Una fábula feroz sobre la obediencia
Inspirada en el ensayo de Kant, La paz perpetua, una dramaturgia del español Juan Mayorga cuestiona las ideas de obediencia, justicia y paz.
En su versión colombiana, tres perros entrenados para matar protagonizan una obra de teatro sobre el poder y la violencia.
Hay palabras que amortiguan la violencia. No es posible plantear una noción de paz si se asume un conflicto como ajeno. En 1795, Immanuel Kant escribió Sobre la paz perpetua, un ensayo filosófico y político que, más que hablar de una pausa entre guerras —lo que él llamó “paz provisoria”—, expuso artículos preliminares y definitivos para alcanzar una paz permanente y estable, una fundada en el derecho y la razón.
La filosofía, además de ser un conjunto de saberes, razonamiento y lo que algunos llaman la “búsqueda de la verdad”, puede también aplicarse a campos como el artístico, ser punto de partida para revelar cómo el mundo se desgasta cotidianamente; para acercar ideas que antes parecían lejanas, convirtiéndolas en formas de nombrar lo que somos.
Una muestra de ello es La paz perpetua, una obra escrita por el dramaturgo español Juan Mayorga y basada, a su vez, en este ensayo.
La pieza teatral —y su llegada a la escena colombiana— fue posible gracias a Iván Olivares, director y dramaturgo mexicano que trabaja en el país. Aquí, hace más de una década, conoció a Quinta Picota –una compañía de teatro independiente que este año cumplió 16 años de trabajo–, cuando surgió la idea de llevar a escena una obra de su autoría, Seven Eleven.
En 2016, les propuso La paz perpetua, un montaje que había visto en la Compañía Nacional de Teatro de México, y que consideraba pertinente por el contexto que el país atravesaba: “En ese momento se estaba discutiendo el acuerdo de paz en Colombia. Y este texto precisamente habla sobre la paz y desde qué perspectiva se define. Sabía que iba a resonar con el grupo, con los actores de la compañía”, recordó Olivares.
La paz perpetua se estrenó en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá en 2016. Posteriormente, tuvo varias temporadas y funciones en espacios como la Academia de Artes Guerrero, y participó en eventos como el Festival de Teatro de Bogotá y el Festival Internacional de Teatro de Mont-Laurier, en Quebec, Canadá, donde Alexis Rojas, uno de los actores del elenco, recibió el premio a mejor interpretación. La obra se presentó de forma continua hasta 2019, cuando, en 2020, la pandemia interrumpió su circulación.
Este año, el grupo decidió retomar el trabajo conjunto y ofrecer funciones que culminaran este 26 y 27 de julio en Bogotá.
Cuerpos entrenados para obedecer
La trama central de esta dramaturgia gira en torno a tres perros que compiten por ser seleccionados como “K9", una unidad entrenada para labores de seguridad.
A través de la competencia para saber quién es el más indicado para servir a una nación, se plantean ambiciones, humanas, en todo caso, tensiones y dilemas asociados a la guerra, el terrorismo y las nociones de orden y protección. Un hombre decide. En el centro de todo, surge una pregunta que le da sentido a la obra: ¿qué es la paz y quién tiene el poder de definir cómo alcanzarla?
Para interpretar la obra, el trabajo comenzó desde el cuerpo: los actores dejaron de lado su noción humana para encarnar a los perros, y buena parte de la acción ocurre con el cuerpo sostenido en cuatro puntos (o cuatro patas). Había que afinar, entonces, una presencia que evocara lo animal.
Mientras el elenco se preparaba, llegaron las preguntas sobre el sentido de la obra, las posiciones de cada personaje que planteaba el texto y cómo representarlas a través de la fábula.
La obra plantea preguntas sobre la guerra, la obediencia y la paz.
El vestuario, la iluminación y el paisaje sonoro fueron capas que se construyeron a la par. El espacio se pensó como una cápsula o un laboratorio que, en palabras del mismo Olivares, podía estar incluso dentro de un búnker: cerrado, controlado.
El público estaba a lado y lado, enfrentado entre sí, como si también habitara esa zona de prueba. La música eran frecuencias electrónicas. Todo —el cuerpo, el sonido, la disposición espacial— estaba al servicio de una inmersiva.
En la asistencia de dirección y el área técnica participaron Diana Alfonso y Natalia Ramírez –quien además se encargó de la producción general–. El elenco estuvo conformado por cinco actores en escena: Alexis Rojas, Julián Díaz, Alejandro Buitrago, Wilson Forero e Iván Carvajal. Este último interpretó a Emmanuel, un perro pastor alemán que no era el más fuerte ni el de mejor olfato, sino el que razonaba: “Estaba entrenado para pelear, pero fue adoptado por una chica ciega que estudiaba filosofía que le enseñó a pensar. Es una metáfora, claro, pero él plantea preguntas difíciles, como por ejemplo: ¿está bien matar a un humano sin saber si es culpable?”, explicó el actor y director artístico de la compañía.
La evolución de los personajes también fue de la mano con la evolución de quienes los interpretaban. Luego de tanto tiempo, Carvajal aseguró que hoy el cuestionamiento va más allá del conflicto colombiano, y tiene que ver con el deseo humano de arrasar con todo sin preguntarse nada.
Llevar la filosofía al arte escénico
Para aterrizar las ideas del ensayo, la pelea de perros propuso una confrontación que generara preguntas, que obligara a pensar. Invitó al espectador a cuestionar su propio criterio y a no quedarse con la primera respuesta. Recordó la importancia de conversar, de no caer en el impulso ni en la radicalización: “Es precisamente, que esa persona piense por sí misma. Pero detrás de pensar por sí mismo hay que escuchar y tener puntos de vista sólidos en este universo del desconocimiento”, afirmó Carvajal.
Iván Olivares, desde su lugar como mexicano y latinoamericano, mencionó también cómo, históricamente, a los países de la región se les ha clasificado como “en vías de desarrollo” y cómo, en muchos sentidos, esa etiqueta ha persistido. Señaló que Latinoamérica ha estado constantemente “a la sombra de los Estados Unidos”, un país que, según él, ha dictado las reglas a nivel mundial: “A nosotros siempre nos señalan como los malos. Específicamente a Colombia y México. Dicen que somos los que dañamos a la civilización estadounidense, cuando ya vemos cómo se comportan las potencias”.
Para él, el llamado “primer mundo” está inmerso en guerras y en una repartición global marcada por los intereses económicos más que por convicciones ideológicas: “Yo tengo tanto de aquello, te doy esto y después me lo devuelves… y así. La guerra es un negocio”. Por eso cree que el arte tiene la misión de sacudirnos e invitarnos a hablar.
Kant respondió a la política del poder por el poder, que justifica alianzas, guerras y conquistas en función de la conveniencia o la llamada “razón de Estado”.
Frente a ello, sostuvo que tal postura no representaba una verdadera racionalidad política, sino un ejercicio de cinismo moral. La paz perpetua, en su desarrollo, pone en circulación preguntas sobre el presente: “La temática de la obra ha generado unas reflexiones sobre lo que pasó y pasa hoy en día en Colombia y lo que pasa en el mundo. La necesidad de paz, pero también la ambigüedad de ese término”, compartieron ambos.
A través de su adaptación al teatro, Sobre la paz perpetua ha ampliado su alcance hacia discusiones contemporáneas y la legitimidad del discurso pacificador. “La paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza (status naturalis); el estado de naturaleza es más bien la guerra, es decir, un estado en donde, aunque las hostilidades no hayan sido rotas, existe la constante amenaza de romperlas”, planteó el texto kantiano.
Un tratado de paz que no es válido si, en el fondo, hay una intención oculta de continuar la guerra.
Por Paula Andrea Baracaldo Barón
Comunicadora social y periodista de último semestre
Universidad Externado de Colombia.
@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
El Magazín Cultural periodico el Espectador. Bogotà. julio 25 de 2025