El 6 de junio de 1957, hace 55 años, la Policía asesinó a Guadalupe Salcedo cerca de la estación de bomberos del sur de Bogotá, según testimonio del entonces fiscal del caso, doctor Eduardo Umaña Luna, mi profesor en la Universidad Nacional.
El general de las guerrillas del Llano tenía un tiro en la palma de la mano izquierda, por lo cual se podía deducir que había levantado los brazos para demostrar que no iba armado. Y no lo iba. Había estado toda la tarde en la casa de Juan Lozano y Lozano acompañado de Berardo Giraldo, el Tuerto, capitán también del movimiento insurgente. Cerca de la estación de buses que salían para Villavicencio, por allá en la calle 9ª, se tomó unos últimos aguardientes con otro de sus compañeros de armas, uno de los hermanos Betancur. Tocó cuatro y cantó como sabía hacerlo, y ya tarde se dirigió hacia el sur porque tenía pensado madrugar para viajar al Llano. Frente al hospicio de San José, la Policía detuvo el carro en que viajaban los exguerrilleros. Guadalupe, envalentonado por los tragos, no quiso parar. Lo siguieron y a pocas cuadras se le atravesó la radiopatrulla y ahí quedó muerto el hombre que había mandado 10.000 llaneros cuando el país tenía apenas 11 millones de habitantes y el Llano no llegaría a 100.000 habitantes.
Guadalupe nació en Tame, Arauca, pero se crió en Guariamena —entre Maní y Orocué—, tierras de los Unda, una familia muy criolla. Su padre era, como muchos llaneros, venezolano. Creció manejando reses y arreglando potros, pero, como dice el dicho: donde hay soga, se arrebiata y donde hay ganado, se roba, y un día terminó preso en la cárcel de Villavo por cachilapeo. De allí lo sacaron el capitán Alfredo Silva, comandante de la base aérea de Apiay, y Eliseo Velásquez, un zapatero que se había tomado Puerto López obedeciendo a un plan de la Dirección Nacional Liberal que al final falló. Guadalupe regresó al centro del Llano y se alzó en armas. En otras regiones se habían levantado, o estaban por levantarse, los Betancur, los Batista, los Fonseca, los Sandoval Franco Isaza, el Pote Rodríguez, Eduardo Nossa, Dumar Aljure, Berardo Giraldo, José Alvear Restrepo y toda una tropa de criollos de a pie. El levantamiento derrotó primero a la Policía y poco a poco arrinconó en sus cuarteles al Ejército Nacional, que contaba ya con la asistencia y apoyo de EE.UU. Eran grupos de guerrillas desarticulados que sin embargo lograban coordinar ataques y organizar redes logísticas. A medida que el mando se fue unificando alrededor de Guadalupe, las órdenes se convirtieron en normas y las normas en leyes del Llano. La segunda fue una Constitución agrarista que fundaba un Estado. Guadalupe dio un golpe mortal al Ejército en las cercanías de Orocué, en el Turpial, donde dio de baja a 98 soldados regulares y obligó a Urdaneta Arbeláez a un acercamiento por medio del liberalismo. Un año después, Rojas Pinilla se tomó el poder y decretó la amnistía y el indulto a guerrilleros y militares, comprometidos estos “en exceso de celo” por delitos de lesa humanidad. Guadalupe firmó la paz en Monterrey el 22 de julio de 1953. Siempre he creído que fue víctima también de una emboscada. Está enterrado en San Pedro de Arimena con dos de sus guardaespaldas.
También un 6 de junio, hace 46 años, se estrenó en el teatro de La Candelaria Guadalupe, años sin cuenta, trabajo de creación colectiva, dirigido por Santiago García, la obra que más representaciones ha tenido en la historia del teatro nacional y que más aplausos, con razón, ha recibido. El grupo entrevistó a exguerrilleros, campesinos, dirigentes políticos y convirtió su memoria en un testimonio que contiene toda la verdad de la guerra, de esa guerra, pero también de la que hoy nos cerca.
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