La leyenda que hay detrás de los restos de Camilo Torres
EL TIEMPO revive entrevista al general Valencia, la pista más clara del cuerpo del cura guerrillero.
ELTIEMPO.COM ENERO 17 DE 2016
Foto: ARCHIVO PARTICULAR
Camilo Torres fue abatido el 15 de febrero de 1966 en Santander.
Luego de que el presidente Juan Manuel Santos confirmara que autorizó buscar los restos del cura guerrillero Camilo Torres, la leyenda sobre su muerte y el destino final de su cuerpo vuelve a agitarse.
La semana pasada, la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (Eln) había pedido la ubicación de los restos como un gesto de paz y el viernes el arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve, afirmó que el Presidente le había dicho que ya se estaban buscando.
Sin embargo, ¿qué es lo que se sabe de esta historia 50 años después de la muerte del subversivo? La pista más clara la reveló en el 2007 el general Álvaro Valencia Tovar, quien para la época era coronel y fue el hombre que comandó las operaciones contra el Eln en Santander. Sus tropas de la Brigada V fueron las que abatieron al famoso cura guerrillero.
Valencia Tovar, que era uno de los militares más respetados en el país, le dijo en el 2007 a
Maria Isabel Rueda en una entrevista, cómo era su relación de amistad con Torres y qué sabía de sus retos, los cuales custodió durante varios años. El secreto lo guardó Valencia Tovar desde 1969, cuando exhumó el cadáver, no muy lejos del lugar del combate, y se lo llevó.
Valencia, columnista de EL TIEMPO hasta el día en que falleció, aseguró en medio de la charla con Rueda que todos los detalles de lo ocurrido solamente se los revelaba a este medio y a la Revista Semana.
Reviva a continuación los datos más reveladores de ese diálogo con María Isabel Rueda:
La confirmación de la muerte en combate
Después de varios intentos, el coronel Álvaro Valencia Tovar logró comunicarse con su sargento. Era la tarde del 15 de febrero de 1966. Esa mañana, en una vereda de San Vicente de Chucurí (Santander), en medio de una emboscada del Ejército de Liberación Nacional, una patrulla militar había dado muerte a cinco guerrilleros.
Valencia, que no había podido llegar al lugar por el mal clima, pero conocía una descripción preliminar de uno de los subversivos, estaba ansioso por saber quién era.
- Es un guerrillero alto y barbado, le dijo el sargento.
- ¿Le requisó los bolsillos?
-Sí, le encontramos tres cartas en otro idioma.
Ese detalle hizo sospechar al coronel. Podía tratarse de alguien que él conocía. Valencia llevaba seis meses como comandante de la V Brigada del Ejército con sede en Bucaramanga y, un mes atrás, había conocido el manifiesto del sacerdote Camilo Torres, que confirmaba su ingreso a las filas subversivas.
-¿Le encontraron una pipa? ¿Una pipa con un anillo de plata en la parte media de la boquilla?
-Sí, aquí la tengo.
¡Mataron a Camilo Torres!, pensó de inmediato.
Así recuerda Valencia el momento en que supo que tropas a su mando habían abatido al emblemático sacerdote.
Al día siguiente de la emboscada, cuando Valencia pudo llegar al sitio del combate, confirmó con sus propios ojos la noticia.
"Cuando lo vi lo reconocí de inmediato. Barbado, delgado, con señas de picaduras de insectos en todo el cuerpo. Ese momento para mí fue tremendo. Era mi amigo, un intelectual compatible con mi manera de ver el país", cuenta Valencia.
Imagen de Camilo Torres antes de entrar a las filas de la guerrilla.
La mañana siguiente, le informó al general Rebeiz Pizarro, ministro de Guerra, que uno de los guerrilleros muertos era Camilo Torres.
-¿Está seguro, coronel?
-Sí, general, completamente seguro.
-Redacte un comunicado.
-¿Eso no lo hace el Ministerio?
-No, redáctelo y fírmelo.
Desde ahí Valencia supo que para los seguidores de Camilo él se convertiría en el responsable de su muerte. Y eso lo motivó a pedirle al general que enviara un investigador especial para evitar que lo acusaran de manipular la investigación. Así se hizo.
Ante la noticia, la reacción en todo el país fue enorme. Varias organizaciones de izquierda emitieron comunicados en los que hablaban del "asesinato", "las torturas" y "la profanación del cadáver".
La carta de Fernando
Seis días después de los hechos, Valencia leyó una carta en El Espectador. Era de Fernando Torres, hermano mayor de Camilo. La había enviado desde Minnesota.
"Nada ni nadie podrá reparar la pérdida de mi mejor amigo", decía la carta.
Pero un párrafo le llamó particularmente la atención a Valencia: "El deber de sus verdaderos amigos es impedir que su imagen y la imagen de su muerte y su cadáver sean objeto de demostraciones vulgares y estentóreas promovidas por aquellos que solo lo vieron en vida y lo consideran después de muerto como un arma para crear el desorden y sacar provecho para sus propias ambiciones".
"Le escribí diciéndole que su carta me había conmovido, que yo estaba profundamente afectado porque Camilo había sido mi amigo, le presentaba mis condolencias y le decía que si algo podía hacer por su familia, contaran conmigo", recuerda el general.
Poco tiempo después, Fernando le contestó que aceptaba su oferta para que, cuando fuera posible, los restos le fueran entregados a la familia.
La orden oficial en ese momento era sepultar a los guerrilleros caídos en combate en el sitio del combate.
"Tuve la precaución de preparar una tumba separada de los otros guerrilleros y le ordené a un capitán topógrafo que hiciera el plano del sitio exacto donde quedaba la tumba", cuenta Valencia.
El general Valencia durante su entrevista con María Isabel Rueda en 2007. Foto: Héctor Fabio Zamora.
¿A qué se debió el trato especial que le dio a los restos? A dos razones. Primero, Camilo era su amigo. Un día, cuando Valencia tenía apenas 4 años, le dio una fiebre tifoidea muy fuerte y sus padres llamaron a Calixto Torres Umaña, médico de la familia, para que lo viera. Calixto, que era el padre de Camilo, llegó y dijo: "A este muchachito me lo echan a una tinaja de agua fría".
"Eso me salvó la vida. Y me creó la amargura de pensar que el hijo de quien me salvó la vida iba a morir combatiendo contra mis tropas", confesó Valencia.
Ese fue el primer contacto de una amistad que los llevó a reencontrarse cuando Camilo ya era sacerdote y Álvaro, militar, en el batallón Miguel Antonio Caro; así como cuando Camilo era el capellán de la Universidad Nacional, y Álvaro estaba en la dirección de la Escuela de Infantería; y cuando Torres dirigió la Esap, mientras Valencia era jefe de operaciones del Ejército.
Pero además de la amistad, Valencia, como combatiente, siempre profesó un profundo respeto por el enemigo. Se negó a odiarlo y a irrespetarlo.
"He tenido esa filosofía. Nunca denigré a Camilo, ni acepté decirle bandolero. Siempre me referí a los guerrilleros con respeto", explica. Por eso le impactó muchísimo cuando, en Corea, recuperó los cuerpos mutilados de 4 de sus soldados. "Es anormal que al enemigo se le trate así", insiste.
La exhumación
Cuando se cumplieron tres años de la muerte de Camilo, a principios de 1969, Valencia llamó al capitán que le había hecho el plano. Dirigió la exhumación de los restos y los depositó en una urna funeraria que había comprado en Bucaramanga.
De allí se los llevó a un médico que certificó que pertenecían a un mismo cuerpo. Tomó entonces un helicóptero que lo llevó a Bucaramanga.
Pocos días antes había inaugurado un mausoleo, en el cementerio de la capital santandereana, para sepultar a los soldados de la Brigada.
"Ahí sepulté a Camilo", dice Valencia. Es decir que los restos del sacerdote símbolo de la teología de la liberación, que un día frustrado por las injusticias sociales decidió sublevarse, descansaron en un mausoleo militar al lado de soldados de la misma brigada que le dio muerte.
"Sus restos fueron los primeros que se depositaron en el mausoleo, en la primera fosa para osarios", dice el general antes de explicar lo que significó para él esa decisión: "Después de la vida no puede seguir el odio que inspiró toda esta contienda. Que por lo menos, en el lugar del último reposo, pueda estar un soldado al lado de un guerrillero, eso para mí es simbólico".
Valencia entonces guardó en un sobre lacrado un documento que decía lo que había hecho y lo depositó en la caja de seguridad de la brigada que solo manejaba el comandante.
Por entonces las peticiones sobre los despojos mortales de Camilo venían de todas partes. '¿Qué hizo Valencia con los restos de Camilo?', preguntaban muchos.
Vino luego su traslado a Bogotá y lo sucedió Luis Carlos Camacho Leyva. "Le hice la entrega y lo llevé a mostrarle el mausoleo de la Brigada", cuenta.
Allí le dijo:
- Aquí está Camilo Torres.
-¿Cómo pudiste sepultarlo aquí?
A Camacho, según Valencia, no le gustó para nada el tema. Y un año después, cuando le entregó el mando a Ramón Rincón Quiñónez, Valencia volvió a la brigada.
- ¿Ramón, Camacho te dijo algo de los restos de Camilo?
- No, no me dijo nada.
"No puede ser, hay que sacar el sobre de la brigada porque se va a perder", pensó.
Recurrió a un amigo a quien le había hecho favores muy especiales en la brigada.
- Necesito que guardes este sobre. En cualquier momento una persona vendrá con instrucciones mías para que los dos abran el sobre y procedan con lo que se dice adentro. ¿Me puedes hacer ese favor?
- Claro que sí.
- Pon esto en un sitio donde no se te vaya a olvidar.
"Luego volví a la brigada y ya el comandante era de los que yo había entrenado en la Escuela Militar y le dije: 'Tengo este sobre que solo se puede abrir cuando el señor tal venga con una carta mía. Esto se lo transmites en acta y se lo entregas a cada uno de tus sucesores'", recuerda.
Tras un atentado del que se salvó lo enviaron a Washington, y allí le escribió Fernando con el fin de concretar un encuentro. Era febrero de 1972.
"Esto ha sido manejado con la discreción total y los restos de Camilo no serán política de nadie", le respondió Valencia.
Acordaron encontrarse en el aeropuerto de Dulles.
- Los restos de Camilo están en un cementerio católico. Si quieres, cuando regrese a Bogotá, armas un viaje y yo te llevo y te muestro el sitio exacto donde fueron enterrados con todos los ritos de la religión católica. Al entierro solo asistimos el capellán y yo.
Así quedaron. Fernando le agradeció y dijo que vendría.
En septiembre de 1972, Fernando visitó Bogotá. Valencia, en su casa, le dijo:
- Los restos de Camilo están en el mausoleo militar de la V Brigada.
- ¿Cómo los metiste allá?
- Yo desconocí por completo las normas del cementerio pero eso corre por cuenta mía, contestó el general.
Fernado quiso ir a Bucaramanga por los restos, pero Valencia le recomendó esperar a que pasara toda la tormenta.
Muchos años después, en el 2001, Fernando se presentó intempestivamente en la casa de Valencia, en Bogotá.
-Vengo por los restos.
-Fernando, no te puedo acompañar, pues acabo de salir de una cirugía. Pero tengo todo organizado. Viaja mañana a primera hora. Allá te recibe una persona y te lleva a la brigada para hacer todas las gestiones necesarias.
Así se hizo.
"Los dos abrieron la carta, leyeron las instrucciones, llegaron al mausoleo de la brigada y sacaron los restos. Claro, estaban en la misma urna en que yo los había depositado", relata Valencia.
¿Qué hizo Fernando con los restos?
Los dos habían acordado que al regreso a Bogotá se reunirían y firmarían un acta de entrega, pero Fernando se enredó, lo llamó del aeropuerto y le dijo que no alcanzaba.
"Creo que él dispuso de ellos aquí, nunca me dijo nada y yo nunca le pregunté. Me pareció entenderle que los iba a cremar. Sé que tienen un mausoleo de la familia. Pero no quise preguntarle más, pues era su secreto de ahí en adelante", explica el general Valencia.
Fernando Torres murió este año en Minnesota. Su esposa Trudy había fallecido algunos años atrás y, al parecer, no tuvieron hijos.