lunes, 10 de diciembre de 2012

¿PAZ SIN RECONCILIACIÓN? (AJGF)




Un ejercicio de razonamiento sobre los ya casi incontables  procesos de paz que han tenido lugar en nuestra patria Colombiana, podría seguramente concluir, prima facie, que como cualquier otro proceso,  el de la Paz debe estar compuesto de partes, de fases, las unas requisitos de las otras.  Pasar del conflicto al posconflicto implica una serie de actividades que se desarrollan en una forma sistemática (o al menos así debería ser)  orientadas a construir el camino hacia la paz, o hacia el posconflicto, si se quiere llamar así.

No es posible entonces llegar a la paz en una forma anárquica, sin claridad en el desarrollo y ese ha sido el gran problema de los múltiples procesos que se han desplegado en Colombia durante su historia.

 Todos los esfuerzos para lograr la paz que se han realizado en Colombia han tenido características improvisadas que permitieron en su momento algún nivel de acierto fundamentado en la tímida  confianza de los conflictuantes en el estado colombiano, confianza ganada en el proceso de negociación y también en el desespero del  los colombianos por alcanzar la paz.

Se ha ensayado de todo; negociar dentro del conflicto, cesar las hostilidades,  zonas de distensión, despejes territoriales, campamentos de paz, zonas de ubicación, impunidad, inmunidad, desmovilizaciones colectivas e individuales,  amnistías, indultos, sometimientos, penas alternativas, formulas de justicia transicional, (también torturas, traiciones, incumplimientos, asesinatos, desapariciones, e incluso extradiciones) en fin, una multiplicidad de estrategias que no han sido conducentes al supremo interés nacional.

¿Por qué, después de muchas negociaciones, de haber sacado a decenas de miles de combatientes ilegales del conflicto armado,  no se ha logrado la paz?

Es claro que para solucionar un conflicto no hay formulas magistrales, y que cada proceso de acercamiento y de negociación requiere de un cierto nivel de improvisación, de repentismo,  de creatividad e ingenio, y desde luego de mucha audacia, toda vez que los múltiples intereses en juego los demandan para poder obtener una solución razonable para las partes. 

Nunca habrá una solución perfecta, que deje a todos tranquilos, por lo que también se requiere de capacidad de desprendimiento, y de lo que llaman los estudiosos en una forma coloquial “ponerse en los zapatos del otro”, entendiendo que el otro en estos casos no son los que están al otro lado en la mesa sino los civiles colombianos que sufren el inmisericorde conflicto que tratan de destrabar los negociadores.

 Esas formulas intentadas han tenido unas constantes, como por ejemplo, en todas se quiere pasar de un plumazo, del conflicto a la paz. No se ha tenido en cuenta que el conflicto es uno,  con múltiples y diversas manifestaciones contra el Estado o desde el Estado y lo que se negocia en cada caso es una de las manifestaciones de ese conflicto. También es una notoria constante, que  en todos los procesos se desconoce ese paso intermedio entre el conflicto y la paz, que  es la reconciliación. 

Se ha otorgado al acto de  la dejación de armas los efectos de la paz. Silenciar los fusiles se ha convertido en  el fin del conflicto y el comienzo del posconflicto.  En algunos pocos casos se ha intentado, procesos de “reinserción” o de  “reintegración” de excombatientes a la sociedad, incluso desconociendo a las victimas.

Para  mayor evidencia de este problema, como excepción que confirmaría la regla, se creó mediante la ley 975 de 2005, con bombos y platillos y extraordinariamente integrada por preclaros ciudadanos en su mayoría defensores de los derechos humanos, la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, CNRR.  Cumplió sus funciones, con muchas dificultades pero en una forma ejemplar sobre la reparación a las victimas y avanzó en aspectos relacionados con la reconciliación, cuál era su fin, pero fue eliminada por la ley de víctimas y restitución de tierras, con la que prácticamente desapareció la reconciliación del panorama legislativo y funcional del Estado. Hoy se habla de reparación, se habla de restitución, pero no se esta haciendo nada sobre la reconciliación.

No es posible alcanzar la paz sin un proceso de Reconciliación Nacional efectivo. Tiene que darse entre victimas y victimarios y  debe ser ahora, entre vivos, hacer el acto colectivo permanente de razonamiento ideal del perdón. No se puede esperar a que ya no existan victimas y victimarios. No existe la reconciliación por sustracción de materia.   

Si el perdón no es posible, que en muchos casos no lo será, es preciso concluir que es necesario aprender a convivir, a coexistir, a  aceptar las diferencias con el otro, sin tener que suprimirlo, sin agredirlo.  Hay que aprender a vivir y dejar vivir. Que las victimas sean resilientes, que superen su tragedia sin olvidar y que los victimarios entiendan y acepten la nobleza del gesto de la mano que les ha sido tendida con toda la voluntad de convivir en humanidad.

La gran falla por la ausencia de la reconciliación en  todos los procesos anteriores ha sido notoria, no se ha promovido la reconciliación, y esa es una de las funciones que debe cumplir el Estado colombiano, en forma transversal, permanente e independientemente de los logros  y los acuerdos o desacuerdos de los procesos.

Pero el Estado Colombiano también debe participar en el proceso de reconciliación activamente y asumir su papel, bien como victimario, (que lo ha sido) o si no como responsable último del conflicto por la omisión en el cumplimiento de sus funciones esenciales de proteger la vida e integridad de sus ciudadanos  y la gran mayoría de sus deberes constitucionales.

Disponerse a la reconciliación, ofrecer su participación en ella y velar por que ocurra, debe ser el gran papel de la sociedad civil en los diálogos de paz.

/Por: ANTONIO J. GARCÍA FERNÁNDEZ 
publicado en el portal arcoiris.gov.co revista electrocnica de CNAI en diciembre 08 de 2012





viernes, 7 de diciembre de 2012

"EL ESTADO HA DE PEDIR PERDÒN" TRATANDO DE ENTENDER (13)

EL ESTADO HA DE PEDIR PERDÓN.


 CARTA DE LA HIJA DE JORGE ELIECER GAITÁN AL PRESIDENTE SANTOS, A TIMOCHENKO (FARC)  Y A GABINO (ELN)



Señor Presidente
JUAN MANUEL SANTOS
República de Colombia
Bogotá

Señor Comandante
RODRIGO LONDOÑO ECHEVERRI (Timoleón Jiménez)
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP)
A.D.S

Copia:
Señor Comandante
NICOLAS RODRÍGUEZ BAUTISTA (Gabino)  
Ejército de Liberación Nacional (ELN)
A.D.S

Ref.: DIÁLOGOS DE PAZ: el Estado ha de pedir perdón  

Señor Presidente Santos, Señor Comandante Londoño Echeverri, He visto con preocupación la insistente afirmación por parte de diferentes sectores, tanto nacionales como internacionales, según la cual, como resultado de un posible acuerdo de paz, los comandantes de las FARC-EP deben ser judicializados negándoseles una amnistía integral. Se pretende así que, después de su potencial desmovilización, les sea vedado incorporarse de inmediato y plenamente a la vida política por vías legales y cívicas. A mi entender, de imponerse esa tesis, será imposible lograr un acuerdo de paz, ya que la guerrilla – pienso yo – no va a dejar las armas con las que ahora busca la toma del poder para lograr una transformación del actual sistema, a cambio de una pena de cárcel que le daría fin a su parábola de lucha. Como en derecho las cosas se deshacen como se hacen, pienso que en las mesas de diálogo el gobierno colombiano ha de reconocer que el conflicto que vivimos lo inició el Estado colombiano en 1946, [1] al haber desatado en aquel preciso momento el genocidio premeditado, sistemático y generalizado a las huestes gaitanistas, que avanzaban victoriosas hacia la conquista del poder bajo el liderazgo de mi padre Jorge Eliécer Gaitán. Tengo toda la documentación probatoria, original y extensa, que hace de ese genocidio al Movimiento Gaitanista un delito de lesa humanidad que está al origen del conflicto. Pongo a disposición del Gobierno Nacional, de las FARC-EP, del ELN y de los gobiernos que, como garantes, colaboran en el proceso, el siguiente material probatorio:

- 1º.- Los varios memoriales de agravios que, a partir de 1947, mi padre le envió al Presidente Ospina Pérez detallando los nombres de las víctimas a manos del Estado, con los lugares, las fechas y los delitos cometidos por las autoridades.

- 2º.- Las denuncias puntuales, con nombre de las víctimas, los lugares, las fechas y delitos cometidos por las autoridades, publicadas en el periódico Jornada, vocero del Movimiento Gaitanista, publicación que desapareció de la Biblioteca Nacional pero que, afortunadamente, mi familia conserva.

- 3º.- El archivo Gaitán, en el que mi familia guarda miles de cartas originales de denuncia, que a mi padre le enviaban sus partidarios indicando los nombres de las víctimas, los lugares, las fechas y el o los delitos cometidos por las autoridades.

- 4º.- Las pruebas de que el Jefe de la Policía de aquel entonces, el Coronel Virgilio Barco, contrató sicarios en la vereda de Chulavita para generar el conflicto; coronel cuyas fechorías también figuran en el expediente del asesinato de mi padre, desaparecido de los archivos oficiales, pero del cual mi familia conserva copia integral autenticada. Premeditadamente a esos sicarios los enviaban a las veredas y municipios liberales y, al grito de “Viva el Partido Conservador”, sacrificaban liberales indefensos. Luego, los mismos sujetos, viajaban a las veredas y municipios conservadores para, al grito de “Viva el Partido Liberal”, arremeter contra la vida y los bienes de inocentes ciudadanos conservadores. Mi padre recorrió el territorio nacional denunciando este maquiavélico montaje oficial, que buscaba encender la hoguera del odio entre compatriotas. En la colección del periódico Jornada, que mi familia guarda celosamente, se lee en el ejemplar del día 13 de abril de 1947: “Pueblo de todos los partidos: ¡os están engañando las oligarquías! Ellas crean deliberadamente el odio y el rencor a través de sus agentes, asesinando y persiguiendo a los humildes, mientras la sangre del pueblo les facilita la repartición de los beneficios económicos y políticos que genera tan monstruosa política”. No habla mi padre, como han pretendido quienes quieren responsabilizar al pueblo de la Violencia de la mitad del siglo XX, que se trató de una guerra partidista. ¡No! En todas sus intervenciones, que pongo a su disposición, insistirá en que es una violencia oficial, desatada en forma premeditada, sistemática y generalizada por el Estado colombiano.

- 5º.- La lectura analítica de la Oración por la Paz, pronunciada por mi padre el 7 de febrero de 1948 en una Plaza de Bolívar desbordada por la multitud, con gentes que llegaron de toda Colombia, no deja duda de que mi padre señala a las autoridades como culpables de la persecución y asesinato de sus seguidores. Nadie puede negar que, en esa intervención, mi padre sindica al Estado colombiano y al Gobierno presidido por Ospina Pérez, como responsables del derramamiento de sangre que, como bola de nieve, desembocó en el conflicto armado que hoy vivimos. Allí señaló con precisión, entre muchas otras acusaciones, lo siguiente: “Señor Presidente Mariano Ospina Pérez: os pedimos que cese la persecución de las autoridades, así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Os pedimos una pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por los cauces de la constitucionalidad”. - 5º.- Mi familia pone igualmente a disposición del Señor Presidente de la República y de los comandantes de las FARC-EP y del ELN, las centenares de horas de grabación en video y audio que hizo mi hija María Valencia Gaitán, recorriendo en toda su extensión el territorio nacional, donde multitud de víctimas atestiguan que, después del asesinato de mi padre, la persecución violenta contra ellos, por ser sus partidarios, arreció y fue entonces cuando el pueblo se vio obligado a internarse en el monte para salvar sus vidas, armándose inicialmente de machetes y pistolas de fisto, siendo ésta persecución oficial el germen de las futuras guerrillas.

- 6º.- Inicialmente se organizaron guerrillas liberales que, traicionadas por la dirección ahora oligárquica del Partido Liberal - que pactó la desmovilización de la guerrilla para luego asesinar a sus comandantes – hizo que algunos de ellos acudieran al apoyo del Partido Comunista, que les mostró un nuevo camino diferente al de los partidos tradicionales.

- 7º.- El doctor Jorge Leyva es testigo de mi reunión en Casa Verde con los máximos líderes históricos de las FARC-EP. Allí, el líder paradigmático de esa guerrilla, el Comandante Manuel Marulanda Vélez, me contó cómo, al origen de su lucha guerrillera, estuvo el haberse visto obligado, junto con su familia y siendo aún adolescente, a internarse en el monte para proteger su vida, porque sus familiares eran Gaitanista. Es asunto que no se exhibe frecuentemente, por el rechazo que se le tiene, y es comprensible, al hecho de haber tenido como origen político al partido liberal que, una vez asesinado mi padre, los traicionó.

- 8º.- De igual manera el máximo dirigente del ELN, el comandante Gabino, a quien estoy enviando copia de esta carta, me contó personalmente en el campamento del Coce, que sus orígenes guerrilleros se remontan a la época en que tuvo que huir al monte con su familia, que era Gaitanista, para salvarse de la persecución de las autoridades.

Pongo este cuantioso acervo documental al servicio de los diálogos de paz, a fin de que se reconozca que fue el Estado el que desató el conflicto que se prolonga hasta nuestros días, como detalladamente - con pruebas irrefutables al canto - puedo demostrarlo, a fin de que el Estado pida perdón por este genocidio que ha quedado en la impunidad y que a los comandantes guerrilleros se les otorgue una amnistía integral, por ser la guerrilla consecuencia de la violencia y no su origen.

Mi padre no creía que a él lo asesinarían en el marco de ese genocidio. Al respecto decía: “La oligarquía colombiana no me mata, porque sabe que, si lo hace, el país se vuelca y pasarán muchos años antes de que las aguas regresen a su nivel normal”. En 1998 traje a cuento esta frase de mi padre diciendo que, ya que en ese año se cumplían 50 años de su magnicidio, era tiempo de que las aguas regresaran a su nivel normal. Los periodistas mezclaron ambas frases y divulgaron una afirmación nunca hecha por mi padre, según la cual las aguas regresarían a su nivel normal pasados 50 años. Hoy, pasados 65 años, todos los colombianos esperamos que ese regreso a la normalidad pueda alcanzarse ahora. El Estado, mediante genocidio, rompió el normal proceso democrático. Será necesario que la opinión pública comprenda que el conflicto se inició cuando el Estado pretendió abortar el triunfo popular, que ya era inevitable, con la elección de mi padre como Presidente de Colombia para las siguientes elecciones presidenciales de 1950, lo que representaba la llegada del pueblo al poder.

Estoy dispuesta, en el momento en que me lo indiquen, a aportar el extenso material probatorio ofrecido, que desde hace años mi familia guarda sigilosamente por haber sido perseguido por el Estado para su destrucción, como puedo demostrarlo, pruebas al canto. Primero fue por acción del entonces Ministro de Educación Rodrigo Lloreda, que logró que un agente suyo incinerara la mitad del Archivo Gaitán. Luego, por conjura protagonizada por el propio doctor Andrés Pastrana, en ese entonces Presidente de la República, por sentirse afectado directamente con las pruebas sobre el genocidio que contiene dicho archivo, ya que su padre, el doctor Misael Pastrana, fungía entonces como Secretario Privado del Presidente Mariano Ospina Pérez, bajo cuyo gobierno se dio inicio al genocidio.

Por último, bajo la presidencia del doctor Álvaro Uribe, cuando las autoridades allanaron un depósito privado esperando encontrar el Archivo, logrando posteriormente confiscarme decenas de cartas que culpan al Estado del genocidio al Movimiento Gaitanista y que hoy están en manos del Ministerio de Educación.

La marcha victoriosa que adelantaba el pueblo en 1948, bajo la conducción de mi padre, debe retomarse por las vías cívicas en manos de los descendientes de los héroes que cayeron en aquella batalla por una Colombia equitativa y justa, proceso civilista que el Estado truncó y que generó, a la fuerza, el surgimiento de la lucha guerrillera. Es por ello que los comandantes guerrilleros no pueden ser judicializados, sino que deben ser acreedores a una amnistía general. Quedo, entonces, a la espera de cualquier manifestación que se me haga, por cualquiera de las partes, para aportar las pruebas relacionadas. 

Atentamente,


GLORIA GAITÁN JARAMILLO
c.c. 20’144.757 de Bogotá
Correo-e: gaitanjaramillogloria@yahoo.es
Bogotá, D.C.
COLOMBIA

lunes, 12 de noviembre de 2012

LAS VICTIMAS DE LAS VICTIMAS (AJGF)


Por Antonio Jose Garcia Fernandez, para el portal Arcoiris (www.arcoiris.com.co)                                 
La chocante respuesta del guerrillero Jesús Santrich en la instalación de los diálogos de Paz en Oslo, Noruega, pone en evidencia un problema perdido en el conflicto colombiano, y es que este es un conflicto entre victimas. No se puede desconocer la influencia que ha tenido en la fase actual del conflicto, la victimización de que han sido objeto millones de colombianos en las fases anteriores.  Desde luego  que esto ha producido una guerra vengadora, represiva y de justicia privada total.

La aureola del espíritu altruista con que se les ha adornado por parte de sectores intelectuales, la doctrina leninista e incluso por jurisprudencia de las altas cortes, les impide  a algunas partes del conflicto identificarse a si mismos como actores de lo que realmente se vive en Colombia: un conflicto escalado y degradado al extremo, donde el solo uso del terrorismo y la financiación por el narcotráfico hicieron desaparecer  la noción altruista de  la lucha de clases, así como  también en otros casos la tesis de la legitima defensa de la vida, de los bienes y de las instituciones ante la manifiesta incapacidad del estado para defenderlos.

Hace mucho tiempo se han convertido los actores de este conflicto en complejas bandas delincuenciales comunes que actúan por motivos innobles y fútiles.

Ni siquiera los actores estatales pueden aseverar que su participación en la guerra se ha regido siempre por motivos legales y constitucionales, por que la penetración de la corrupción y la participación en graves violaciones de los derechos humanos los desvirtúan como tales. Mucho menos puede pretender un actor ilegal que su actividad en el conflicto, por ser fundada en su particular “altruismo” es tan noble que ni siquiera produce victimas.

En su momento, los actores de autodefensa y paramilitares que aducían la “legitima defensa” frente a la agresión armada quisieron hacer ver que presentarse como víctimas de quienes victimizaron, era justificación suficiente y quisieron así agotar la verdad que les exige la sociedad para honrar los mínimos criterios universales de Justicia.

Hoy, la minima justificación de “se murió por guerrillero” no se admite como respuesta de verdad  en el proceso de Justicia y Paz y para tal finalidad se ha construido por vía jurisprudencial un extenso protocolo con el que se quiere dar cuenta en cada caso, victima por victima, de la mayor cantidad de circunstancias que rodearon la violación de los derechos fundamentales de cada ser humano afectado. A través de ese mecanismo se pretende dar respuesta a cada una de las victimas de esa parte del conflicto. Se parte de la base de que la Verdad es la mayor reparación.


No existe un conflicto con las FARC.  Las FARC son solo una parte del conflicto colombiano, un actor más.

En Colombia pareciera que existieran tantos conflictos cuantos grupos armados surjan. Se considera que hubo un conflicto particular con cada grupo de guerrillas liberales en su momento, uno con el M-19, otro con el EPL, con las milicias de Medellín en los años 90,  con las disidencias de grupos guerrilleros que se desmovilizaron en los 80 y 90, Un conflicto particular también con los narcotraficantes del cartel de Medellín. Otro conflicto con las bandas milicianas del valle de Aburrá que se sometieron en los 80s.  Pareciera que hubo un conflicto muy particularmente manejado con los grupos de autodefensas y paramilitares y ahora parece que hay un conflicto distinto con las FARC, y otro con el ELN.

No razona  la sociedad que el conflicto armado colombiano es uno solo, y que la solución requerida es por lo tanto, integral. Es un solo  conflicto social, escalado y degradado a las peores condiciones de inhumanidad y mediado por dos fenómenos que lo empeoran. La corrupción y el Narcotráfico.

Una solución integral del conflicto colombiano debería ser un programa que desarrolle una política de estado dirigida a dar inicio y continuidad a la solución de las profundas inequidades que lo originan.  Claro que dentro de dicha política de estado debe incluirse diálogos de paz omnicomprensivos, dirigidos al logro de la reconciliación Nacional que tengan en cuenta a las victimas y también a los victimarios o sea a todos los factores armados, incluyendo guerrillas, bandas delincuenciales,paramilitares, autodefensas, militares y policías.  La reconciliación es el primer paso hacia la Paz. Si no aprendemos a convivir con el otro, a reconocerlo como ser humano y no como enemigo al que se debe suprimir, nunca vamos a lograr la paz.

La estrategia gubernamental en la búsqueda de la solución  apunta a la primera tesis. A la factorización.  A cada grupo darle una solución particular acomodada a los intereses y circunstancias de sus comandantes. Siempre ha sido así. Si se revisa cualquier solución negociada con cada grupo desmovilizado, se encontrará resuelto el problema de los comandantes, su impunidad frente a la justicia, la protección a su integridad física y a la resolución de su proyecto de vida. Y los combatientes rasos, abandonados a su suerte y en el peor de los casos integrados a otros grupos criminales.

Es una solución mediocre,  incoherente, diseñada para  desarmar a los violentos, pero no para corregir las profundas inequidades sociales que generan el conflicto.

En esos procesos de paz poco o nada se ha dicho de las víctimas, con excepción del muy importante ejercicio de Justicia transicional que actualmente se realiza  a través del proceso de  Justicia y Paz y que se convierte a pesar de las criticas,  en la excepción de la regla.

La muy loable irrupción de las victimas en los procesos penales fue un paso fundamental en la solución de un gran conflicto social en Colombia. Su visibilización y la posibilidad de interactuar en los procesos en que se reconozcan tal calidad es una gran afirmación de la persona humana.

Perfecto, esa es la magnitud de la persona afectada por un actuar delictivo,  es un gran logro humanitario y un avance sin precedentes en el derecho. Abre las puertas a otras dimensiones jurídicas mas justas y equitativas, a la reparación y a la Justicia restaurativa. Excelente.

Pero ha generado otro problema que afecta a la sociedad y genera mayores conflictos. Es la pugna de la victimología  contra la criminología.  Antes, las causas que originaron el delito eran importantes. Ya no. Ya solo es importante la victima y los motivos del victimario ya no importan. Si las causas remotas fueron la exclusión social, el abandono estatal, las profundas inequidades, la imposibilidad de acceder a la justicia, no importa.  Ya solo es importante atender a la victima.

Sin quitarle la importancia a este logro, hay que destacar que también tiene su efecto contraproducente y es la negación de las causas del actuar criminal. Causas que son importantes al menos por dos razones: Conocerlas facilita la prevención y desde luego la no repetición, y por otro lado son parte integral de la Verdad, elemento fundamental de la Justicia y por tanto, parte vital de la Reparación simbólica.

Por eso resulta tan significativo frente al futuro de la negociación el discurso de Santrich en Oslo, que pretende negar las victimas de las FARC y a su vez ponerse ellos mismos no en su lugar como victimarios sino como víctimas. Una olímpica forma de evadir responsabilidades.  Les corresponderá a los negociadores del gobierno hacerlos entrar en razón sobre la importancia de reconocer las víctimas, exponer ante la sociedad su verdad y asumir las consecuencias jurídicas de sus acciones.

Pero le corresponde al Gobierno y a la sociedad diseñar y llevar a cabo la solución integral al conflicto colombiano. Una cosa es la agenda de negociación  con las FARC, y otra cosa la solución al conflicto Colombiano. Eso lo dejó en su discurso muy claro el guerrillero Iván Márquez.







jueves, 8 de noviembre de 2012

" EL OLOR DE LA GUERRA" TRATANDO DE ENTENDER (12)



                      EL OLOR DE LA GUERRA

Tomado de REVISTA ARCADIA


Por: Marta Ruiz.




Conozco a un hombre al que un olor lo sacó de la guerra. Era un combatiente revolucionario convencido. Había soportado con estoicismo la tortura, la cárcel, la soledad y la austeridad del monte. Había disparado cientos de veces su arma. Estaba dispuesto a morir como lo hacen muchos guerrilleros, con la idea de que la muerte los purifica, y los eleva a un nivel superior de vida. Una idea mística que los ha mantenido al resguardo de la inutilidad de sus existencias.

Pero un día cualquiera fue testigo de algo terrible. Un hombre de su edad, combatiente como él, joven y valiente, acababa de ser destrozado por varias granadas y disparos. Estaba moribundo. Su cuerpo lleno de heridas y de esquirlas ya no sangraba: el pus y los gusanos manaban de sus llagas. A varios metros de distancia, su carne putrefacta olía a mortecina. Pero era un hombre vivo. Un hombre cuyo corazón palpitaba y que suplicaba ya no para ser salvado, sino para que sus compañeros le trataran con caridad: que lo mataran. Sobrevivir era demasiado insoportable. El hombre que conozco sintió que todas sus ideas altruistas sobre la violencia se vinieron abajo. No fue capaz de empuñar más las armas. Su amor por la guerra se transformó en desazón y asco. Y tuvo que abandonarla.

Nicolás Maquiavelo dice en el Arte de la Guerra que los hombres que se dedican toda la vida al combate no son confiables. Son mercenarios y no ciudadanos. La guerra horada el espíritu de las personas, lo vuelve putrefacto como el cuerpo de aquel moribundo. Eso mismo le ocurre a un país que abraza con fervor al principio, y luego con indiferencia y cinismo, el camino de la violencia. Como Colombia.

Hace poco leí en el libro de Eduardo Pizarro sobre las Farc (reditado a finales del año pasado) su inquietante temor: “a veces pienso que en Colombia la confrontación armada no tendrá un cierre simbólico, un antes y un después, sino que viviremos la lenta descomposición de las dos guerrillas que restan en la arena de la guerra”. Comparto ese miedo a que no haya fin. Sólo un desgaste perpetuo, fronterizo e inútil que nos deje como resultado una nación herida, de la que supura odio y exclusión.

La paz se ha convertido en una palabra desprestigiada y proscrita. Un estigma sobre el que cabalgan aquellos que defienden el plomo y la pólvora, pero que no conocen su olor. Aquellos que abrazan sus intereses y rentas, y no sus desdichas.

Desde que escribe comunicados, Timochenko me ha hecho pensar en ese hombre al que conozco, al que el espectáculo de un cuerpo descompuesto le otorgó el sinsentido de la guerra. Tras su grandilocuencia, su discurso pomposo que invoca castigos celestiales, carros de fuego y batallas homéricas, se escurre el dolor por la muerte. Por los suyos: Reyes, Cano, Ríos, Jojoy. En sus palabras, la muerte es una pesadilla, una afrenta, y la guerra, un fardo pesado que llevan sus combatientes obligados por las circunstancias. No ya el camino inexorable hacia el futuro. No son los muertos ya las piedras que tapizan la victoria. Trata de darle sentido a una guerra que ya no lo tiene. Hay en su voz un resquicio de humanidad. ?Timochenko teme la humillación en la derrota. Porque la derrota ya parece consumada. Clama por un diálogo que devuelva los tiempos idos. Aquellos donde era dable discutir con las Farc el país del futuro. Pero presumo que esos tiempos solo volverán sobre la base de un imperativo: abandonar la guerra. ¿Tendrá Timochenko el coraje de reconocer el desastre que ha causado su violencia?

Santos tiene en sus manos la victoria de la guerra. Y en consecuencia, la oportunidad de ser generoso. Y podrá serlo tanto como la sociedad se lo permita. Eso si se alzan voces diferentes al bullicio de las extremas (derechas e izquierdas) que quieren condenarnos a una confrontación sin final.

Soy de las que piensa que estamos en un momento crucial. La guerra todavía nos huele mal. Remotamente mal. Pero como todo, podríamos acostumbrarnos a ello. A su hedor apestoso. Convertirnos en un país mercenario para siempre. En una nación cuyas heridas putrefactas ya no conmuevan a nadie.

lunes, 5 de noviembre de 2012

"LA PARABOLA DE ALVARO URIBE VELEZ" TRATANDO DE ENTENDER (11)

Nota del editor: "Tratando de entender" es una serie con una recopilación de textos de autores variados que a juicio de este editor permiten una aproximación a una visión desde varios ángulos y puntos de vista de filósofos,  historiadores, ensayistas, periodistas, literatos y poetas sobre el conflicto social de colombia. 

La parábola de Álvaro Uribe Vélez

Por: Ana Cristina Restrepo Jiménez  (el espectador noviembre de 2012)

“Voy a montar a caballo alrededor de la pista mientras sostengo una taza de café, ¡y no voy a derramar ni una gota!”. Álvaro Uribe Vélez. 


El expresidente Uribe es una metáfora visual: el hombre que domina la bestia; el héroe a caballo, de plaza pública, que no deja caer el producto de exportación lícita más significativo del país. Se suele pensar en la metáfora como un recurso propio del hombre de letras, con potencial creativo. No obstante, a veces puede resultar del azar, del reciclaje de las analogías que toda sociedad acumula en el cajón.

No hay causa perdida es la autobiografía de Álvaro Uribe Vélez, redactada por Brian Winter. Dios, patria y familia son los hilos conductores de su narración, predecible para cualquier lector medianamente informado sobre las características del protagonista. Para empezar, los célebres “tres huevitos” (frágiles, empollados por una gallina, ave asociada con la cobardía) son una desafortunada imagen poética que parece haber quedado en evidencia bajo la lupa de los editores de Penguin, pues la reemplazaron por el “Triángulo de la confianza”… más parecido a una pirámide, sólida, un referente de mayor elaboración.

(No sobra aclarar que saberse considerado como “una especie de Bruce Wayne [Batman] suramericano”, según afirma el texto, no es precisamente una metáfora). ¿Cuál es el ciclo de vida útil de las imágenes creadas por un discurso político?, ¿acaso mueren?, ¿resucitan?, ¿son recicladas?, ¿evolucionan?, ¿se autoinmunizan? El método de la comparación ofrece algunas respuestas.

No es ingenuo que No hay causa perdida intente elevar la figura de Uribe Vélez al nivel de dos grandes líderes colombianos del siglo XX: Jorge Eliécer Gaitán y Luis Carlos Galán; como tampoco es gratuito que establezca una diferencia esencial entre los tres: el expresidente Uribe ha salido bien librado de múltiples atentados, como si detrás de su supervivencia hubiera una Voluntad Superior. ¿A quién se parece, en realidad, el Álvaro Uribe Vélez de No hay causa perdida?

En La restauración conservadora 1946-1957, cuarta compilación de la Cátedra de Pensamiento Colombiano de la Universidad Nacional, la investigadora Ángela Uribe Botero explica cómo la metáfora puede ser una herramienta para minimizar las características que definen al contradictor. El poder simplificador de la metáfora estigmatiza y a la vez incita a la acción en contra de quien se considera una amenaza, porque profesa una ideología diferente.

Uribe Botero analiza el modo en que las pastorales de Miguel Ángel Builes se valen de la metáfora para simplificar lo complejo, mostrando un atributo y escondiendo otros: “No hay muchos y variados liberalismos, sino uno”, escribió monseñor, insinuando así que el pensamiento liberal es simple, sin matices ni diversas manifestaciones. También resalta la manera en que la metáfora puede configurar un mundo peligroso. ¿Cómo? Cuando en determinados contextos se convierte en letanía, la efectividad de la analogía aumenta. Por ejemplo, si se repite en momentos claves como oficios religiosos, en el caso de Builes; o triunfos militares, en el de Uribe.

En 1936, monseñor Miguel Ángel Builes, obispo de Santa Rosa de Osos, redactó el “Manifiesto de los prelados de Colombia al pueblo católico” para responder a la propuesta de reforma constitucional del entonces mandatario, Alfonso López Pumarejo. El proyecto liberal buscaba, entre otros objetivos, suprimir el nombre de Dios como autoridad estatal e instituir la libertad de cultos. El poder del discurso de Builes logró que el proyecto de López, la “Revolución en Marcha”, fuera mirado como una amenaza a la justicia (según él, mediada por la creencia en Dios): “Llegado el momento de hacer prevalecer la justicia, ni nosotros, ni nuestro clero, ni nuestros fieles permaneceremos inermes ni pasivos”.

La metáfora fue su instrumento para estigmatizar a los liberales y convertirlos en “encarnaciones del diablo, en lastres pestilentes”. “Para que veáis que no se puede ser liberal y católico a la vez”, advertían sus pastorales. “El liderazgo tiene que saber nadar contra la corriente que otros quieren imponer y perseverar para cambiarla”, afirma No hay causa perdida.

Estos fragmentos no sólo insinúan que quien habla es portador de una verdad irrefutable, sino que le dan una forma única al otro: de enemigo. Quien es distinto debe virar hacia la verdad absoluta que profesan Builes y Uribe. Es la evocación del memorable Evangelio de Mateo: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”.

Es por eso que, tal vez, el mayor peligro de este lenguaje está en su carácter polarizador. Por eso ambos discursos (el de Builes y el de Uribe Vélez) han logrado, cada uno en su tiempo, penetrar hasta la capa más profunda de la sociedad: la conversación familiar, de amigos, en la mesa del comedor. “Los contextos de polarización política, con frecuencia, suelen presentarse de manera que lo que se produce es esta suerte de psicosis”, dice, sobre el caso de Builes, Ángela Uribe Botero.

Para monseñor, quien no es conservador, es liberal (sinónimo para él, de pecador y comunista). El otro para Álvaro Uribe Vélez no son sólo los militantes políticos de la izquierda ni los miembros de las Farc: quien no es uribista, es antiuribista. No hay términos medios.

Tanto en las pastorales como en la autobiografía prevalece la presencia de un ungido, un salvador. Escribió Builes: “Soy, pues, vuestro padre, hermanos míos; pero por lo mismo que el padre es por imposición misma de la naturaleza maestro y guía de sus hijos, heme aquí como guía y doctor de vuestras almas”.

“Pido al Creador que me permita deliberar hasta el día final con amor a Colombia […] como un compromiso con el derecho de las nuevas generaciones a vivir en una patria de rectitud, bienestar y equidad”, reflexiona el expresidente. Y recuerda que la gente clamaba: “¡Gobernador, no se detenga, por favor! […] Su política es lo único que nos salva”.

La gravedad de las implicaciones del discurso que unge es evidente: “En la Colombia que gobernábamos la ley se aplicaba a todo el mundo”. Sin ese Uribe Vélez, en plural (el “nosotros”, forma característica de la oralidad caudillista), la ley cambia. La legitimidad está dada por Uribe y no por la aplicación de la norma misma.

La misma compilación de la Cátedra de Pensamiento Colombiano presenta un análisis del idilio que, en la tradición literaria, es el género poético que se caracteriza por la idealización de la vida campesina y del paisaje rural.

El profesor David Jiménez Panesso aclara: “Pertenece a la esencia misma del idilio la estetización de las relaciones sociales y su elaboración en un lenguaje de reconciliación. Lo interesante está en el traslado de ese lenguaje idealizado al terreno del lenguaje político”.

A través de la fuerza idealizadora de la retórica, Laureano Gómez buscaba establecer un paralelismo entre el orden de la naturaleza y el orden moral. Para tal propósito, Gómez acude a figuras de las parábolas evangélicas como las malezas, la cizaña del odio y la cosecha del bien.

“Deben arrancarse de los corazones ingenuos las cizañas del odio que en ellos sembró el enemigo nocturno y amenazan sofocar la cosecha del bien con la agrura del resentimiento”, dice Gómez.

Por supuesto, si hay un idilio, un paraíso, debe haber una amenaza, un apocalipsis que el presidente conservador crea para la justificación de actos políticos partidistas y atacar el proyecto moderno de López Pumarejo.

Es “la destrucción del mundo idílico por una fuerza externa”, explica Jiménez Panesso. En el caso de la biografía de Uribe, el idilio atraviesa todo el relato: “Alberto Uribe Sierra [su padre] fue un habitante de esa otra Colombia […] un paraíso para hombres hechos a pulso”.

“Esta fue la Colombia que les entregué a nuestros sucesores: una Colombia que no era un paraíso, una Colombia que aún tenía muchos problemas serios, pero una Colombia que estaba avanzando en la dirección correcta”. Es claro que la dirección hacia ese paraíso la demarca Álvaro Uribe Vélez.

“Cuando el sol brilla y la violencia se reduce, Colombia puede ser un paraíso”. El sol es Uribe, el paraíso es Colombia bajo su autoridad. El expresidente antioqueño también dibuja la amenaza: “El país mejoró, eliminamos unos grupos terroristas, debilitamos otros, pero su voracidad criminal persiste. La culebra está viva”.

Aquí persiste el símil: la serpiente que tienta, que incita al pecado, y podría llevar a los colombianos a la expulsión del paraíso. “Vamos a quitarle al país la plaga de estos bandidos”. Con el uso del habitual lenguaje mediático castrense, Uribe retoma la figura de la “plaga”, el castigo bíblico que Dios impone a quienes no le obedecen: incluso la existencia de la guerrilla se configura como designio divino.

¿Acaso el idilio, presente de principio a fin en No hay causa perdida, asemeja a Laureano Gómez y a Álvaro Uribe Vélez? Aunque Gómez y Uribe defienden las tradiciones y el proyecto conservador (con las banderas del “liberalismo” o como “independiente”, el líder del Puro Centro Democrático es profundamente conservador en su discurso), su talante es absolutamente distinto.

El primero ataca sin piedad el proyecto moderno, defiende los valores basados en los preceptos del catolicismo y la tradición conservadora heredada de Miguel Antonio Caro. Uribe no le teme a un proyecto político moderno, que sustituya la democracia por formas de autoridad como la fuerza, y legitime modalidades de poder no legítimas (como las Convivir).

Laureano Gómez era un lector asiduo. Aunque basado en “dogmas inexorables”, se aventuró en el campo de la crítica de la obra de León de Greiff, de Porfirio Barba Jacob y García Lorca. De Barba Jacob, por ejemplo, concluye que “las personas normales y decentes” no pueden sino arrojar a la basura su libro de versos. También recurre a la estigmatización: “Para ser gran poeta a la manera de García Lorca no se necesita saber nada ni someterse a ninguna regla ni disciplina. Basta ser gitano y tener poca vergüenza”.

Cuando narra la muerte del padre Antonio Bedoya en San Francisco, Uribe Vélez recuerda que Carlos Gaviria Díaz, su maestro de la Universidad de Antioquia, le dijo: “He oído que el Ejército mató al padre Antonio”. El expresidente le respondió que había visto con sus “propios ojos” el asesinato a manos de la guerrilla. Sin embargo, en la página anterior había relatado: “Al darme la vuelta para subir al helicóptero escuché las primeras detonaciones”, se arrastró hacia una zanja y luego corrió agachado al helicóptero. (¿Cómo vio con “sus propios ojos” si dio la vuelta y estaba huyendo?).

Entonces concluye: “Gaviria insistió en su interpretación de los acontecimientos. Pero Dios siempre recompensa la verdad”. La falsedad como estigma unida al nombre de Dios como garante de su versión de los hechos.

Acorde con el contenido de su autobiografía y de su discurso público, el acervo literario de Álvaro Uribe Vélez está constituido por lecturas académicas, básicas. Las citas de personajes célebres al comienzo de cada uno de los seis apartes de No hay causa perdida son sólo introductorias, casuales, no presentan ningún vínculo conceptual con el texto que preceden.

El texto no ofrece homenajes literarios implícitos que sugieran la conexión de Álvaro Uribe Vélez con alguna corriente estética. Sin embargo, en la autobiografía se vale de su habilidad para memorizar discursos de líderes famosos, como Jorge Eliécer Gaitán; y de encuentros con Gabriel García Márquez y Débora Arango, para ilustrar su cercanía con la cultura nacional.

De otro lado, Gómez y Uribe comparten el recurso de aludir sin nombrar, como forma de anular la existencia del otro. Laureano Gómez califica el arte vanguardista como una “indecente farsa”, citando como ejemplo a Diego Rivera. En ese sentido, dice: “Ha embadurnado los muros de un edificio público de Medellín con una copia y servil imitación de la manera y procedimientos del mexicano”. Hace referencia a Pedro Nel Gómez, sin mencionar su nombre.

Uribe opta por no mencionar con nombre propio a los periodistas y “analistas de relaciones internacionales” que lo contradicen. Habla de medios, no de individuos. “Tal vez soy un romántico incorregible […] pero siempre me he negado a aceptar que Colombia sea una causa perdida…”.

No hay causa perdida es la parábola, épica, de un redentor cuya causa es Colombia. Y seguirá perdida, según el texto, sin la presencia de Álvaro Uribe Vélez.



* *Rubén Sierra (editor), ‘La restauración conservadora 1946-1957’, Bogotá, Cátedra de Pensamiento Colombiano, Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá, 2012, 422 páginas.



*Álvaro Uribe Vélez y Brian Winter, ‘No hay causa perdida’, Estados Unidos, Celebra-Penguin Group, 2012, 344 páginas.

viernes, 19 de octubre de 2012

" ORACION POR LA PAZ" Y RESEÑA BIOGRÀFICA DE JORGE ELIECER GAITÀN . TRATANDO DE ENTENDER (10)


Nota  del Editor: Con un contexto biográfico e histórico transcribimos la ORACION POR LA PAZ  discurso magistral de Jorge Eliécer Gaitán. Texto tomado de la edición digital del libro Grandes Oradores Colombianos de Antonio Cruz Cardenas, edición en internet de la biblioteca virtual del Banco de la Republica. 




“Oración por la paz”

En Bogotá, en 1898, nace Jorge Eliécer Gaitán. Se gradúa como abogado en 1925 y ejerce durante año y medio en una pequeña oficina del centro de la ciudad. Luego viaja a Roma y allí recibe clases y hace amistad con el famoso penalista italiano Enrico Ferri. El, a su vez, se convierte en un prestigioso criminalista y en un contundente orador del foro. Pero además lo atrae la política. Es tiempo de cambios y su partido, el liberal, se prepara –como dice Alfonso López– para asumir el poder. Gaitán habla en los barrios de Bogotá, impulsa a las masas en alzamientos cívicos contra la administración local y luego, en los debates por la matanza de las bananeras del Magdalena, contra el gobierno central.


El liberalismo, en efecto, llega a la Presidencia en 1930 y Gaitán es el vocero de las fuerzas juveniles “de avanzada”. Las suyas son tesis socialistas y nacionalistas y algunos de sus copartidarios influyentes empiezan a desconfiar. Gaitán se impacienta porque –dice él– el gobierno de Olaya Herrera no impulsa leyes laborales y de tierras, y funda, con Carlos Arango Vélez, la Unión Izquierdista Revolucionaria, UNIR, para sacar del juego a “capitalistas y latifundistas”.


Gaitán vuelve al liberalismo en 1934, porque cree que el gobierno de Alfonso López coincide con varias de sus propuestas. Este lo nombra Alcalde de Bogotá en 1936. Hace una gestión popular pero autoritaria y sale a los ocho meses. En 1940 el presidente Eduardo Santos lo nombra ministro de Educación, pero sus ideas de secularización indignan al clero católico y a los conservadores y Gaitán tiene que renunciar. En 1943 el presidente encargado Darío Echandía lo nombra ministro de Trabajo y desde allí trata nuevamente de establecer la reciprocidad entre capital y trabajo, con legislación sobre salud pública y regulación del Estado en conflictos laborales. Tampoco dura en este ministerio, pero en 1944 lanza su candidatura a la presidencia de la república e impone su estilo oratorio: llano, casi elemental, sin retóricas, cercano a los intereses y necesidades del pueblo. Puede pronunciar de ocho a diez discursos diarios, todos improvisados. En 25 años de oratoria sólo ha escrito cinco disertaciones.


Habla en los barrios de Bogotá, en las plazas, en el Teatro Municipal, en ciudades y aldeas de todo el país. Dice: “Yo no soy un hombre, yo soy un pueblo”. Darío Echandía y Carlos Lleras Restrepo, tentativamente candidatizados, retiran sus nombres. Quedan Gabriel Turbay, como candidato liberal “oficialista”, y Jorge Eliécer Gaitán, como candidato Liberal popular. Gana la presidencia el conservador Mariano Ospina Pérez.


El 7 de febrero de 1948 el caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán improvisa un discurso en la Plaza de Bolívar de Bogotá, donde se han congregado más de 50 mil personas. Un año antes Gaitán ha vencido en las elecciones parlamentarias a la otra corriente liberal, el santismo, que sigue las orientaciones del ex presidente Eduardo Santos, y al partido conservador que comanda Laureano Gómez. Se perfila como el candidato único del liberalismo a los comicios presidenciales de 1950 y aspira a reemplazar al conservador Mariano Ospina Pérez.


Esta pieza oratoria de Gaitán se llamaría “oración por la paz”, porque Colombia registra, desde 1947, diversos hechos de violencia política que hacen cada día más agresivo el pleito entre los partidos tradicionales: a finales de diciembre de 1947 en Chiquinquirá (Boyacá) policías ebrios disparan contra el dirigente liberal Jorge Armando Cortés, su esposa y su hermano; en enero de 1948 se informa de matanzas políticas en ciudades boyacenses como Villa de Leiva, Chiquinquirá, Coper y Sutamarchán; y también en municipios del Norte de Santander como Salazar de las Palmas, Arboledas, Cucutilla, Chinácota, Pamplonilla, Ragonvalia... En realidad crecen la intolerancia y el sectarismo en todo el país y de ahí que una actitud y una voz que se levantan contra el fanatismo reúnan multitudes silenciosas, que expresan su duelo con banderines negros.


Gaitán, como intérprete de sus seguidores y oyentes, parece dirigirse al Presidente de la república, a 120 metros de la Casa de Nariño o Palacio Presidencial:


* * *


“Excelentísimo señor Presidente de la República, doctor Mariano Ospina Pérez:


Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra excelencia sabiendo que interpreto el querer y la voluntad de esta inmensa multitud, que cobija su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo este silencio clamoroso, para pedir que haya piedad y tranquilidad para la patria.


En todo el día de hoy, excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que llegaron de todo el país, de todas las latitudes –los llanos ardientes y las frías altiplanicies, como las de esta capital– han venido a congregarse en esta plaza, cuna de nuestra libertad y de nuestra historia, para expresar su irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que ellos desembocan en esta plaza y no hay sin embargo un solo grito, porque en el fondo de sus corazones se agolpa la emoción; pero como en las tempestades violentas la fuerza subterránea es mucho más poderosa y ésta sabe que tiene el poder de imponer la paz cuando los obligados a imponerla no la imponen.


Señor Presidente: Aquí no hay aplausos sino millares de banderas negras que se agitan. Excelentísimo señor: Sois un hombre de universidad y por lo tanto os debe llamar la atención este hecho sin precedentes en la historia de Colombia.


Señor Presidente: Aquí están presentes todos los hombres que han desfilado y demuestran una fuerza y un poderío no igualados y sin embargo, no hay un solo grito. Aquí hay una contradicción a las leyes de la psicología popular. Un pueblo que es capaz de contrariar las leyes de la psicología colectiva es un pueblo que os demuestra que tiene un espíritu de disciplina capaz de superar todos los obstáculos. Ningún partido en el mundo ha dado una demostración como ésta. Pero si esta manifestación sucede es porque hay algo grave y no por triviales razones. Y esto obliga a los hombres universitarios a escucharla y oírla. Somos la mejor fuerza de paz en Colombia. Somos los sustentáculos de la paz en Colombia, y mientras en las veredas y en los municipios fuerzas minoritarias se lanzan al ataque, aquí están las grandes mayorías obedeciendo una consigna. Pero estas masas que así se reprimen también obedecerían la voz de mando que les dijera: Ejerced la legítima defensa.


Dos horas ha gastado esta gente entrando a esta plaza para colmarla. El comercio ha cerrado sus puertas y le debemos gratitud por este noble gesto. 


Porque somos fuertes somos serenos. Esta es la significación más exacta de que con nosotros no puede abusarse. Hay un partido de orden capaz de realizar estas manifestaciones para evitar que la sangre se derrame y para que las leyes se cumplan, porque son la expresión de la conciencia colectiva. Yo quisiera que todo el país contemplara este espectáculo. No me he engañado cuando he dicho mi concepto sobre la conciencia popular, ampliamente ratificada en esta manifestación, donde los aplausos desaparecen y sólo se oye el rumor emocionado de los millares de banderas negras que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres tan villanamente asesinados.


Señor Presidente: serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los hombres que llenan esta plaza, con esa emoción profunda os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, en favor de la tranquilidad pública. Todo depende de vos; sabemos que quienes anegan en sangre este país cesarían en su pérfida siega. Esos espíritus de mal corazón cesarían al simple imperio de vuestra voluntad.


Amamos hondamente a esta patria nuestra y no queremos que nuestra nave victoriosa navegue sobre ríos de sangre.


Señor Presidente: No os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no siga por caminos que nos avergüenzan ante propios y extraños. ¡Os pedimos tesis de piedad y de civilización!


Señor Presidente: Os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía. Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes: somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia.


Impedid, señor Presidente, la violencia. Sólo os pedimos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta ola de barbarie, podéis aprovechar nuestra capacidad laborante para beneficio del progreso de Colombia.


Señor Presidente: Esta enlutada muchedumbre, estas banderas negras, este silencio de masas, este grito mudo de corazones, os pide una cosa muy sencilla: que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como querríais que os tratasen a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos, a vuestros bienes.


Os decimos, excelentísimo señor Presidente:


Bienaventurados los que no ocultan la crueldad de su corazón, los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar los sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad contra los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia”.

MI ÚNICO ENCUENTRO CON CARLOS CASTAÑO

Nota: esta breve crónica de mi encuentro con Carlos Castaño la escribí pensando en comenzar mi idea de se escritor y cronista del conflicto....