigentes del Epl una vez dejaron las armas en marzo de 1991 que buscaba articularse con movimientos más lejanos del maoísmo-leninismo y más cercanos al centro del espectro político, luego de una corta, pero intensa negociación con el gobierno de César Gaviria (1990-1994), no logró cautivar ni a los hermanos Úsuga ni tampoco a un conjunto de mandos medios que no vio en el proselitismo político una opción de vida, pero tampoco se dejó seducir por una oferta institucional lenta y desarticulada.

“Se trató de un grupo de jóvenes muy propensos a la reincidencia delincuencial, porque eso pasó: se dedicaron a la delincuencia común en Apartadó, en Turbo”, relata Álvaro Villarraga, actual director de Acuerdos por la Verdad del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y quien participó del proceso de desmovilización del Epl, al referirse a los hermanos Úsuga y su grupo de amigos. “Fue muy curioso porque se formó como un grupito de amigos en el Epl. Y se volvieron muy amigos y caminaron juntos para todas partes”, agrega por su parte Agudelo.
Amistad forjada en armas

La cúpula de los Gaitanistas inició su camino armado en las filas del Epl en Urabá. Foto: archivo Semana.

A Francisco José Morelo Peñate lo conocieron en el norte de Urabá como el ‘Negro Sarley’. Murió la madrugada del 23 de abril de 2013 en un operativo realizado por comandos Jungla de la Policía Nacional en zona montañosa de Turbo. La acción fue catalogada en su momento por las autoridades como el golpe más contundente propinado a las Agc.

El ‘Negro Sarley’ fue uno de los que, 32 años atrás, se dejó seducir por los “cantos de sirena” de Francisco Caraballo, hombre recio y terco quien consideró que el Epl le había fallado a la revolución y que había que emprender nuevamente el camino de la lucha armada. El ‘Negro’ llegó con un grupo de amigos que forjó durante los años de intensos combates como guerrillero del Epl. Uno de ellos era Roberto Vargas, alias ‘Marcos Gavilán’, recientemente abatido por la Fuerza Pública en operativo llevado a cabo en zona rural de Turbo. Otro de ellos era Elkin González, más conocido como ‘Gonzalo’. Y junto a ellos los hermanos Úsuga: Dairo de Jesús y Juan de Dios.

Todos ellos integraron la disidencia del Epl que adquirió el nombre de Frente Bernardo Franco. Y en esta “aventura armada”, antiguos combatientes como ‘Sarley’, ‘Gonzalo’, ‘Marcos Gavilán’ y los hermanos Úsuga adquirieron gran protagonismo: eran combatientes altamente preparados para la confrontación armada y conocían los antiguos territorios del Epl. Además, se movían con soltura y determinación en una región inhóspita, inmensa e inclemente como el Urabá antioqueño como quieran que nacieron y crecieron allí.

Pero la pobre formación política de los nuevos comandantes condenó al fracaso la disidencia “caraballista”. Ni ‘Gonzalo’, ni ‘Sarley’, ni los hermanos Úsuga lograron cautivar las masas y rápidamente quedaron atrapados en la espiral de violencia que desataron las Farc, las nacientes Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) y los Comandos Populares, grupo armado que surgió como respuesta al exterminio que iniciaron las Farc y la disidencia del Epl contra los “esperanzados”, nombre con que se conoció a los militantes de Esperanza, Paz y Libertad.

Tras la captura de Caraballo, en junio de 1994, y reducidos a su mínima expresión, los disidentes del Epl terminaron protegidos por las Farc, donde se reorganizaron bajo el nombre de Frente Pedro León Arboleda. “Pero ellos tuvieron un problema grave con las Farc. Al parecer mataron un campesino muy cercano al jefe del Frente 5 de ese momento y les tocó volarse de Belén de Bajirá”, recuerda Mario Agudelo.

Fue entonces cuando comenzó a gestarse la segunda desmovilización de los Úsuga y sus amigos. Acorralados por las Farc, los sobrevivientes de la disidencia decidieron buscar la protección de Carlos Castaño, quien para la fecha ya despertaba odios, miedos y admiraciones por su discurso contrainsurgente y las acciones violentas que ordenaba como comandante de las Accu desde su centro de operaciones en las veredas El Tomate y Catalina, de San Pedro de Urabá.

Quedará para la historia la pregunta sin resolver de por qué Castaño les sugirió a los disidentes entregarse ante el gobierno nacional. Y más aún, porque el máximo vocero de los nacientes grupos paramilitares medió ante las autoridades civiles y militares y organizó personalmente la entrega del Frente Pedro León Arboleda.

En efecto, archivos periodísticos señalan que, en agosto de 1996, en la finca Cedro Cocido, ubicada en el corregimiento Leticia de Montería, de propiedad de los hermanos Fidel y Carlos Castaño, 60 guerrilleros del Frente Pedro León Arboleda hicieron entrega de sus armas ante delegados de la Presidencia de la República, la Fiscalía y autoridades cordobesas. Los combatientes, dirigidos por Juan de Dios Úsuga, alias ‘Giovani’, declararon a los medios de comunicación en aquel entonces que luego de hablar con Carlos Castaño decidieron dejar sus armas, cansados de tanta violencia.

“Él nos dijo que nos iba a dar tierras para nosotros trabajar y vivir en paz con nuestras familias”, declaró alias ‘Giovani’ a los periodistas que lo abordaron en aquel agosto. Tomás Concha, director en ese momento de la Oficina Nacional de Reinserción, declaró ante medios de comunicación que la Fiscalía entraría a resolver la situación jurídica de los desmovilizados para luego incluirlos en los planes de reincorporación a la sociedad.

Pero no ocurrió así. Los disidentes terminaron albergados en tierras de Carlos Castaño quien, conocedor de sus habilidades para la guerra, finalmente terminó vinculándolos a su proyecto paramilitar justo en momentos en que las Autodefensas se aprestaban a dar el salto de simples cuadrillas de sicarios a un verdadero ejército irregular con intenciones de expansión. 
Historia paramilitar

En enero de 2015 la Fuerza Pública lanzó en Urabá la Operación Agamenón para netralizar el accionar de ´Otoniel´ y sus hombres. Ese era el registro más reciente que se tenía de él. Foto: Semana.com.

Ni ‘Otoniel’, ni el ‘Negro Sarley’, ni siquiera ‘Marcos Gavilán’ tuvieron poder de mando en las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), pero terminaron siendo hombres de confianza plena de Carlos Castaño, quien no pocas veces les delegó acciones de guerra para ejecutar en varias regiones de Antioquia y el país.

Ejemplo de ello fueron los múltiples asesinatos cometidos en el municipio de Peque, occidente de Antioquia, durante la primera quincena de julio de 2001. Según relataron paramilitares postulados a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz, entre el 3 y el 10 de julio de 2001, un comando de 800 paramilitares ingresó al casco urbano desde la localidad vecina de Buriticá y en su recorrido forzaron el éxodo de más de tres mil labriegos; secuestraron a 54 personas; asesinaron otras diez y torturaron cinco más; destruyeron y saquearon todo el comercio y robaron más de tres mil cabezas de ganado. 
Para conformar este numeroso grupo, los jefes paramilitares con bloques en Antioquia debieron aportar hombres para esta misión: Ramiro ‘Cuco’ Vanoy, comandante del Bloque Mineros, respondió al llamado enviando tropas desde Tarazá, Bajo Cauca antioqueño; Diego Fernando Murillo Bejarano, alias ‘Don Berna’, y Salvatore Mancuso hicieron lo propio desde tierras cordobesas. Quien comandó el operativo fue alias ‘Marcos Gavilán’, designado personalmente por Carlos Castaño, dada la confianza que tenía en las capacidades militares del exguerrillero del Epl.

Lo mismo sucedió con alias ‘Giovani’, quien fue enviado por los Castaño a los Llanos Orientales a finales de los años noventa para apoyar las acciones del Bloque Centauros, comandado por Miguel Arroyave. En la Altillanura terminaría encontrándose con Daniel Rendón Herrera, alias ‘Don Mario’, hombre de confianza de Arroyave y hermano del jefe paramilitar Fredy Rendón, alias ‘El Alemán’. En aquel entonces nadie previó que un Rendón y un Úsuga serían los artífices de uno de los grupos armados más complejos que ha tenido el país en la última década.

Según lo reveló Hebert Veloza, alias ‘HH’, ante fiscales de Justicia y Paz, ‘Giovani’ también participó en la conformación del Frente La Buitrera, del Bloque Calima, que tuvo presencia en los municipios vallecaucanos de Palmira, Pradera, Florida, Candelaria y Cerrito, y los municipios caucanos de Miranda y Corinto. De acuerdo con Veloza, Juan de Dios Úsuga llegó a la región por orden de Castaño.

Los disidentes del Epl que buscaron la ayuda de Carlos Castaño terminaron desmovilizándose -por tercera vez- en los diferentes bloques de las Auc del país. El ‘Negro Sarley’, por ejemplo, entregó nuevamente sus armas el 18 de diciembre de 2004 en la finca El Jardín, del corregimiento Galicia del municipio de Bugalagrande, sitio de concentración del Bloque Calima. Por su parte, ‘Marcos Gavilán’ participó en la desmovilización del Bloque Mineros, llevada a cabo el 20 de enero de 2006 en la hacienda Ranchería de la vereda Pecoralia de Tarazá. Juan de Dios Úsuga también se desmovilizó el 3 de septiembre de 2004 bajo las huestes del Bloque Centauros, evento celebrado en la finca Corinto del corregimiento Tilodirán de Yopal, Casanare.

El grupo de viejos amigos y guerreros regresó a la región que los vio nacer: el Urabá antioqueño y allí terminaron respondiendo una vez más el llamado de una violencia que requería hombres con su trayectoria criminal.

Aparecen las Agc

“La mayoría de los compañeros del Estado Mayor Negociador fueron capturados mucho antes de que saliera la Ley de Justicia y Paz. No se respetaron los salvoconductos que impedían la captura. Un mes después de la captura no se han expedido los decretos reglamentarios de las leyes 782 y 975. El acogimiento a la Ley de Justicia y Paz lo hicimos en circunstancias y condiciones muy diferentes a las de hoy", consignó el poderoso jefe paramilitar Vicente Castaño en carta enviada en septiembre de 2006 al entonces Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo.

En la misiva, que reposa en los archivos de la Fiscalía 13 de Justicia y Paz, el máximo vocero de las Auc manifestó su descontento por lo que consideró un engaño. Fue, quizás, el punto de quiebre de las negociaciones con los paramilitares: Vicente le pidió a un puñado de hombres de su más cercano círculo de confianza no cumplir la orden impartida por el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez (2006-2010), que les exigió a los máximos comandantes paramilitares recluirse en un centro recreacional de La Ceja, Antioquia.

Entre quienes no acogieron dicho llamado figura Daniel Rendón Herrera, alias ‘Don Mario’, quien regresó a San Pedro de Urabá, donde, por años, funcionó el centro de operaciones de las Auc. Lo que encontró a su llegada fue un vacío de poder que rápidamente procuró copar. Informes de la época, elaborados entre otros por la Defensoría del Pueblo, señalan que luego de la desmovilización de los paramilitares, pequeñas redes de narcotraficantes continuaron sacando alijos de cocaína por diferentes puntos del Golfo de Urabá con ayuda de desmovilizados de las Auc y que localidades como Necoclí y San Pedro de Urabá funcionaban como centro de acopio de alcaloides.

Alias ‘Don Mario’ se propuso entonces reorganizar las actividades de narcotráfico que en el pasado manejara su hermano, alias ‘El Alemán’, como comandante del Bloque Elmer Cárdenas. Y, para lograrlo, se apoyó en un grupo de hombres con experiencia militar y amplios conocedores de la región: los hermanos Úsuga, el ‘Negro Sarley’, ‘Marcos Gavilán’. Esa situación quedó consignada en sendos informes elaborados en su momento por organizaciones como el entonces La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), el International Crisis Group y la Misión de Apoyo al Proceso de Paz (Mapp-OEA).

Así nació el grupo conocido como ‘Héroes de Castaño’, pero este nombre no duraría mucho tiempo. El 15 de octubre de 2008 protagonizaría su primer hecho de alto impacto: argumentando incumplimientos del gobierno nacional a la población desmovilizada de las Auc, promovieron un paro armado que obligó al cierre del comercio y la suspensión del servicio de transporte público en los municipios de Chigorodó, Carepa, Turbo y Apartadó.

Las calles de estos municipios fueron inundadas con panfletos alusivos a las Autodefensas Gaitanistas de Colombia en los que se consignó su mensaje central: “Le queremos informar a la opinión pública nacional que en vista de los incumplimientos del gobierno en el proceso de paz que adelantó con las Autodefensas Unidas de Colombia, y el avance de la guerrilla en busca de controlar zonas donde ha ejercido control la autodefensas durante muchos años, nos vimos obligado a continuar con nuestra lucha antisubversiva y en defensa de los intereses de las comunidades más vulnerables víctimas del abandono estatal producto de la corrupción político-administrativa”.

Para principios de 2009, el Observatorio de Derechos Humanos de la Presidencia identificó su presencia en el Urabá antioqueño (San Pedro de Urabá, San Juan de Urabá, Arboletes, Necoclí, Turbo, Apartadó, Chigorodó); Urabá chocoano (Riosucio); Córdoba (Montelíbano, Puerto Libertador, Valencia, Tierralta, Montería, Moñitos, Los Córdobas y Puerto Escondido); y Nordeste antioqueño (Anorí, Amalfi, Gómez Plata y Carolina del Príncipe).

Sobre su ingreso al Bajo Cauca antioqueño se han tejido varias hipótesis. Organizaciones no gubernamentales plantean que esto obedeció al interés de esta banda criminal de arrebatarle territorios aptos para el narcotráfico bajo dominio de ‘Los Paisas’, ‘Las Águilas Negras’ y ‘Los Rastrojos’, pequeños grupos armados surgidos luego de la desmovilización del Bloque Mineros y que continuaron operando en la región.

La Fiscalía 15 de Justicia y Paz ha señalado que lo que desató la guerra entre los ‘gaitanistas’ y ‘Los Paisas’ y ‘Los Rastrojos’ fue la muerte de Lázaro Rendón, hermano alias ‘Don Mario’ y ‘El Alemán’. Según el Ente Investigador, Lázaro fue asesinado en febrero de 2008 en el corregimiento Piamonte, de Cáceres, y su cuerpo arrojado, a las aguas del río Cauca, fue hallado días después en inmediaciones de Caucasia.

‘Don Mario’ acusó de la muerte de su hermano a los herederos del imperio criminal de Ramiro ‘Cuco’ Vanoy, por lo que inició una vendetta contra familiares del exjefe paramilitar y antiguos combatientes del Bloque Mineros. La primera víctima de esta retaliación fue José Nelson Vanoy Murillo, hermano de ‘Cuco Vanoy’, quien fuera asesinado el 21 de julio de 2008 en el municipio de San José de Uré, Córdoba.

Esto terminó desatando una largo y cruento enfrentamiento armado que en 2012 se saldó en un pacto entre ‘Los Rastrojos’ y Gaitanistas que les supuso a los segundos el control absoluto de la región y su posibilidad de expansión al Nordeste de Antioquia y de ahí al Magdalena Medio.

Para Álvaro Villarraga, el fenómeno Gaitanista muestra ciertas líneas de continuidad con el paramilitarismo, “en especial en sus repertorios de violencia donde se destaca las amenazas hacia líderes sociales, sindicalistas, comunidades, activistas de derechos humanos, pero también hay rupturas y es que se trata de una fase más degradada de esa parte delincuencial que tuvieron las Autodefensas. Las actuaciones están más articuladas a redes de narcotráfico”.

De acuerdo con diferentes organismos humanitarios, entre ellos la Defensoría del Pueblo, las Agc son las mayores responsables de hechos violatorios a los derechos humanos en los últimos cinco años, particularmente en casos de desplazamientos forzados, asesinatos selectivos y amenazas.

En un reporte de esta agencia del Ministerio Público se lee que “esta organización armada conserva una estrategia contrainsurgente que se basa en el señalamiento, las amenazas y la presión contra formas de organización social local por la defensa de derechos y del territorio de comunidades campesinas e indígenas. Estos factores han permitido que el grupo armado ilegal regule de forma violenta las relaciones sociales”.

Su proceso de expansión ha sido intenso y acelerado, al punto que su presencia, según investigaciones recientes de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), se puede advertir actualmente en poco más de 107 municipios del país, llegando a tener una cifra cercana a los 1.700 hombres en armas, sin contar las redes de outsourcing que han logrado edificar en diferentes ciudades del país para sus fines criminales.

“La revisión de prensa permite establecer que por algún tipo de presencia se debe entender que ha habido, principalmente, captu­ras, incautaciones de cargamentos de droga y armas, denuncias por extorsiones y otros delitos. Esto forta­lece la hipótesis del crecimiento de redes o niveles de subcontratación, así como el presunto uso de la marca Agc, táctica muy común por parte de grupos o es­tructuras delincuenciales que buscan intimidación y aparentar un poder que realmente no tienen”, consigna la FIP en su más reciente informe. 

Durante una década, las Agc han demostrado una gran capacidad de recomposición y una flexibilidad que les permite adaptarse a las circunstancias. Lo demostraron en abril de 2009, cuando miembros de la Policía Nacional capturaron en zona rural del municipio de Necoclí, Urabá antioqueño, a alias ‘Don Mario’. Lo hicieron nuevamente cuando el 1 de enero de 2012, integrantes de la Fuerza Pública abatieron en zona rural de Acandí, Chocó, a Juan de Dios Úsuga, alias ‘Giovani’, quien heredó el mando tras la captura de ‘Don Mario’. 

Cinco días después, esta muerte se convertiría en una excusa para demostrar el poder que para ese año tenía la organización armada. A través de un panfleto distribuido casa por casa decretaron el segundo paro armado, que afectó decenas de municipios, entre ellas sus capitales, en los departamentos de Magdalena, Antioquia, Chocó, Córdoba, Sucre y Bolívar.

Luego caería el ‘Negro Sarley’ y, más recientemente, fue abatido ‘Marcos Gavilán’. Ambos fueron vistos en parajes recónditos del Urabá antioqueño como grandes benefactores, campesinos comunes y corrientes que empuñaron las armas para darles qué comer a su pueblo. Del grupo de viejos amigos solo queda ‘Otoniel’, quien nuevamente expresa su deseo de entregar las armas y someterse a la justicia tras casi cuatro décadas de operar en la ilegalidad, siempre en la misma región que lo vio crecer, convertirse guerrillero, luego paramilitar y, finalmente, en poderoso narcotraficante.

Esa intención del máximo jefe de las Agc echa por tierra el propósito esbozado en uno de sus documentos internos incautados por la Policía Nacional: “para 2018, las ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia-Jorge Eliecer Gaitán’ serán un actor armado y político que buscará entablar negociaciones con el gobierno nacional”. Nada más distante de la realidad.

Tomado de el portal VerdadAbierta.com septiembre 12 de 2017

Enlaces: 
http://www.verdadabierta.com/rearme/6745-alias-otoniel-ejemplo-sangriento-de-tres-desmovilizaciones-fallidas
 (Leer más en: Urabeños demuestran su poder regional)
(Leer más en: Los saboteadores que enfrenta el proceso de paz)
 (Leer más en: ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ en el Bajo Cauca antioqueño)
(Leer más en: El día que Peque, Antioquia, conoció el horror paramilitar)
(Leer más en: Los secretos del ‘Clan Úsuga’)




martes, 29 de agosto de 2017

MOCKUS DICE QUE "LA PAZ NO ES NINGUNA MARAVILLA" TRATANDO DE ENTENDER (81)


Mockus dice que “la paz no es ninguna maravilla”

FUENTE. ELCOLOMBIANO.COM 29 DE AGOSTO DE 2017

Una cuchara de madera. Ese es el nuevo símbolo que el profesor Antanas Mockus está utilizando en sus talleres sobre cultura ciudadana y construcción de paz. El pasado jueves, cerca de 200 personas vivieron esta experiencia en el Museo de Arte Moderno de Medellín.


En cada cuchara los participantes escribieron el nombre de una persona cercana víctima del conflicto o de la violencia en Colombia, y la fecha del momento de victimización. En la parte ancha describieron hechos relacionados con la violencia y si ya había perdonado, si no podía hacerlo, o si no quería.

Al final, algunas personas sembraron este objeto casero en un jardín, otros prefirieron dejarlo en el MAMM o llevarlo a casa. Unos cuantos lo dejaron en poder de la corporación del profesor Mockus.

En diálogo con EL COLOMBIANO, contó que su estrategia pedagógica, “la paz a cucharadas”, es una experiencia de trabajo colectivo que inicia con el ejercicio del “admiródromo”, en el cual las personas reflexionan y aprenden sobre la importancia de la aprobación del otro.

¿Cuántas cucharadas son necesarias para digerir la paz? ¿Por qué decidió escoger ese símbolo?

“Trabajamos con sicología social, con sociología, con antropología, pero digamos es sacarles el cambio cultural voluntario, entonces estamos partiendo de que Colombia quiere la paz, y esta, por medios culturales, es nuestra especialidad. La cuchara se vuelve un monumento, pero es un monumento extraño. Abre el cajón de la cocina de su casa donde usted guarda los cubiertos y se encuentra con la cuchara que hace parte de la historia de la familia. La paz se toma por cucharadas”.

Ya inició el proceso de implementación, pero se acentuó la polarización. ¿Qué papel debe jugar el discurso del perdón en el debate electoral que arranca?

“La política sin polarización no existe, pero si esto se come todas las energías, pues la sociedad se va para abajo, se estrella. Deberíamos dedicarle el 80 por ciento de nuestra energía a construir. La paz no es ninguna maravilla, es un titular horrible, pero no es fácil. En parte los agarrones en que andamos los colombianos son exactamente lo que queríamos cuando se dijo que silenciáramos los fusiles. Se silenciaron, pero aumentó la gritería. Hay que regular esa explosión. Es como si nos hubieran prohibido durante muchos años hablar y ahora estamos, como niños, descubriendo que uno puede decir cualquier cosa y otro le responde. La paz no es ningún paraíso. Entraña una tensión distinta y unas restricciones sobre los medios. La política tiene que volverse pedagogía. Parte de la polarización se da entre quienes se enfrentan a la corrupción y los que se enfrentan a la desigualdad”.

¿Por qué medio país siente que perdieron con la firma del Acuerdo?

“Hay un fenómeno que los sicólogos han estudiado que es la aversión a la pérdida. Algunos estudios dicen que si uno pierde 10.000 pesos, no queda en paz consigo mismo encontrándose 10.000 pesos, sino que tiene que encontrarse entre 23.000 y 25.000. Las pérdidas son vistas con una lupa que magnifica la pérdida, eso tiene unas bases etológicas, en el mundo animal”.

¿Es muy difícil que haya una sociedad reconciliada?

“Lo primero que hace la gente para sobrevivir es asegurarse, no perder lo poco que tiene. Yo no entendía la ley del talión, me parecía una barbaridad eso de “ojo por ojo, diente por diente”. Lo que pasa es que por sicología la gente por un ojo quita dos, o hay quien quita dos y medio... lo espontáneo es la escalada. Usted me mata uno, y yo le mato dos. Entonces, seguramente en el momento no va a ser fácil, sirve para un momento de alto entusiasmo en el país. Con el Acuerdo se advirtió ojo que hay otras fuentes de violencia, eso no piensan otros investigadores, otros candidatos, otros políticos. El político, con la paz, ya no puede justificar sus barbaridades como las justificaron ayer. Matar gente, secuestrar, no es fácil. La politización armada se combate de dos maneras, por el lado político o militar”.
¿Por qué la corrupción va en contravía de la paz?


“Los recursos públicos son sagrados y cuando esto no funciona, inicia la corrupción. Si uno quiere sintetizar los dos problemas sociales, tienen que ver con la corrupción y la desigualdad”.

¿Qué evaluación hace del proceso de implementación del Acuerdo?

“No deberíamos desesperarnos por no lograr la paz con la velocidad que quisiéramos, es clarísimo que se ha avanzado y que cumplen funciones complementarias los que creen y los que no. El paso a la actividad política no violenta no es una transición simple. La gente va a tratar de acomodar las reglas a su conveniencia. Por ejemplo, con la reforma política personas como Humberto de la Calle, que estaban en primera línea de la negociación, han dicho que traiciona el Acuerdo. El primer error de los partidos políticos es pasarse por la faja el Acuerdo”.

¿Cómo es la apropiación del arte en sus talleres?

“El taller que doy no es una conferencia de Ciencia Política... es algo así como: dígalo con arte. En un cuento de ciencia ficción un corrupto va a un museo de arte contemporáneo y lo que ve hace que se suicide. ¿Es eso un propuesta política o artística? El arte nos enseña que hay que sorprendernos. Un teórico dice que las cosas se vuelven grises con el paso del tiempo, el matrimonio, el trabajo, y que por eso la misión del arte es meterle colores a todas esas actividades”.

¿La visita del Papa Francisco a Colombia ayudará a la reconciliación nacional?

“Lo del Papa latinoamericano es una oportunidad muy grande. A diferencia del Papa anterior, Benedicto XVI, que se dedicaba más a la discusión teológica, este, Francisco, es más militante, más de comunicación con los jóvenes, más temático. Estuvo en Nueva York y fue impactante la adecuación del discurso a los distintos auditorios. Supo hablarles a los jóvenes, pero también a los empresarios. Ahora, el mundo le está cobrando duro a la Iglesia Católica la violación de los niños, un comportamiento indebido. Pero sin el apoyo de la Iglesia varias peleas se van a perder”.


Sobre la polémica que hay en el país por la reducción del presupuesto de inversión en sectores como la educación, el deporte y la cultura, Mockus afirmó que es parte de la autoridad del presidente cómo manejar la cosa de tal modo que solo se viera lo que cuesta la paz al final. “Ahora hay que hacer reformas simultáneas. No me alegro mucho, porque era la realidad. La paz cuesta. Con ser menos corruptos ahorraríamos parte del dinero que necesitamos, pero aun, si nadie se robara nada, tocaría tener más impuestos. Es muy incómoda la situación, pero hay una urgencia, el mismo Acuerdo de paz cuesta. La clase dirigente del país quiere langosta, pero a precio de kokoriko”.

domingo, 27 de agosto de 2017

EL PARAQUEADERO PADILLA. TRATANDO DE ENTENDER (80)

                                   El paraqueadero Padilla


Hace 15 años el Estado colombiano tuvo la oportunidad de darle un fuerte golpe al paramilitarismo. El allanamiento de un parqueadero en Medellín entregó la planilla completa de los paracos: sueldos, préstamos, cuentas por cobrar y otras señales particulares. El saldo definitivo fue a favor de los asesinos: tres investigadores pagaron con su vida la suerte del hallazgo. Iván Velásquez, magistrado que lideró las investigaciones de la parapolítica, era fiscal regional durante el operativo. Aquí están sus ingratos recuerdos.  


Fuente:  periódico Universo Centro.  Medellín, Colombia ed 43 2017
Autor:    Iván Velásquez Gómez
  
En homenaje a Sergio Humberto Parra, Jorge Fernández y Diego Arcila, investigadores del CTI asesinados en Medellín entre 1998 y 1999.

En octubre de 1997 se produjo un revolcón en los cuadros directivos de la Fiscalía en Medellín. Los crecientes rumores sobre la connivencia de algunos fiscales con el paramilitarismo alentaron la movida. A la unidad del Cuerpo Técnico de Investigaciones fue enviado un curtido funcionario que se desempeñaba como fiscal en Bogotá, Gregorio Oviedo Oviedo; y a mí, que para entonces ocupaba el cargo de magistrado auxiliar en el Consejo de Estado, se me nombró en la regional de Medellín. La prioridad, me dijo el Fiscal General durante la posesión, era impulsar las investigaciones contra los paras, y en esa tarea contaría con el total respaldo de los directivos nacionales.
Era la época de expansión del paramilitarismo y del auge de las Convivir, cuya creación se promovía desde el propio despacho de la gobernación de Antioquia con Álvaro Uribe y Pedro Juan Moreno a la cabeza.
Oviedo y yo conformamos rápidamente un buen equipo de fiscales e investigadores, al que se sumó pocos meses después el doctor J. Guillermo Escobar Mejía, quien asumió como jefe de la unidad de fiscales regionales encargada de ese tipo de investigaciones; él era el faro de la ruta. A la unidad de narcotráfico se incorporó el incorruptible juez Laureano Colmenares Camargo. A ambos los conocía desde mis tiempos de empleado judicial, y con el primero los lazos se estrecharon cuando logré convencerlo de que fuera mi director de tesis en la Universidad de Antioquia.
Esas dos figuras de la judicatura en el nivel directivo de la fiscalía regional de Medellín me brindaban una gran tranquilidad, por el manejo adecuado que asumirían de sus unidades; además, era un clarísimo mensaje para la comunidad jurídica y los propios funcionarios, incluidos los miembros del CTI, acerca de la orientación que tendría nuestra gestión en la fiscalía regional, que para entonces no gozaba de muy buen nombre debido a los rumores de corrupción que llegaban hasta la capital. Pocos días después de mi llegada a la dirección fueron destituidos casi dos decenas de fiscales, a quienes, según supe, se les reprochaba participación directa en "torcidos" o colaboración con corruptos.
Mirando la historia con la distancia que da el tiempo, creo que el mensaje llegó a muchos sectores, y en particular a un grupo de investigadores del CTI que vivían en medio de la zozobra, el temor y la desesperanza, pues ya sabían de las andanzas de Carlos Mario Aguilar, quien más tarde se conocería con el alias de 'Rogelio', un hombre que logró penetrar el CTI merced a las generosas dádivas que entregaba a sus ex compañeros. A su propósito también ayudó la asombrosa pasividad del Director Nacional del CTI en ese momento, que había sido alertado por otros funcionarios de la institución, antes y después del homicidio de Manuel López, jefe de la Sección de Información y Análisis –SIA–, cometido en 1997 por sicarios de adentro y de afuera, pocos meses antes de que Oviedo y yo nos posesionáramos.
Jorge Fernández y Diego Arcila necesitaban en quien creer. El primero, si mal no recuerdo, había reemplazado al sacrificado jefe de la SIA, y el segundo acababa de regresar a la ciudad después de un "exilio" en el Búnker de Bogotá y dirigía la Sala Técnica, el centro de interceptaciones del CTI en Medellín. Necesitaban en quien creer y nos encontraron a Oviedo y a mí.
La confianza de Jorge y Diego generó la de sus cercanos en el CTI y, por ese efecto que solo entendemos bien los que nos hemos dedicado a la investigación criminal, también la de sus fuentes, aunque no tuvieran, en general, contacto con Oviedo y conmigo.
Miembros de las Convivir desencantados de la organización o desengañados porque conocieron su real esencia, integrantes de "combos" convertidos en informantes, personas de las comunidades golpeadas por la delincuencia, víctimas de paramilitares, guerrilla, bandas o milicias, se fueron acercando o mantuvieron sus lazos, ahora fortalecidos, con los investigadores. La abundante información era procesada por los analistas del CTI y compartida con los fiscales regionales. Estábamos en el mejor momento del "optimismo funcional", ese sentimiento renovador que nos hace creer que es posible acabar con la impunidad, y ni siquiera el doloroso asesinato de Jesús María Valle en febrero de 1998 –"un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado"– nos amilanó ni frenó el impulso casi frenético que teníamos.
En esas estábamos cuando recibimos un dato: el número telefónico de un mando medio de las ACCU que por aquellos días había sufrido la fractura de una pierna y dedicó su incapacidad, en su casa en Bello, a largas y reveladoras conversaciones con miembros de su organización. Hablaba a sus anchas, con total desparpajo, sin saber que era escuchado en tiempo real por un analista del CTI en la sala técnica que dirigía Diego Arcila; esa inmediatez permitió, en varias oportunidades, frustrar acciones planeadas por el grupo armado.
Fue así como se supo que en la mañana del 30 de abril de 1998 un camión repleto de uniformes camuflados se desplazaría desde Medellín hacia Sopetrán, en el occidente de Antioquia, donde operaba un bloque comandado por alias 'Memín'. Un grupo de investigadores enviado por Oviedo y liderado por Sergio Humberto Parra interceptó el camión en cercanías de San Jerónimo y obtuvo la dirección desde donde supuestamente había salido el cargamento, lo que permitía pensar que allí funcionaba la fábrica; la nomenclatura señalaba un parqueadero situado a menos de quinientos metros de La Alpujarra, sede de la Fiscalía Regional y centro administrativo del departamento y la ciudad.
De inmediato Gregorio Oviedo organizó el operativo. Llegaron a un parqueadero común, nada revelador. Superado el desconcierto inicial, alguien observó una especie de ramada a un costado del lote, un segundo piso al que subieron apresuradamente Oviedo y sus hombres. Allí, frente a un escritorio y acompañado de dos secretarias, Jacinto Alberto Soto Toro, alias 'Lucas', engullía papeles para destruir evidencias al tiempo que, ayudado por una de sus "mecanógrafas", destrozaba disquetes con desespero. "Queda usted detenido", le dijo directamente Gregorio Oviedo.

 Fueron decomisados decenas de disquetes, dos libros de contabilidad y documentos bancarios: un verdadero tesoro que revelaba la estructura íntegra de las ACCU, sus finanzas y quienes las aportaban, cuadros de nómina discriminados por escuadras, los alias de sus integrantes, incluido el del respectivo jefe, la identificación del grupo, la semana a la que correspondía el pago y su valor, las retenciones de sueldo por préstamos o para fondos comunes, etc.
Ese mismo día, al caer la tarde, Oviedo fue a mi despacho y me dio un completo reporte del operativo. Desde mi oficina, ubicada en el piso 21 del edificio José Félix de Restrepo, con ventanas a la calle San Juan, me señaló el Parqueadero Padilla. ¿Quién podría imaginar siquiera que a pocos metros de la Fiscalía Regional estuviera funcionando el centro de contabilidad de las ACCU?
Durante toda la mañana del 1 de mayo un equipo de investigadores y fiscales se dedicó a la revisión de los documentos contables, a decretar el embargo de centenares de cuentas y a elaborar los oficios correspondientes, que fueron entregados a primera hora del día siguiente en las entidades bancarias. Luego se examinaría la legalidad de cada uno de esos depósitos, por el momento había que impedir que las autodefensas recuperaran el dinero.
Menos de dos meses después, el 10 de junio de 1998 al final del día, Sergio Humberto Parra fue asesinado a tiros de fusil en inmediaciones del Cementerio San Pedro en Medellín, cuando iba para su casa en Bello.
A mediados de septiembre el Fiscal General Alfonso Gómez Méndez dispuso el traslado del proceso para la Fiscalía Regional de Bogotá, cuya dirección estaba a cargo de Antonio José Serrano, un hombre de su absoluta confianza, según me dijo telefónicamente un mes después, cuando me llamó a recriminarme porque el fiscal del caso no había remitido una caja de documentación relacionada con el desembargo de algunas cuentas. Ese era el respaldo que ofrecía el Fiscal General en la lucha contra el paramilitarismo.
La reasignación del proceso fue aprovechada por las autodefensas para falsificar el oficio secretarial que dejaba a 'Lucas' a disposición de la dirección de fiscalías en Bogotá; en su lugar elaboraron un oficio que lo ponía a órdenes de un fiscal seccional de Medellín, quien le concedió de inmediato la libertad y personalmente confirmó la decisión a las autoridades carcelarias. Así salió de la cárcel Bellavista Jacinto Alberto Soto Toro, por la puerta principal, el 30 de septiembre de 1998. Posteriormente el Tribunal Superior de Medellín absolvería al fiscal Jhonny López Patiño, como se llamaba el corrupto que le entregó la boleta de libertad, quien finalmente fue condenado por la Corte Suprema de Justicia el 29 de enero de 2004. La fuga, según me contó Éver Veloza, alias 'HH', antes de ser extraditado, costó unos 800 millones de pesos.
¿Y la investigación? Ah, pues nada. Parece que se hubiera reasignado a la Regional de Bogotá para frenarla. Apenas en mayo de 2001, un mes antes de la renuncia de Gómez Méndez, reemplazado en calidad de encargado por un hombre de su plena confianza, Pablo Elías González, se realizó el allanamiento a Funpazcor, entidad que aparecía vinculada al paramilitarismo en los papeles encontrados en el Parqueadero Padilla tres años antes. En los documentos se repetía constantemente el nombre de Sor Teresa Gómez, hoy condenada por el homicidio de Yolanda Izquierdo.
Es verdad que en la administración de Luis Camilo Osorio el expediente se devolvió a Medellín para que le dieran sepultura. Pero en realidad falleció en manos de Alfonso Gómez Méndez, quien todavía no ha explicado por qué, si la reasignación que se ordenó para impulsar el proceso desde la capital tenía fecha de septiembre de 1998, apenas en mayo de 2001 se logró el ingresó a las oficinas de las autodefensas en Montería, identificadas casi treinta meses antes.
Que el paramilitarismo se paseo tranquilo por la Fiscalía de Luis Camilo Osorio parece ser un hecho irrebatible. Pero que la principal responsabilidad por la impunidad en el caso del Parqueadero Padilla, conocido en Bogotá como el caso Funpazcor, es de Alfonso Gómez Méndez, no admite discusión ¿Cuánta sangre le costó al país esa impunidad? ¿Cuánta impunidad ha generado esa impunidad? 



MI ÚNICO ENCUENTRO CON CARLOS CASTAÑO

Nota: esta breve crónica de mi encuentro con Carlos Castaño la escribí pensando en comenzar mi idea de se escritor y cronista del conflicto....