Tulio Bayer Jaramillo (perfil)
Durante la década de los años
sesenta del siglo XX, Tulio Bayer Jaramillo fue considerado el enemigo público
número uno del país. Médico, guerrillero. “Un vago, un anarquista, un loco, un
trashumante, un esquizofrénico que no para en ninguna parte ni se concentra en
ningún oficio”, dijo de él un
amigo o un enemigo, da igual.
Quienes lo persiguieron y a
quienes combatió, especialmente con su pluma y con su humor negro y corrosivo,
poco deben saber del hambre y los avatares a los que lo condujeron tanto la
realidad política, económica y social del país, como su propia personalidad y
temperamento francos, abiertos, sinceros, más allá de lo recomendable o de lo
políticamente correcto.
Bayer escribió varias obras a lo
largo de sus casi sesenta años de existencia, recorridos entre Riosucio,
Caldas, donde nació en 1924, hasta París, Francia, en 1982, donde murió de un
infarto cardíaco: Carretera al mar (Bogotá: Iqueima,1960), Gancho ciego: 365
días y una misa en la cárcel Modelo(1978), Carta abierta a un analfabeto
político (1978) y San BAR, vestal y contratista (1978), estas tres últimas,
publicadas por Ediciones Hombre Nuevo, de Medellín.
La medicina y el conflicto social
y político, la picaresca colombiana, sus andanzas académicas, laborales y
políticas, y su lucha contra “la Inquisición y el Santo Oficio colombianos” quedaron
allí registrados, debatidos, estigmatizados, injuriados.
Una enumeración superficial lo
muestra como estudiante inquieto; médico joven en Medellín, Urabá, en Manizales
y Estados Unidos; empleado de laboratorios de drogas cuya actividad ilícita y
criminal denuncia, doctor de selva y llano, fugaz y casi solitario guerrillero,
exiliado en variopintas naciones, escritor de novelas, de diatribas políticas,
y, al final, solitario, impertinente y mordaz, como traductor de literatura
científica para editoriales médicas y para algunos de los laboratorios que
tanto combatió.
Tulio Bayer encaja en la
definición que da Nietzsche del espíritu libre por oposición al espíritu
gregario. En su mitología personal era un revolucionario que debió haber muerto
en 1959, en el 64 o en el 66, no importa la fecha. Cometió ese error histórico
de ser un anacronismo que se paseaba como best seller —Carta abierta a un
analfabeto político— con un libro atrasado por el cual debía responder ante los
implicados allí, añadiendo incluso más cargos y más nombres si había polémica,
y responder ante los revolucionarios o presuntos revolucionarios diciéndoles
cosas muy desagradables de sus respectivos grupúsculos. Para entonces, días
antes de morir, estaba cansado de la serie de cortometrajes que constituían la
vida de ese tal Tulio Bayer, médico de la Universidad de Antioquia (1953),
guerrillero, errante por tantas geografías.
No era lo mismo ser fervoroso
revolucionario años atrás, cuando no conocía las complejidades del socialismo o
de los pretendidos socialismos. La imagen que ya tenía de lo que había pasado
en la evolución de las ideas era que el cadáver de Dios, putrefacto, había
servido para que se alimentaran los gallinazos, los zamuros de derecha y de izquierda,
los obispos católicos y marxistas. Era con base en estas cagarrutas dogmáticas
como se habían hecho todos los socialismos.
El verdadero socialismo está por
inventar.
Dijo Gustavo Álvarez Gardeazábal:
“Hay que tratar de entender un personaje que el país nunca pudo aceptar, al que
le cerraron las puertas y nadie le dignificó teniendo derecho a mucho más. Tal
vez el verdadero problema de Tulio Bayer es que no fue sobresaliente, diría
mejor que no fue triunfador, en nada de lo que asumió. Ni como médico ni como
farmaceuta, pese a haberse graduado en Harvard, ni como guerrillero ni como
combatiente ni como político, y mucho menos como escritor pudo saltar la línea
media del comportamiento. Allí residió el problema del tratamiento que el país
le concedió. Parecería como si el no haber cuajado un espacio concreto le
difuminara ante los ojos de la patria. Pero intentó tantas cosas con tal
validez de criterios que para muchos como yo se nos volvió envidiable ejemplo del
contestatario que tanta falta le ha hecho a este país”.
Perfil: Carlos Bueno Osorio /
Fotografía: Jairo Osorio Gómez, Paris 1979 tomado de Almas Libres, editado por Universidad de Antioquia.
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