miércoles, 28 de junio de 2023

DOCE REVELACIONES SOBRE EL CONFLICTO ARMADO QUE HIZO LA COMISION DE LA VERDAD. Tratando de entender (134)

fuente: el espectador . junio 25 de 2023

Doce revelaciones sobre el conflicto armado que hizo la Comision de la Verdad
La injerencia de Estados Unidos en el conflicto armado, la historia sobre la creación de las AGC y de un bloque de las AUC o la participación del ELN en el genocidio de la Unión Patriótica son algunas de las revelaciones que hizo la Comisión de la Verdad en el Informe Final y sus anexos. Colombia+20 hace un resumen de algunas de ellas.


El 12 de noviembre de 1997, dos semanas después de la masacre de El Aro, El Colombiano captó las primeras imágenes de la destrucción causada por las autodefensas que quemaron el 80% del poblado.


La Comisión de la Verdad recopiló cerca de 9.600 testimonios a lo largo y ancho del país, inspeccionó miles de expedientes judiciales y fuentes documentales, recibió cientos de informes aportados por la sociedad civil y trabajó durante cinco años con más de 600 investigadores tutelados por 12 comisionados que tuvieron la difícil labor de condensar todo aquel acervo en un informe que diera cuenta sobre los hechos y dinámicas más importantes del conflicto armado en Colombia.

El producto principal de aquella labor es el Informe Final de la Comisión de la Verdad, que reúne en 11 volúmenes la aproximación más profunda que se haya hecho a las causas que motivaron la guerra en Colombia y el desarrollo de la misma a través del tiempo.



No obstante, buena parte del material que permitió construir dicho informe se encuentra recopilado en los casos y anexos del Informe Final, constituyéndose en valiosos documentos de investigación sobre temáticas específicas, con importantes revelaciones que han pasado desapercibidas. En Colombia+20 hemos ido publicando a lo largo del último año uno por uno los casos y anexos más relevantes, y acá ofrecemos un resumen de ellos, que pueden consultarse en cada uno de los enlaces.


Con un estudio del reciclaje de la violencia en el Bajo Cauca y el sur de Córdoba después de la desmovilización de los paramilitares, la Comisión de la Verdad terminó estableciendo cuáles fueron los hechos que permitieron la fundación de las AGC, también llamadas Clan del Golfo, en la subregión de Urabá.



El documento contiene detalles de los primeros financiadores, de los apoyos que militares activos y políticos locales dieron a los fundadores del grupo, así como de la decisión de antiguos narcos y paramilitares como Carlos Mario Jiménez “Macaco” y Daniel Rendón Herrera “Don Mario”, que buscaban un “plan B” para garantizar que no perderían las rutas de la cocaína una vez se consolidara el proceso de paz con los grupos paramilitares.


Este anexo del informe final fue elaborado por el reportero Juan Diego Restrepo tras un año de trabajo con la veintena de cajas que componen el expediente del sonado caso del ‘Parqueadero Padilla’, liderado en sus comienzos por el hoy ministro de Defensa Iván Velásquez. En aquel parqueadero del centro de Medellín se descubrió durante un allanamiento la contabilidad del grupo de Autodefensas de Córdoba y Urabá, liderado por los hermanos Castaño y Salvatore Mancuso, quienes a la postre crearían las Autodefensas Unidas de Colombia.


Aunque el caso judicial terminó empantanado y sin condenas contra la mayoría de mencionados en el proceso, la Comisión de la Verdad estableció que alrededor de 500 empresas y personas naturales de Antioquia, Córdoba y el Eje Cafetero aportaron dinero a ese grupo paramilitar, que por esos años estaba en plena expansión. Por primera vez se publicó el listado completo de personas mencionadas en el caso, que hicieron pagos a las Autodefensas, una lista que incluye a famosos ganaderos y bananeros paisas, también a poderosas empresas como Leonisa, Coltejer, Vehicaldas, concesionarios de Toyota, entre otras.

Este documento fue elaborado por la periodista Nubia Rojas, quien rastreo en múltiples fuentes documentales los ataques más significativos a la prensa y a los reporteros desde la década de 1930 hasta el presente, pero además hizo un hallazgo importante: algunos medios de comunicación y sus directores también habían jugado un papel relevante a la hora de justificar u ocultar hechos del conflicto, promoviendo narrativas que contribuyeron a encender más la guerra en algunos momentos de la historia nacional.


“El periodismo colombiano ha tenido, desde la aparición de los primeros periódicos en la época de La Colonia, un estrecho vínculo con el poder político -fuera este oficialista u opositor; pero, sobre todo, oficialista- y así se convirtió él mismo en una forma de poder que sus dueños han sabido siempre capitalizar para favorecer sus intereses”, asegura el texto, que reseña prácticas como el mal uso del lenguaje y la revictimización en los cubrimientos.


El consenso histórico establecía que la célebre masacre de Tacueyó era responsabilidad de Hernando Pizarro y Javier Delgado, un par de mandos guerrilleros perturbados que decidieron exterminar a su propia tropa. La masacre ocurrió entre 1985 y 1986 en las montañas del Cauca, en el seno de una pequeña disidencia de las extintas FARC en donde varios comandantes terminaron ejecutando a 163 de sus propios hombres por acusaciones de espionaje.

Sin embargo, la Comisión encontró indicios de que Javier Delgado podría ser en realidad un infiltrado del Ejército y que aquello obedecía a un plan para desestabilizar al grupo guerrillero desde adentro. Las propias Fuerzas Militares reconocieron en su testimonio a la Comisión que si tuvieron un infiltrado dentro del grupo, aunque no precisaron que fuera Delgado, y aseguraron que este hombre “presenció toda la masacre y que, contra todo pronóstico, logró sobrevivir”.


En un anexo sobre la historia de la confrontación entre guerrilleros y paramilitares al interior de la cárcel Modelo de Bogotá la Comisión realizó un completo diagnóstico de la precaria situación carcelaria en el país, donde se denuncia la corrupción del INPEC y la forma como en el interior de los penales la guardia termina cogobernando en alianza con los delincuentes.

No obstante, entre las revelaciones más importantes de este anexo hay una que confirma con otros testimonios la reciente versión del paramilitar Salvatore Mancuso ante la Justicia Especial para la Paz, asegurando que el Bloque Capital de las Autodefensas fue fundado en Bogotá por narcos y paramilitares presos en la cárcel Modelo, por petición expresa Francisco “Pacho” Santos, quien luego sería vicepresidente de la República durante el gobierno de Álvaro Uribe.

Además, este documento ofrece detalles de cómo ocurrió el asesinato del humorista Jaime Garzón y de su vista a la Modelo pocos días antes del magnicidio para intentar que dos paramilitares presos, Ángel Gaitán Mahecha y Miguel Arroyave, mediaran ante Carlos Castaño, quien ya había ordenado su muerte.


La guerra colombiana se ha entendido siempre como un conflicto armado interno, en donde diferentes actores locales entraron en confrontación. Pero uno de los hallazgos más importantes de la Comisión tuvo que ver con establecer que desde el comienzo hubo una injerencia determinante de potencias extranjeras como los Estados Unidos en el marco de su estrategia contra el comunismo, que luego derivó en la llamada “guerra contra las drogas”.

También se evidenció el rol que poderosas compañías extractivas multinacionales tuvieron financiando directamente a batallones y unidades del Ejército, o en otros casos a las guerrillas que las extorsionaban para dejarlas operar dentro de sus territorios.


Los caminos del movimiento estudiantil y la violencia colombiana parecen ir siempre entrelazados. Desde las grandes protestas universitarias contra la hegemonía conservadora y la masacre de las bananeras a finales de la década de 1920, cuando cayó por balas de la Policía el joven Gonzalo Bravo Pérez, considerado el primer estudiante caído, hasta la persecución de activistas y líderes estudiantiles por hechos tan recientes como el atentado al centro comercial Andino en 2017.

La Comisión estableció que la violencia contra los estudiantes y sus organizaciones ha sido sistemática en todas las fases del conflicto colombiano, con especial saña en contra de las universidades públicas, consideradas fortines de los grupos guerrilleros, que a su vez, infiltraron y penetraron las organizaciones estudiantiles provocando una militarización del movimiento social muy dañina.


Como un dato anecdótico, aunque no menor, la Comisión de la Verdad descubrió que las famosas “papas bomba” que los universitarios utilizan en sus protestas desde los años ochenta, fueron importadas desde las guerras centroamericanas a donde muchos universitarios colombianos viajaron como voluntarios para unirse a los grupos guerrilleros de aquellos países.


Uno de los capítulos más desconocidos del conflicto colombiano tiene que ver con la violencia en contra del pueblo Rrom o gitano que vive en el país. Para otro anexo de la Comisión de la Verdad se entrevistó a centenares de sus miembros, testimonios que se cruzaron con datos del Departamento Nacional de Estadísticas (DANE), para comprobar que el conflicto armado fue un importante factor de asimilación en contra de los gitanos, provocando que perdieran aspectos fundamentales para ellos como la lengua propia y su vida nómada. La violencia también obligó a que muchos de ellos tuvieran que huir desplazados hacia Ecuador, Venezuela o Argentina, lo que ha causado una considerable disminución de la población gitana en el país.


La narrativa más aceptada sobre el genocidio de la Unión Patriótica establece que una alianza de narcos, paramilitares y agentes del Estado perpetraron miles de crímenes para exterminar dicho partido político de izquierda, que había surgido tras los acuerdos parciales entre Belisario Betancur y las FARC a mediados de los ochenta.

No obstante, en uno de los casos de estudio de la Comisión de la Verdad se prueba que en un territorio puntual, el departamento de Arauca, el Ejército de Liberación Nacional, otro grupo guerrillero de izquierda, contribuyó con decenas de asesinatos contra militantes de la Unión Patriótica para evitar que estos consiguieran por la vía de la legalidad el poder de alcaldías y consejos municipales.

Este caso es más amplio y contiene detalles ya conocidos de la guerra entre las FARC y el ELN en ese departamento sostuvieron a mediados de los 2000, una pugna que venía de rencillas entre ambas organizaciones en la región desde la década del ochenta.


El escándalo de las interceptaciones ilegales del extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) es ampliamente conocido, pues afectó a magistrados, políticos y periodistas durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, a quien esa entidad respondía por estar adscrita a la Presidencia de la República.

Sin embargo, había un capítulo oculto de aquellas operaciones ilegales de espionaje que fue revelado por la Comisión en uno de sus anexos. Se trata de la “Operación Europa”, una trama de espionaje, amenazas y hostigamientos que sufrieron activistas, defensores de derechos humanos, reporteros e incluso ciudadanos extranjeros, por órdenes de dicha entidad, en medio de múltiples acciones encubiertas e ilegales que se realizaron por fuera del país, principalmente en Europa.

Aunque los hechos están probados en documentos y fueron confirmados por las propias víctimas, nunca se avanzó en los procesos judiciales por estos crímenes, además, buena parte del material probatorio fue destruido por antiguos funcionarios poco antes de los allanamientos que la Fiscalía realizó en las instalaciones del extinto DAS.


Aunque se ha hablado mucho de despojo por parte de grupos paramilitares, había un episodio vergonzoso del conflicto que salpicaba también a las Fuerzas Militares. Se trata del desplazamiento del caserío de Peñas Coloradas, en el departamento de Caquetá. Como lo demostró la Comisión de la Verdad en uno de sus casos, terminó quitándole a una comunidad su tierra por causa de los operativos militares, el miedo, la zozobra y dudosas maniobras administrativas que hasta hoy siguen sin resolverse, luego de que se instalara una base militar en medio de un territorio que era fortín de la guerrilla de las FARC.

Con un estudio de los títulos mineros en un amplio territorio del Chocó, la Comisión de la Verdad pudo probar que los intereses de la multinacional minera AngloGold Ashanti terminaron coincidiendo con la violencia y el desplazamiento en la región, e incluso que dicha empresa transfirió recursos económicos a batallones y unidades militares que operaban en la misma zona en donde se encontraban sus títulos mineros.


Como un detalle importante, este anexo revela el mecanismo de “testaferrato minero”, con el cuál terceros hacían de intermediarios para que la multinacional se apoderara de títulos mineros. En uno de estos casos la Comisión pudo probar que varios títulos le fueron concedidos primero a Santiago Uribe Vélez, hermano del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, y que luego estos títulos pasaron a manos de la AngloGold Ashanti.

martes, 11 de abril de 2023

LA RESURRECIÓN DEL "CHE" TULIO BAYER. REINALDO SPITALETTA. tratando de entender (133)


Resurrección del “Che” Tulio Bayer

Reinaldo Spitaletta abril 11 de 2023 el espectador. columnista.


Tulio Bayer Jaramillo (1924-1982), de Riosucio, Caldas, fue guerrillero en el Vichada, anarquista para siempre, cuestionador de los “mamertos” como Gilberto Vieira y su “comunismo” oficialista, rompió en su momento con Fidel Castro y la revolución cubana, fue un “eterno inconforme”, se opuso al dogmatismo (a lo mejor, con algo de dogma) y escribió varias novelas, como Carretera al mar (1960) y Fineglass, recientemente publicada, a 40 años de la muerte de su autor.

El médico, graduado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, con un posgrado en la Universidad de Harvard, fue, por su personalidad, sus acciones, su visión crítica del poder oligárquico colombiano y otras maneras cuestionadoras de ver el mundo, una suerte de Che Guevara a la criolla. El exilio y la cárcel fueron parte de su experiencia vital. Y la escritura, que quedó como un testimonio no solo de un tiempo (el de una buena parte de la violencia en Colombia), sino de una revolución que no llegó, lo mantiene vivo en una memoria esquiva y borrosa. Sigue su lucha contra el olvido.


“El desastre del socialismo es un hecho. El comunismo no existe todavía en el mundo. Dos desastres: comunismo y capitalismo. Solución a la vista: ninguna, por eso es que yo sigo siendo revolucionario”, fue una de sus sentencias, que se puede leer en un libro del profesor e historiador Orlando Villanueva Martínez (que editó, además, la novela Fineglass) Tulio Bayer, una vida contra el dogma, que recopila correspondencia y otros escritos del médico revolucionario y “libre pensador”.


Bayer terminó de escribir su Fineglass el 8 de mayo de 1968, en París, con base en un relato de su colega y amigo Alberto Galofre Franco acerca de un paciente homosexual, estudiante de odontología de la U. de A. Sucede en Medellín (mejor dicho, en Medeyín, como él la grafica), la del “perfume de incienso, de pecueca, de boñiga y de motor oil”, en la “Medeyín, con su excelentísimo (otro escritor, también médico y nacido en Envigado, decía “excrementísimo”) señor arzobispo y sus obispos, y sus obispitos, y sus padres jesuitas, y sus monseñores, y sus caracterizadas madres superioras de los colegios y hospitales…”.

En la Medellín (o Medeyín), la del hollín y los tugurios, la de las miserias y la hipocresía, la de las “decanesas de la prostitución” y del celestinaje, acaece un drama en tiempos en que el homosexualismo se consideraba una enfermedad psiquiátrica y se realizaban tratamientos para curar esa desviación, con la que los maricas sufrían hasta el infinito, porque, además, como lo escribió Bayer, “el dogma antioqueño establece que en Antioquia solo hay hombres y mujeres, sin matices intermedios”.


Cincuenta y cuatro años tuvo que esperar la novela en mención para ser publicada, hecho que, además, fue, por su búsqueda y encuentro, una suerte de odisea del profesor Villanueva Martínez, editor y curador de la misma. Da cuenta de una mentalidad de larga duración, que aún no se ha esfumado por completo, como la segregación y el racismo, aplicado por elementos de las élites de una Antioquia discriminadora, blanqueada y excluyente. En esta novela corta (menos de 150 páginas), con interesantes momentos médicos conectados con la evolución (o involución, según se mire) de la psiquiatría, las lobotomías y los electrochoques, hay un largo sufrimiento de Fineglass (así se llama el protagonista), al que, al fin de cuentas, el doctor Galofre logra curar.

En esta obra, en la que aparecen sectores como el viejo Guayaquil, El Bosque, algunas zonas de tolerancia, se revive el episodio vergonzoso protagonizado por el médico Braulio Henao Mejía, que fue gobernador de Antioquia, cuando proclamó que “los pobres y los negros no son aptos para estudiar medicina”, ultraje que además auspició una huelga universitaria. “Aquella huelga la perdimos, huelga decirlo”, advierte el narrador de la novela. Las discriminatorias pataletas de Henao las continuó un rector encargado de la Universidad de Antioquia, contra negros y pobres, porque, según decía, de pronto se perdían las ayudas de fundaciones internacionales como la Kellogg, la Rockefeller, la “CIA Foundation y otras respetabilísimas Foundations norteamericanas”, como escribe Bayer.

Fineglass, el joven estudiante que se enamoró de un costeño, muestra cómo la sociedad, en particular la de esta ciudad pacata y ultra pecaminosa, está construida sobre las apariencias y el cómo mantenerlas. La Medeyín de la novela es, como en la realidad, “una ciudad moderna por fuera y detenida por dentro en el Medioevo”, así como la “república” de Colombia en ella descrita es un feudo del “eminentísimo cardenal, de los Ospina Pérez, de los Lara, de los Eder, de los Echavarrías y de los Lleras”. Es, como se connota y denota, una “real monarquía del Sagrado Corazón de Jesús”.

Es un hecho feliz el hallazgo y publicación de esta obra de un hombre que sigue oscilando entre el mito y la realidad, entre la historia y la leyenda. Tulio Bayer, el guerrillero-escritor, sigue dando lecciones de cómo combatir el dogmatismo (de izquierda y derecha) y las “verdades reveladas”.

sábado, 25 de marzo de 2023

TORPEDOS DE GUERRA CONTRA LA PAZ por GUILLERMO CANO ISAZA. TRATANDO DE ENTENDER (130)


24 mar 2023 - 10:19 a. m.
136 años de El Espectador: Guillermo Cano y una columna en pro de negociar la paz
El recordado director de este diario opinó el 20 de marzo de 1983 sobre la necesidad de ayudar a la entonces Comisión de Paz a buscar salidas a la violencia generalizada en Colombia. Ideas que siguen vigentes.

Guillermo Cano Isaza / Especial para El Espectador



Guillermo Cano Isaza en su escritorio de "El Espectador", diario que dirigió desde los años 50 del siglo XX. Don Guillermo nació el 12 de agosto de 1925, en Bogotá, y fue asesinado por denunciar a las mafias del narcotráfico el 17 de diciembre de 1986. / Archivo



«Torpedos» de guerra contra la paz…


Un grupo de ciudadanos del Caquetá, que mantienen sus nombres en reserva por explicables y justificadas razones de seguridad personal, dirigieron la semana pasada una extensa carta al doctor Otto Morales Benítez, algo así como el «memorial de agravios», de una parte de la sociedad colombiana afectada por los efectos de la violencia organizada de las guerrillas y la violencia planificada de la delincuencia común. 

Ellos hablan a nombre propio y en nombre de otras muchas gentes que han sufrido y padecido tanto por el «boleteo», el «cuenteo», la amenaza, el chantaje de que han sido víctimas y lo son actualmente. En su legítimo derecho de protesta y de indignación incluyen sin embargo en su documento innecesarios e inadmisibles agravios y sindicaciones, acaso explicables en la hiel de la ira, de la impotencia y del resentimiento que se ha filtrado hasta sus sentimientos más íntimos, contra el presidente de la Comisión de Paz, y hablan de los escritorios seguros y cómodos de las grandes ciudades, en contraste con los riesgos e incomodidades del campo.

El memorial de quejas por la guerra que han sufrido y padecido tanto, ¡se convierte entonces en un torpedo contra la paz! Quisiéramos encontrar en la carta de los ciudadanos del Caquetá algo más que el memorial de agravios. Sabemos, y lo deploramos con toda nuestra energía, los sufrimientos y las mortificaciones y los peligros en que se ha convertido, por desgracia, el ejercicio legítimo y creador de la profesión de agricultor y ganadero en amplias zonas del país.

Es una situación que no es de hoy, de los tres últimos meses, ni de los recientes siete meses del gobierno Betancur. Es una situación que se remonta por años y años, a décadas inclusive, en los que los sistemas de coacción se han ejercido y refinado en la medida en que la inseguridad ha aumentado y la audacia de la violencia política común ha ampliado su ominoso espectro sobre la sociedad colombiana.


Comprendemos que a los autores e inspiradores del documento —que otros miles querrían suscribir también— los ha movido en su queja y en su ofensa a la Comisión de Paz un cierto sentimiento de frustración porque continúen hoy, como hace un año o como hace diez años, conviviendo con la muerte anunciada, con el secuestro insinuado, con la tributación expropiatoria decretada bajo amenaza, con el exilio forzado de sus tierras, con la inestabilidad de la familia convertida, de habitante asentado en la llanura o en la montaña, en nómada errante por caminos sin futuro adivinable.


¿Por qué hoy y no ayer?

El problema de fondo radica, en nuestro modesto punto de vista, en que solo ahora se produzcan estos pronunciamientos tan llenos de horror y basados en razones de tanta justicia, y no se hubieran escuchado desde antes, desde cuando comenzaron, desde cuando se fueron extendiendo, desde cuando tomaron cuerpo estos sistemas de inaudita coacción, como norma incivilizada de existencia. Que no los hubieran redactado ayer los denunciantes de hoy; o que no se les diera entonces pública divulgación oportuna y amplificada; o que no hubieran encontrado receptividad y acción por parte de los organismos encargados de prevenirlos o reprimirlos. Nos inquieta que la erupción de las quejas y protestas ocurra precisamente en momentos en los que se adelanta la más importante acción de paz, encaminada a restablecer la tranquilidad y la coexistencia pacífica de todos los colombianos en todo el territorio nacional.

Que sea ahora cuando se levanten casi simultáneamente los cohetes de lanzamiento de explosivos «torpedos» de guerra contra la paz. Decimos simultáneos, porque mientras se trabaja con dedicación y desprendimiento en la búsqueda de la pacificación de los espíritus y de los brazos, las guerrillas y la delincuencia común realizan una escalada de violencia y, de otra parte, se enjuicia con descortesía y con irrespeto a quienes se consagran a intentar construir la paz, aun a riesgo de sus vidas e indiscutiblemente en detrimento de su tranquilidad personal y profesional.

Ellos también están amenazados y «boleteados» y coaccionados. Su misión de paz no les ha hecho ciertamente más segura su paz personal hoy que ayer. La quieren para mañana, para ellos y para todos. Y por eso están ahí, tan en peligro, como los ganaderos, los agricultores, los industriales o los comerciantes.

Nos asisten legítimos temores de que, por acción o por omisión, estemos ante una o varias conspiraciones contra la paz que nos conduzcan inexorablemente a un nuevo y todavía más sangriento e irreversible enfrentamiento atroz y violento. Recordemos cómo y por qué fracasó, cuando comenzaban a cosechar los primeros frutos, una paz estable bajo el ejemplar gobierno de Alberto Lleras, cuando se realizó la más grande, generosa y necesaria cruzada de rehabilitación de las zonas de violencia y de los violentos.

La rehabilitación propuesta y puesta en marcha por Alberto Lleras fue «torpedeada» sin misericordia con argumentos extrañamente coincidentes con los que ahora se escuchan para criticar la Amnistía y las gestiones de la Comisión de Paz. Que si se iba a premiar a los alzados en armas con tierras y créditos; que si los violentos iban a recibir el mismo tratamiento de los pacíficos; que si se perdonaban los pecados, ¿qué premio iban a tener los puros —que no eran todos— de pureza probada?

Y tantos «torpedos» se dispararon que el gran plan de rehabilitación nacional se quedó en sus primeros pasos. Si alguien rastrea la historia con rigidez y seriedad, no le será difícil encontrar que en la frustración de los instantes estelares de la reconciliación colombiana de palabra y de hecho se localiza el origen del nuevo incendio que comenzó a propagarse con fuerza devastadora porque no dejaron apagar del todo los rescoldos de la división fratricida ni se dieron soluciones completas a los desequilibrios e injusticias que motivaron las anteriores cruentas violencias colombianas.

La paz que no se ha ensayado

Desde cuando hace más de un año insinuamos que si se habían ensayado en tres décadas los más variados sistemas de represión de la violencia política y común, ¿por qué no se recurría al ensayo que nunca se había hecho en la búsqueda de la paz? Durante treinta o más años el país gastó y desgastó sus instituciones, sus hombres y sus riquezas para reprimir movimientos subversivos, o guerrilleros o bandoleros, o como se los quiera llamar. Pero jamás, fuera de ciertos paréntesis como la amnistía de Rojas Pinilla y posteriormente con la rehabilitación de Alberto Lleras, se recurrió a caminos diferentes de los de la fuerza en nombre, legal si así lo quiere usted, amable lector, de defender el sistema democrático amenazado. Y es verdad histórica que solo en los dos paréntesis anteriores se vislumbró tan cerca la paz completa. Pero en ambas oportunidades funcionaron los «torpedos» de guerra a la paz.

El primero, cuando los guerrilleros se acogieron a la amnistía, fueron perseguidos implacablemente y algunos de ellos asesinados de manera brutal. Y en la segunda entrabando, estableciendo alambradas de hostilidades a los programas de rehabilitación que estaban permitiendo a los colombianos pescar de noche en nuestros ríos.

En los primeros meses del año pasado todos los candidatos a la Presidencia de la República, sin excepción alguna, plantearon en sus campañas la necesidad de la paz. Unos con más amplitud hablaron de paz nacional; otros equivocadamente de paz liberal; pero todos de una paz con soluciones políticas, sociales y económicas. Los colombianos, al pronunciarse en las urnas, lo hicieron no solo por el nombre de sus preferencias, sino, indiscutiblemente, por la paz. Y el presidente elegido y en pleno ejercicio está ensayando la paz desde los comienzos y aun en las vísperas de su mandato.

No comprendemos, entonces, que si la guerra —con breves intervalos frustrados de paz— ha durado treinta años, ¿tenemos que declararle la guerra a la paz cuando aún no van siete meses de experiencias en campos minados de uno y otro lado?

¿Sí quieren la paz?

Hay momentos, cuando leemos unas declaraciones cargadas de explosivos virulentos disparadas por agentes de orden y de paz o nos enteramos de espantables y cobardes acciones delictivas realizadas por gentes de guerra sin ley ni Dios, en que nos sentimos caminando por entre un laberinto sin salida, en medio de las tinieblas, de rayos y centellas, de truenos ensordecedores, en el cual cada pequeño sendero que se vislumbra como luz guía hacia la paz termina en una muralla de incomprensiones y de ambiciones y de egoísmo que no hay forma de superar.

Los guerrilleros divididos continúan sus acciones violentas a pesar de que se les ha tendido la mano y en ella el olvido; la delincuencia se adueña del río revuelto para lograr abundante pesca en su infame profesión depravadora; sectores amplios de la sociedad organizada y trabajadora deciden echar por el camino de en medio justiciando y justificándose en sí mismos el ejercicio de la justicia personal, no importa la crueldad con que se aplique, regresando a las épocas aterradoras de las matanzas sumarias, sin procesos, ni leyes, ni jueces.

Y es entonces cuando intuimos, alarmados y aterrados, que estamos acercándonos acelerada, inconsciente, irresponsablemente a la ominosa coincidencia de que lo que todos quieren, los buenos, los menos buenos, los menos malos y los malos, lo que quieren es la guerra a muerte total de tierras arrasadas, de ciudades devastadas y de seres humanos sin vida, sin honra y sin hacienda.

Lo que no se quiere es la paz. Lo que quieren es la guerra. Ante tan gran torpeza histórica, nos negamos a formar filas en los ejércitos apocalípticos de la subversión, de la violencia delictiva o de los vengadores crueles e implacables que agitan la bandera de la pena de muerte de la «ley de fuga», de la justicia por propia mano, de la «Muerte a Secuestradores», del «ojo por ojo, diente por diente».

Hemos siempre formado parte del débil e inerme ejército de la paz, porque tiene que existir alguna diferencia que distinga, en la sociedad humana, entre quienes le rinden culto a la fuerza y quienes le rinden culto a la inteligencia y al espíritu del hombre que es, al fin de cuentas, lo que lo separa de los seres irracionales e inferiores.

Moralejas

Un legendario vaquero norteamericano, de la épica, sangrienta y cruel conquista del Oeste, donde se cometieron en todas partes, por todas las partes, toda clase de crímenes atroces, citado por James Mitchener en su grandiosa «Zaga del Colorado», decía: «Recomiendo a todos mis descendientes que se mantengan apartados de las armas de fuego, porque me he dado cuenta de que causan más daño a los hombres buenos que a los malos».

***

¿Por qué no ensayamos a dejar trabajar en paz a la Comisión de Paz?

MI ÚNICO ENCUENTRO CON CARLOS CASTAÑO

Nota: esta breve crónica de mi encuentro con Carlos Castaño la escribí pensando en comenzar mi idea de se escritor y cronista del conflicto....