“El baile rojo”: recuerdos del exterminio
Primer texto sobre cinco documentales que recuerdan hechos históricos de Colombia. “El baile rojo”, de Yezid Campos, registró las historias de algunas de las víctimas del exterminio de la Unión Patriótica.
El 20 de noviembre de 1988, Ángel Rodríguez* estaba sentado en el andén de la portería de su edificio hablando con el vigilante sobre cualquier cosa que le matara la ansiedad: dentro de unas horas jugaba Nacional, su equipo, y él lo vería arriba, en el apartamento en el que también vivían sus papás y sus hermanas. Ninguno de sus parientes estaba interesado en el juego, solo el portero podría contestarle a sus comentarios, así que bajó. Durante la charla, un carro negro y alargado, no sé sabe de qué marca ni cuáles eran sus placas, se acercó. Se bajó un hombre a preguntarle a Ángel si sabía dónde quedaba una dirección. Él le dijo que sí, que tenía que seguir derecho y girar o no girar, ya el portero no se acuerda. El que preguntaba le agradeció, pero se disculpó porque seguía sin ubicarse. Le propuso que lo acompañara a dejar “un paquete” y él mismo lo devolvería al lugar en el que lo recogió, además de darle dinero por el favor. Ángel -que tenía un retraso mental casi que imperceptible según su familia- le dijo que no, que él sí lo acompañaba, pero que no tenía que pagarle nada, que con mucho gusto. Tres días después, una hermana lo reconoció en un anfiteatro gracias a unas botas de cuero que siempre se ponía con la camiseta de Nacional. Lo mataron con tres balazos.
Una de sus hermanas, la más atrevida, reactiva y orgullosa, quiso investigar, pero cuando comenzó el que le recibió la denuncia le dijo que mejor dejara de buscar lo que no se le había perdido, que si lo habían matado a él por qué no la iban a matar a ella. Que se callara. Bibiana, la hermana, 33 años después del asesinato de su hermano, sostiene que los tres tiros que le pegaron a Ángel fueron gracias a su nueva pasión ideológica que le repetía al que se le cruzara: la UP. Su militancia, más ideológica que activa, fue para ella su sentencia, ya que por esos días el exterminio arrasó con todo aquel que se mostrara cercano y entusiasmado con la génesis de un partido que hablaba sobre anhelo constante y lejano de la mayoría de los colombianos: vida digna, garantías de derechos fundamentales, oportunidades y paz.
El baile rojo (2003) también se llama el documental que dirigió Yezid Campos, quien además estuvo a cargo de la producción, el guión y la fotografía. En 50 minutos, Campos logró resumir una tragedia que duró 18 años, y lo consiguió gracias a que las víctimas de aquellos asesinatos, desapariciones y persecuciones contaron los detalles de sus experiencias: ver a su padre morir, como el hijo de Jaime Pardo Leal; caer encima de su esposo asesinado, como le ocurrió a Mariela Barragán con Bernardo Jaramillo, o irse del país sin saber qué pudo pasar con el padre de sus hijas, como le ocurrió a Gloria Macilla, esposa de Miguel Ángel Díaz.
En el documental se explica el origen del partido, que se dio durante un diálogo entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc, en Uribe (Meta), con la intención, entre otras cosas, de que los guerrilleros que se acogieran a los acuerdos de paz comenzarán a participar en política abandonando la vía armada. Después de que se explican el origen y los fundamentos con los que se creó el partido, además de narrar las consecuencias para los dueños de las casas en las que se alojaron los guerrilleros que participaron en dicha reunión, se pasa a los resultados de las elecciones de marzo y mayo de 1986, en las que lograron 14 congresistas para Cámara y Senado, 18 diputados y 335 concejales.
A los que iban eligiendo los iban matando, a los que reconocían militando, también. Entre más visible la cara y más contundentes las denuncias y propuestas del candidato, más peligro. De muchos se decía que eran de las personas “más amenazadas del país”, y les repetían que se cuidaran, que era en serio, y que sobre todo ellos debían irse o abandonar la lucha. No lo hicieron y fueron baleados.
La negociación, después de los asesinatos, se rompió y los guerrilleros que se desmovilizaron para acoger, exclusivamente, la palabra como arma regresaron al fusil, y la matanza continuó y continuó. Jaime Pardo Leal, tal y como lo dice su esposa, Gloria Flórez de Pardo, en el documental, le decía: “Chatica, no sé si nos volvamos a ver”, y días después le dispararon mientras conducía su camioneta de regreso a Bogotá. En el carro también iban Flórez y su hijo Fernando Pardo.
María del Carmen Trujillo, otra de las mujeres que cuentan su relato en el documental, perdió cuatro familiares por la militancia de Julio Cañón, su esposo, quien fue alcalde (UP) de Vistahermosa, Meta. Uno de sus hijos salió a llevar una carga de plátano y nunca volvió. Lo mataron y por esa muerte Trujillo fue indemnizada por el Estado. Y así fue con los que logró enterrar, porque hay uno que jamás volvió a ver. Y le dieron dinero porque fueron miembros del Ejército los que mataron a su familia.
El baile rojo está disponible en Youtube. Es uno de los documentos audiovisuales más reveladores sobre aquel exterminio por el que aún, a pesar del nivel de la barbarie, se les debe justicia a las víctimas. Esa sombría estrategia que se planeó desde la intolerancia de los que no soportaron ideas distintas. Ese plan, aquel “Golpe de gracia” o el tan cínicamente nombrado “Baile rojo”, forma parte de los hechos más macabros y determinantes para entender la historia de Colombia.