Entrar en la
discusión de si Colombia es un país urbano o un país rural no tiene mucho
sentido, aparte de la trascendencia del conflicto en una u otra concepción
de país.
Es claro que el
conflicto armado colombiano es un conflicto rural y ligado a temas agrarios no
resueltos, básicamente la concentración de la propiedad de la tierra y el uso
de la misma. Es un conflicto
armado que se gestó durante siglos en el campo colombiano y que los momentos de
escalamiento que ha tenido ha generado la gran concertación urbana y los cordones de
miseria, con población que busca refugio y supervivencia alrededor de los que antes
eran plácidos pueblos y pequeñas ciudades, y hoy se han convertido en gigantescos núcleos humanos.
La geografía en
los mapas es muy distinta a la geografía del acomodamiento humano, y
simplemente mirar un mapa generaría la sensación de la inmensidad rural, pero
observar la densidad poblacional nos daría otra percepción muy distinta; la de
el país intensamente urbano. Es la consecuencia “lógica” del
desplazamiento forzado durante siglos y que se exacerbó con el escalamiento del
conflicto.
Sin embargo
seguimos tratando de avanzar en solucionar el conflicto armado rural de gran
connotación agraria, lo que es deseable desde cualquier punto de vista, pero….
¿Será suficiente desactivarlo para lograr la anhelada paz?
Debemos
considerar entonces que si bien el logro de un acuerdo para el fin del
conflicto con las guerrillas será un aporte importante, urgente y absolutamente
necesario a la superación de esta gran tragedia humanitaria que viven millones
de colombianos en el día a día,
sus efectos no serán sentidos en las grandes concentraciones urbanas, y
nos atrevemos a plantear algunas razones.
En primer lugar,
no se han desactivado las causas del conflicto y la cuestión agraria, que
aparenta solucionarse es solo una
de ellas. Y a continuación pudieran mencionarse la pobreza, la exclusión
social, la inequidad en el ingreso, la falta de acceso a una justicia ágil,
eficiente y “justa”, (valga la necesaria redundancia), la inaccesibilidad una
salud integral para la mayoría, la falta de acceso a la educación, el desempleo
y la falta de oportunidades, cientos de clases de “violencia” no tratada, la
incapacidad del estado para proveer garantías de respeto a la vida y la
integridad física, la inseguridad desbordada y un largo etcétera.
Todo este largo
cúmulo de problemas sociales se viven cada día en las calles de cada una de
nuestras poblaciones. En los barrios, en las comunas, en el día a día millones
de personas tienen que sobrevivir en medio de los cientos de problemas que
producen esas causas maléficas.
¿es un panorama
desolador? Puede serlo….. pero no
deja de ser una oportunidad para la creatividad y la innovación, temas que
resultan prácticamente dejados a la acción del estado, a la buena voluntad de
la cooperación internacional y a
la iniciativa privada, pero que cada vez mas se convierten un gran reto para
las organizaciones sociales.
La iniciativa y
la innovación social es responsabilidad del sector social. Muy particularmente la reconciliación nacional tiene que
salir de expresión de esa voluntad de acercamiento entre víctimas y victimarios
y la adopción de una actitud
colectiva resiliente. Ni el estado, ni la comunidad
internacional están en capacidad de proveer reconciliación, y la prueba de ello
fue la temprana desaparición de la Comisión Nacional de Reparación y
Reconciliación CNRR, que fue la primera víctima de la ley de víctimas.
Hoy todos
esperamos el fin del conflicto
armado y el logro de la reconciliación, pero muy pocos están haciendo
verdaderamente algo por conseguirla. Solo
mediante la verdadera innovación, mediante el desarrollo de soluciones efectivas y creativas
en materia social se podrá por fin superar el conflicto a todo nivel, en el urbano y
en el rural con una solución integral que verdaderamente se asemeje a lo que
todos idealizamos como la paz.
/ANTONIO J. GARCÍA FERNÁNDEZ
/ANTONIO J. GARCÍA FERNÁNDEZ
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