viernes, 20 de diciembre de 2013

L´ETAT C´EST MOI¡¡.... O EL SUEÑO DEL PROCURADOR SOL (AJGF)

Nota del editor:  Articulo Editorial publicado en la revista digital www.Solucionatika.info de la Fundación Pro Resiliencia.      

L'État, c'est moi¡¡ ….o el sueño del procurador Sol.


¡L'État, c'est moi¡¡¡  El Estado soy yo¡¡¡¡  Siglos han pasado desde que con esta frase un rey francés, que se creía  a si mismo directo descendiente del mejor dios, cuyo poder se le había dado por la gracia divina y con el máximo poder sobre la vida y la libertad de sus súbditos, tipificaba explícitamente lo que  en la ciencia política se ha denominado como el absolutismo.

El absolutismo generó como reacción las ideas liberales, que se plasmaron como antitesis para esbozar la democracia moderna como sistema de gobierno.  Que el poder regule al poder, es la esencia de la democracia demoliberal plasmada en la noción de estado de derecho.  Nadie, sin excepción dentro del Estado puede tener poderes absolutos, y en el caso especial de la facultad sanciontoria  debe atenerse a precisos parámetros constitucionales entre los cuales están los derechos fundamentales consagrados en el debido proceso.

No puede el procurador, sancionar disciplinariamente a un administrado sin previo el  pronunciamiento sancionatorio del juez natural correspondiente. O al menos así debería ser.  Por solo principio de congruencia,  la facultad sancionatoria del procurador es accesoria, consecuente y debería ser congruente a la facultad jurisdiccional, respetando términos y procedimientos consagrados en la Constitución y en las leyes.

El poder absoluto no puede abrogarse por si y ante sí. De un funcionario de semejante altura se espera ponderación, análisis y acatamiento a las normas constitucionales, que prevén  competencias e instancias para solucionar y sancionar las actuaciones administrativas de los funcionarios. Se espera que proteja los derechos humanos; no que los viole, así como también se espera justicia clara, prístina y ejemplarizante, sin exceder sus competencias, ni extralimitarse en sus funciones.

Se espera también humildad y mesura, nunca soberbia ni desprecio por las personas y por la misma ley.

No se espera nunca una sanción injusta, y menos dejando para la suspicacia la posible desviación abusiva del poder en orden a servir de retaliador  al servicio de oscuros intereses, que efectivamente juegan y pesan en el panorama político colombiano. 

Nuestra justicia rinde culto día a día, muchas veces sin saber por qué, a un docto jurista de Sabaneta,  Antioquia;   José Félix de Restrepo.  La gran mayoría de escenarios y edificios judiciales del país  llevan su nombre.

Impresiona el mensaje del doctor Restrepo a su hijo, estando ya “in articulo mortis”, y este iniciándose como jurista :  “Manuel, tú serás llamado algunas veces a juzgar; que la justicia dirija todos tus actos: si es necesaria una injusticia para que se trastorne el universo, deja que se trastorne antes que cometer la injusticia”.

Un mensaje excepcional que debería estar escrito en la entrada de cada despacho donde por una u otra razón se administre justicia.

No puede ser del talante de un procurador  la incapacidad de auto regularse y conocer sus limites reales,  ni mucho menos permitirse la casualidad de dejarse seducir  por la posibilidad de traslucir su ideología o peor aun la de otras personas, o prestar sus decisiones a intereses distintos a los de su mandato.

Respeto total por sus ideas  religiosas, a lo que no podríamos sino sumarnos, así no las compartamos todas, pero exigiendo  que estén dentro de los limites de lo moral, lo espiritual y lo ético,  justo adonde deben quedarse las ideas religiosas y las ideologías humanas,  sin traslucirse al campo de lo jurídico.

Bien pudiera esperarse que fuera del talante de un funcionario de esa estatura jurídica y poder, un total respeto por las ideas de los demás, por las opciones individuales de vida y las decisiones que cada cual tome en el libre desarrollo de su personalidad.

Pero es notorio eso si,  que en las decisiones y conceptos del procurador y sus delegados en los casos de personas que les resultan afines ideológicamente campea el principio de la presunción de inocencia de principio a fin y en algunos casos se impone en contra evidencia y en otros muy pocos casos se trasluce en sanciones mínimas  que no se compadecen con las faltas investigadas.

Pero,  casos por fallados por el señor procurador General de la Nación en facultad disciplinaria, como los de Piedad Córdoba,  Alonso Salazar  y Gustavo Petro, desconocen de plano la magnitud del voto popular, fundamento de nuestra democracia y dejan un sabor muy amargo sobre la manera como se sanciona a los electos en Colombia, sin una competencia expresa, sin ser previamente vencidos en juicio penal garantista y sin posibilidades de segunda instancia, derecho universalmente reconocido por los tratados de derechos humanos que hacen parte del “bloque de constitucionalidad” que el procurador  ahora desconoce.

Cualquiera que sea el desenlace del capitulo de Gustavo Petro ante el Procurador, lo cierto es que es un certero golpe en el corazón a la credibilidad en el Estado Colombiano frente a los procesos de paz que se adelantan, denotando intolerancia y generando pésimas expectativas frente a la reintegración de los excombatientes y a las posibilidades de su participación política. Otra consecuencia, seguramente pensada y planeada al milímetro, del sueño radical que motiva estas decisiones.

“El poder corrompe,  y el poder absoluto corrompe absolutamente” manda a decir un pensador inglés del siglo XVII.   El problema es peor cuando alguien con gran poder se cree que es la encarnación del Estado y más infame aún cuando cree que su misión es divina, mesiánica y salvadora de la humanidad,  en pleno siglo XXI. 

Deja que el universo se trastorne,  antes que cometer una injusticia….




 Por: ANTONIO JOSÉ GARCÍA FERNANDEZ

sábado, 7 de diciembre de 2013

"LA INCREIBLE Y TRISTE HISTORIA DE SEBASTIAN" TRATANDO DE ENTENDER (26) ¿Por qué esta guerra?

La increíble y triste historia de Sebastián

Por: Aldo Cívico
el espectador.com2013

Hoy les quiero contar la historia de Sebastián, a quien conocí en Medellín en el 2006. Es una historia paradigmática sobre quienes son los que pagan el precio más alto por una guerra que muchos quieren perpetuar, y sobre una política que es ciega frente a las verdaderas necesidades de la gente común.

Conocí a Sebastián una tarde en un albergue para personas desplazadas por la violencia. Había llegado ese mismo día junto a su mamá, dos hermanitos y una hermana desde el Magdalena medio. Unos días antes, en la finca donde se crió, en lo profundo de una vereda solitaria, fue testigo del magnicidio de su papá. Sebastián vio como unos paramilitares amarraron a su papá, lo golpearon y finalmente lo mataron. Cuando conocí a Sebastián, estaba parado en el balcón del albergue, miraba hacia la calle tratando de entender por qué los carros paraban cuando una luz roja se encendía. Era la primera vez en su vida que veía un semáforo. En este entonces solo tenía 12 años.

Por las amenazas de los paramilitares, la mamá de Sebastián recogió el cadáver de su esposo y caminó con sus hijos toda la noche hacia el pueblo más cercano en donde se subió a un bus que los llevó a la terminal del norte de Medellín. Fue tanto el trastorno, la confusión, la cantidad de ruidos y de gente en la terminal, que la mamá de Sebastián se paralizó y no logró salir a la calle. Durante dos días, con sed y hambre, se quedaron en el piso de la terminal. Finalmente un policía tuvo piedad de ellos y los llevó al albergue.

Después de unas semanas, Sebastián y su familia comenzaron una peregrinación de comuna en comuna, viviendo pobremente, y reinventándose la vida. Nunca lograron recuperar la tierra, debido a la amenazas que no terminaron. En los barrios de Medellín, mientras tanto, llegó la guerra entre los combos. Sebastián vio amigos entregarse a las bandas, muchos de ellos murieron. Cuando los Urabeños amenazaron de muerte a Sebastián porque se negó a ser reclutado, tuvo que huir nuevamente de la violencia, desplazarse otra vez, y fue acogido por una familia que le brindó ayuda.

Hace unos días recibí un correo de un amigo informándome que en una redada del Ejército, las controversiales “batidas” o “compilaciones”, se llevaron a Sebastián a prestar servicio militar obligatorio. Esto ocurrió unos días antes de cumplir 20 años. Desde hace más de un mes Sebastián se encuentra en un lugar lejano del país, combatiendo una guerra de la cual Sebastián toda la vida ha sido víctima y de la que ha tratado de huir sin lograrlo por ser campesino y pobre.

Cuento la historia de Sebastián porque son muchos, demasiados, los sebastianes en Colombia. Y cuando escucho al presidente Santos afirmar con orgullo que Colombia ya es un país normal, me pregunto de qué esta hablando. Son palabras que a Sebastián y a su familia tienen que sonar como un insulto, porque el Estado colombiano, por un lado, no ha logrado protegerlo de las violencias y, por el otro, lo ha reclutado para la guerra. Esto es lo único que el Estado le ha brindado a Sebastián.

MI ÚNICO ENCUENTRO CON CARLOS CASTAÑO

Nota: esta breve crónica de mi encuentro con Carlos Castaño la escribí pensando en comenzar mi idea de se escritor y cronista del conflicto....