domingo, 28 de agosto de 2016

UNA CARTA ABIERTA DE MARTHA NUSSBAUM A LOS COLOMBIANOS Tratando de entender (60)

UNA CARTA ABIERTA DE MARTHA NUSSBAUM A LOS COLOMBIANOS
Nussbaum nació en Nueva York, en 1947.
Una carta abierta de Martha Nussbaum a los colombianos
La filósofa norteamericana envió esta carta a los colombianos sobre la firma del acuerdo de paz: un llamado a la tolerancia, a abogar por la educación y por enfrentar nuestras diferencias sin odio. "La reconciliación debe ser una política del desarrollo humano".

2016/08/25

POR MARTHA C. NUSSBAUM


Una carta para el pueblo colombiano*
24 de agosto de 2016
Apreciados amigos,
Su país ha llegado a un momento histórico. Después de muchos años de conflicto, el proceso de paz ha dado un enorme paso adelante. Con el acuerdo definitivo anunciado este 24 de agosto, la gente puede esperar el desenlace final con alguna confianza. Sin embargo, en un momento así, es muy posible que haya bastante incertidumbre, puesto que muchas posturas diferentes compiten por la aceptación de la gente. Con toda humildad me permito ofrecer unas pocas sugerencias acerca de cómo enfrentar este futuro.
No me siento cómoda sugiriendo a las personas de otra nación acerca de asuntos que les son propios y no míos. Lo hago así, con una reticencia considerable, por tres razones. Primero, como filósofa he escrito acerca de asuntos de la justicia social y también sobre los sentimientos políticos, sobre el perdón y la reconciliación y creo que la filosofía de hecho tiene algo meritorio que ofrecer en este momento crítico. Segundo, siento una gran amistad hacia la gente de Colombia, donde como visitante he sido recibida calurosamente y también retada con preguntas provocadoras e inquisidoras, y donde me ha impresionado enormemente la calidad del debate público. Tercero, provengo de una nación que finalizó una guerra civil prolongada y amarga, y que todavía forcejea con el legado de aquella guerra distante. Por tanto, espero que los pensamientos provenientes de dicha perspectiva puedan ser de utilidad.
Lo primero que deseo decir, desde lo profundo de mi corazón, es que el espíritu de la revancha y la retribución es el veneno de cualquier relación humana, sea personal o política. La retaliación no corrige males que ya han sucedido, y generalmente solo acumula más amargura para el futuro. Lo que es crucial es girar hacia el futuro, no vivir en el pasado y asumir una postura política basada en la esperanza, el trabajo y el reconocimiento de los demás.
Ningún mal fue más atroz que la esclavitud, y sin embargo nuestro gran líder afroestadounidense Martin Luther King, Jr. repudió totalmente el espíritu de venganza, instando a los negros y a los blancos a unir las manos por la conquista de un mundo mejor. Ese mundo mejor, es todavía, muchos años después, trabajo en progreso, pero cuando un asesino racista mató a los integrantes de un grupo de una iglesia en Carolina del Sur, los integrantes de la iglesia dijeron que estaban tratando de trascender sus muy entendibles deseos de venganza personal y de lograr una mentalidad de perdón, compasión y amor a la condición humana.
Una política de la reconciliación debe también ser una política de la verdad y la justicia. No se puede alcanzar ninguna reconciliación genuina si los argumentos no se basan en la evidencia, los hechos y la lógica. Y no se creará ningún nuevo futuro genuino a menos que todos nos unamos en el compromiso de mantener las normas requeridas para que la justicia avance. El compromiso hacia el futuro es lo principal, y en la búsqueda de dicho pacto social se podría sabiamente tomar la decisión de no procurar retribución por el pasado. La nueva Suráfrica fue creada por la disposición de Nelson Mandela para trabajar constructivamente con los anteriores opresores, reconocer sus preocupaciones y desplegar confianza en ellos como conciudadanos. En cada contexto, bien sea el deporte o la formación del servicio civil, demostró respeto por sus anteriores enemigos, formando una nueva colaboración.
Al mismo tiempo, una política de la reconciliación debe ser una política del desarrollo humano. Me han impresionado profundamente los valientes experimentos económicos observados en mi reciente visita a Medellín, donde descubrí que lo que escribo –sobre la búsqueda de las “capacidades humanas”– se estaba convirtiendo en una esperanza material auténtica para muchas personas afligidas por la pobreza. Estos esfuerzos para la creación de oportunidades e inclusión deben continuar, puesto que ningún compacto social puede permanecer mientras las personas sean conscientes de las grandes desigualdades de riqueza y oportunidad.
Y una política de la reconciliación también debe preocuparse profundamente por la forma de la educación. A todos los niveles, desde la escuela primaria hasta la educación superior, un compromiso con el fortalecimiento de los valores humanos necesita abarcar tanto el currículo y la pedagogía, dando a los jóvenes la capacidad del pensamiento crítico y la argumentación respetuosa, impartiendo entendimiento de un amplio rango de perspectivas sociales e históricas y también de cultivar la capacidad de imaginar estas perspectivas desde dentro, a través del compromiso con las obras de arte, la literatura y la música. El estudio de la filosofía, la literatura y las artes no es inútil: es de importancia urgente, puesto que todas las personas, cualquiera que sea su trabajo futuro, serán ciudadanos, responsables por el futuro del pacto social.
En todas las democracias las personas disienten, y algo que me impresionó grandemente de los colombianos es el amplio interés en el debate público y en el intercambio respetuoso de las ideas. Deseo que mi propio país pueda alcanzar eso. Espero que ustedes se aferrarán a estos compromisos admirables en este momento difícil y no buscarán el camino más fácil pero vacío de la retórica narcisista.
Estoy emocionada por su futuro. Admiro su fortaleza nacional, su compromiso con el desarrollo humano, sus instituciones y su cultura política. De modo que contemplaré, con afecto y esperanza, a medida que avanza su proceso de reconciliación.
Su amiga,
Martha C. Nussbaum

¿COMO LO IMPOSIBLE FUE POSIBLE? tratando de entender (59)



Proceso de paz: 

¿Cómo lo imposible fue posible?

María Jimena Duzán cuenta el camino que recorrieron las delegaciones desde que se reunieron por primera vez en La Habana en 2014, hasta llegar a la histórica firma del acuerdo de paz.
por: Maria Jimena Duzan.  Semana.com   Agosto 28 de 2016
 En la primera reunión pública, en Oslo, las delegaciones se enfrentaron con frialdad y desconfianza. Era claro que el proceso iba para largo. El discurso de Iván Márquez cayó como un baldado de agua fría. Foto: A.P.

Este proceso de paz con las Farc podrá ser contado de mil maneras. Sin embargo, tras cuatro años de idas y venidas a La Habana, de innumerables entrevistas con los delegados del gobierno y de las Farc, he llegado a la conclusión de que en estos momentos en que aún no hemos salido de la perplejidad, la mejor manera de narrarlo no es hacer énfasis en la rigurosidad cronológica, sino en por qué lo imposible fue posible.
Desde mi primera visita a La Habana fue evidente que ambos lados se sentaron a la mesa con sus armaduras puestas. Pese a que en el recinto ovalado del centro de convenciones de La Habana los separaban escasos metros, en realidad a unos y otros los distanciaban 50 años de un conflicto que nadie había podido frenar. Estos años de guerra pesaban más en la mesa que el año de conversaciones exploratorias en las que, bajo la tutela de Sergio Jaramillo, se había logrado acordar con las Farc una agenda general que sirvió de hoja de ruta para el inicio de las conversaciones en la isla.
La primera vez que estas armaduras se enfrentaron y mostraron sus desconfianzas fue precisamente en la fase secreta que duró un año. Una palabra, “desarme”, ocasionó el primer gran desencuentro. La había pronunciado tranquilamente Sergio Jaramillo al decir que este acuerdo general debería concluir con el desarme de las Farc. Inmediatamente el comandante del bloque Oriental, Mauricio Jaramillo, jefe de la delegación de las Farc, se paró de la mesa y le dijo a Jaramillo que ellos no habían venido a desarmarse y que no eran una guerrilla derrotada. Insistió en que este proceso de paz no era un sometimiento, sino una negociación. Acto seguido, las Farc se levantaron de la mesa estrepitosamente. Para calmar los ánimos se pidió la intervención de los países garantes, Cuba y Noruega, quienes fueron claves para sortear esta primera crisis que casi acaba con el proceso antes de que hubiera comenzado. Para apaciguar las aguas, se apeló a las bondades de la semántica –luego de tantos años de conflicto el lenguaje se vuelve un arma de guerra– y de común acuerdo se cambió la palabra “desarme” por “dejación de armas”.
Con las armaduras puestas
Tras el anuncio de que se había pactado un acuerdo general entre el gobierno y las Farc que dio paso al inicio de las negociaciones, vino el discurso del jefe negociador de las Farc, Iván Márquez, en Oslo que cayó como un balde de agua fría entre una opinión pública que no creía en la voluntad de paz de las Farc, y que tenía frescas las imágenes de los secuestrados encerrados en campos alambrados, algunos de los cuales murieron en cautiverio. Las Farc en ese discurso no le hablaron al país, sino a su guerrillerada. Reivindicaron su lucha armada, señalaron al Estado colombiano como el enemigo de los pobres, se autoproclamaron víctimas del conflicto y se opusieron a cualquier justicia transicional porque los pusiera a ellos como victimarios.
Después de este discurso, escrito y revisado por todo el secretariado, quedó claro que estas negociaciones iban a tener que cocinarse a fuego lento y que no iba a ser un “proceso de paz rápido”, de meses, como lo había anunciado el presidente Santos días antes de que se iniciaran las negociaciones en Oslo.
Y así, a fuego lento, se cocinó esta negociación entre enemigos históricos que se conocían solo a través de la deformación que produce la guerra. El alto comisionado para la paz, Sergio Jaramillo, conoció por primera vez a un dirigente guerrillero en febrero del 2012 cuando se inició la fase exploratoria en La Habana. Se trataba del comandante del bloque Oriental, Mauricio Jaramillo, elegido por las Farc para encabezar esas negociaciones. Como viceministro de Defensa de Juan Manuel Santos, Jaramillo había entrevistado y escuchado a muchos de los guerrilleros que se habían desmovilizado y con el rigor que lo caracteriza los había estudiado muy detenidamente. Sabía quiénes eran los miembros del secretariado, conocía los crímenes de los que se les acusaba y hasta cuáles eran sus hábitos. Sin embargo, cuando conoció al comandante del bloque Oriental, en esa fase exploratoria, su percepción cambió. Descubrió que una cosa eran los mandos medios desmovilizados con los que se había entrevistado y otra los comandantes activos. Pese a que estaban en dos orillas opuestas, a Sergio Jaramillo le sorprendió su interlocutor por su seriedad. “Es un comandante de verdad”, me dijo cuando se lo pregunté hace poco.
Le hice la misma pregunta al comandante del bloque Oriental hace un mes cuando fui a entrevistarlo en las sabanas del Yarí, y me respondió que pese a su obsesión por la semántica la percepción que él tenía de Sergio Jaramillo antes de la fase exploratoria había cambiado luego de que se logró acuerdo de la agenda. “Reconozco que es una persona que no tiene ningún interés político distinto al de la paz”, me dijo.
El caso del jefe negociador en La Habana, Humberto de la Calle, fue muy distinto. A diferencia de Jaramillo, él si los conocía y sabía de sus resabios. Como ministro de Gobierno del presidente Gaviria había estado al tanto de las infructuosas negociaciones que hicieron en ese gobierno con las Farc. Y aunque él nunca me lo ha dicho, tengo la percepción de que entró a esta negociación con un pesimismo propio de su pasado de nadaísta. Sin embargo, en la medida en que las cosas fueron avanzando, cierto halo de optimismo le fue ganando al punto de que hoy se ha reencauchado como un posible candidato presidencial. Su facilidad de palabra ha servido mucho en un gobierno muy poco elocuente a la hora de informar sobre lo que sucedía en La Habana.
Las Farc también fueron cambiando no solo sus discursos sino sus formas. Poco a poco empezaron a entender el país y comprender que eso que ellos despreciaban –la mal llamada opinión pública– no era solo un invento de los medios que estaban al servicio de los grandes capitales. Se abrieron a la posibilidad de comprender por qué eran tan repudiados, y a no pensar que toda esa aversión que había hacia ellos era resultado de una campaña mediática orquestada por la mano negra. Los comandantes sufrieron también su propia transformación: Iván Márquez se convirtió en un experto de la Constitución de 1991, hasta el punto de que en algún momento Pablo Catatumbo me confesó que ellos estaban sentados en la mesa no porque querían cambiar el modelo de producción sino porque querían hacer cumplir esa Carta. Su jefe máximo, Timochenko, le dio la bienvenida a las empresas extranjeras y aseguró que su movimiento político no iba a tener nada que ver con el chavismo ni con Maduro, y hasta Santrich tuvo que aceptar que los periodistas que trabajamos para la gran prensa no éramos esbirros despreciables, como alguna vez me lo enrostró.
Sin embargo, algunas cosas nunca cambiaron. Hasta el día de hoy, ni Humberto de la Calle ni Sergio Jaramillo han logrado cambiar sus formas. Ellos todavía las guardan y nunca permitieron que en este proceso se repitiera lo que se dio en negociaciones como la de Irlanda, en las que hacia el final no había dos mesas sino una (eso se vio también en la negociación con el M-19). Durante cuatro años muy pocas veces estos negociadores se reunieron con las Farc por fuera de la mesa, y la única persona de los plenipotenciarios que decidió romper ese rígido esquema fue la canciller María Ángela Holguín, quien sí invitó en varias ocasiones a cenar a los delegados de las Farc para que se pudieran allanar los desacuerdos lejos de los avatares de la mesa.
No obstante, mis fuentes me dicen que en los últimos días, durante el cónclave que cerró la negociación, sí se llegó a percibir cierta sensación de que no había dos mesas, sino una.
Un proceso que cambió a los negociadores
Aunque el alto comisionado –cuya fama de gélido y distante nunca lo abandona– no lo haya aceptado públicamente, es evidente que esta negociación fue posible no solo porque los astros estaban alineados al tener a un presidente de Estados Unidos como Obama o a unos hermanos Castro convencidos de que la lucha armada ya no tenía razón de ser. Fue también posible porque en la medida en que avanzó este proceso y se derrumbaron paradigmas, los negociadores del gobierno y los de las Farc fueron cambiando sus percepciones sobre su oponente, y, al hacerlo, cambiaron también como personas.
En eso ayudaron las sesiones que los negociadores tuvieron con las víctimas del conflicto en La Habana y de las que ya poco se acuerdan los medios. Esas sesiones tuvieron un efecto conmovedor e íntimo que solo quedó registrado imperceptiblemente en las conciencias que fueron tocadas por esos testimonios desgarradores. Esta confrontación con el dolor de las víctimas, le recordó al Estado y a las Farc que la guerra degradó nuestra condición humana y nos volvió insensibles a la barbarie.
A regañadientes las Farc tuvieron que ver y escuchar testimonios desgarradores del dolor que causaron durante estos años de guerra. Y aunque muchos comandantes salían de estas sesiones furiosos y molestos porque consideraban que todo esto era una trampa para mostrarlos como victimarios y tratar así de olvidar que el Estado había asesinado a sus hermanos, hermanas, padres, este ejercicio doloroso les sirvió para que las Farc asumieran su responsabilidad en el conflicto, como de hecho lo harían más tarde. Sin esta catarsis inicial, la ceremonia de perdón de las Farc en Bojayá, en la que esta guerrilla sintió la indignación y el dolor de las víctimas y que le sacó lágrimas a Pastor Alape, no hubiera sido posible.
Pero también hay que decir que para el Estado colombiano y en especial para el general Jorge Mora debió ser también un momento de introspección porque, siendo el único militar retirado en la mesa, tuvo que confrontar el dolor de las víctimas de los agentes del Estado. Con todos los delegados del gobierno con quienes hablé pude constatar que la catarsis fue conmovedora. En su momento, el general Naranjo me confesó que luego de este ejercicio habían salido “convertidos en otras personas”. Inclusive el propio presidente Juan Manuel Santos, siempre tan inconmovible, confesó haber sido tocado por los testimonios de dolor que escuchó de las víctimas.
A medida que el proceso avanzaba, vinieron otras demostraciones interesantes que evidenciaban cómo poco a poco las armaduras se iban haciendo a un lado. La que más recuerdo fue el emotivo encuentro que tuvo el general Flórez, designado por el presidente Santos para formar parte de la subcomisión encargada del punto que tenía que ver con el fin del conflicto y la dejación de armas, con Carlos Antonio Lozada, un comandante a quien él había perseguido por más de seis años.
Flórez era el primer general activo que se sentaba en una mesa a negociar con una guerrilla con la que el Ejército había combatido en los últimos 50 años. Sin embargo, cuando inauguraron la subcomisión, tras los discursos protocolarios, los dos sorpresivamente se quitaron sus máscaras y confesaron que se habían conocido en la guerra. El general Flórez buscó durante años a Lozada y casi lo captura en una operación en que logró ubicar su paradero. Lozada, sin embargo, logró escaparse del cerco militar pero salió gravemente herido en el estómago. Duró en la selva como dos meses a la deriva hasta que las Farc lo encontraron moribundo en un caserío. En un momento Lozada se levantó la camisa y le mostró una cicatriz enorme: “Mire, general, la chamba que dejó”.
Aunque para muchos esto puede ser una simple anécdota, es en realidad una demostración de que fueron muchas las murallas de odios que les tocó derrumbar a uno y a otro, para que dos enemigos históricos pudieran sentarse en la mesa sin que se les removieran las entrañas. Y por haber logrado lo imposible, pese a todos sus peros, que los tiene, el presidente Santos va a pasar a la historia.

jueves, 25 de agosto de 2016

CARTA ABIERTA A ALVARO URIBE VELEZ. “LOS QUE HACEN IMPOSIBLES LOS CAMBIOS PÁCIFICOS, HACEN INEVITABLES LOS CAMBIOS VIOLENTOS” (AJGF)







 “LOS QUE HACEN IMPOSIBLES LOS CAMBIOS PÁCIFICOS, HACEN INEVITABLES LOS CAMBIOS VIOLENTOS”  




HECTOR ABAD GÓMEZ






CARTA ABIERTA



DOCTOR

ALVARO URIBE VELEZ

EXPRESIDENTE DE COLOMBIA

BOGOTÁ D. C.

Cordial saludo.

Soy un abogado  antioqueño, formado en el conocimiento jurídico  por muchos de  los maestros que lo formaron a usted en la Universidad de Antioquia Alma Mater  de la cual compartimos el inmenso honor de haber sido alumnos y egresados.

Por las vueltas que da la vida, en mi ejercicio profesional tuve la oportunidad de asesorar y acompañar jurídicamente en el ejercicio de justicia transicional, a una cantidad importante de excomandantes, ex - mandos medios  y  ex -combatientes rasos desmovilizados del bloque Elmer Cárdenas de Autodefensas campesinas  (BEC- AC -ACCU)  en virtud del proceso de paz  que se llevó a cabo con el gobierno nacional de Colombia que usted  presidió y todavía sujetos al trámite de justicia transicional de la ley 975 de 2005 aprobada por el Congreso de la Republica y que fue impulsada por sus ministros de Estado.


En tales circunstancias soy testigo de excepción, conozco de primera mano  que estas personas (que en su momento fueron considerados igual o peores terroristas que la guerrilla a la que combatieron)  como ciudadanos colombianos están hoy y para siempre decididamente comprometidos con el logro de la  reconciliación nacional  y la anhelada paz por las vías del dialogo y la concertación y desde luego con  el ejercicio democrático  como siempre debió haber sido.  En su inmensa mayoría  hoy abrazan la legalidad  y rechazan  las vías de hecho, la violencia y las graves violaciones de derechos humanos  en las que alguna vez incurrieron y que usted como colombiano bien conoce.


De esta manera pública y abierta me dirijo a usted, quien fue Presidente de nuestra nación por dos periodos, para exponer algunos puntos de vista y argumentos   sobre el actual proceso de paz que adelanta el gobierno nacional con los grupos guerrilleros,  a quienes estas personas  anteriormente combatieron como parte de una maquina violenta que solo sirvió a intereses aun oscuros y  que solo sirvió para que todos los colombianos termináramos siendo victimas de un conflicto que nunca debió ocurrir.  Este ha sido un terrible conflicto de victimas contra víctimas y entre víctimas; un conflicto por la victimización o peor aun, para prevenirla siempre  por los medios violentos.


Respetuosamente le solicito  entender esta comunicación  dentro de en su real contexto histórico y político, pues los colombianos ya  hemos trasegado por un proceso de paz único en el mundo.  En virtud del proceso de justicia transicional que su gobierno implementó, se ha encontrado una buena parte de la verdad  del  paso de muchos compatriotas por el conflicto armado y las graves violaciones de los derechos humanos en las que lamentablemente incurrieron, cuando eran autodefensas y cuando los volvieron paramilitares. Han aportado  a la  reparación de quienes fueron sus  víctimas. Todavía muchos siguen  detenidos en la incertidumbre, en medio de un sistema que no les garantiza en forma alguna seguridad jurídica pues son utilizados,  cuando cuentan toda la verdad que conocen los excluyen de justicia y paz y los pasan a la justicia ordinaria a donde les trasladan toda la prueba que entregaron después de renunciar al derecho a la no auto incriminación.  Ahora están prisioneros en las cárceles  pagando las penas que les ha  impuesto la justicia colombiana.

Lo verdaderamente resaltable, doctor Uribe, es que todas estas personas  siguen comprometidos con el fin del conflicto,  la reconciliación nacional y decididamente con la no repetición de  las atrocidades que desafortunadamente  se cometieron durante la guerra y por las que no se cansan  de pedir perdón con verdadera contrición,  desde el fondo de sus corazones a quienes fueron sus víctimas, al pueblo colombiano y a la humanidad entera.

Ese es el único y real sentido de esta comunicación.  Contribuir desde el punto de vista de un abogado que ha tenido  la oportunidad de vivir  de cerca un verdadero proceso de paz y de justicia transicional y con la humildad de un colombiano más,  darle a conocer y  fijar la posición no solo mía, sino de algunos de ellos  frente a los  actuales procesos de paz que se adelantan en Colombia con las FARC y con seguridad próximamente con el ELN y sobre el referendo que próximamente se llevara a cabo en  los acuerdos de paz. Quisiera que como legislador pudiera aprovechar algunos de estos conceptos para el desarrollo legislativo para la implementación de los acuerdos, si es que se presenta la oportunidad.


Señor Ex Presidente; se ha dicho que ningún proceso de paz en el mundo ha terminado con los actores vinculados al conflicto en las cárceles.  Completamente cierto. Esto es una premisa universal de los procesos de paz excepto en Colombia. La excepción fue el de los grupos de autodefensa que con animo conciliatorio y de patriótica voluntad de paz dieron ese difícil primer paso de acercarse a su Gobierno Nacional en un proceso Político de Paz en el que admitieron como premisa necesaria a través de los fallos de las Altas Cortes, que debería existir un componente necesario de justicia a través de las penas para los responsables de las graves violaciones a los derechos humanos.  Con su origen eminentemente campesino ellos planteaban la constitución de colonias agrícolas en las regiones de donde eran oriundos o delinquieron, donde pudieran tener paulatinamente contacto con sus familias, con sus víctimas y ordenadamente completar  desde allí  el desarrollo  del proceso de  reintegración a las comunidades como ciudadanos de bien.   

Terminaron en la cárcel, en muchos casos detenidos ilegalmente sin tener siquiera prontuario policial ni ordenes de captura, desprovistos de la connotación de actores armados políticos  que reclamaron desde el primer día y finalmente sometidos a una ley que no fue producto de la negociación  y se les impuso ex post facto,  en contra de los compromisos pactados con su gobierno y excluyendo preciosos principios jurídicos universales como el de favorabilidad, el de la no autoincriminación  y el debido proceso.

Terminaron en la cárcel, no como parte de un proceso de paz  con un gobierno serio, sino  por los artilugios y engaños de sus ministros, asesores y comisionados, que hablándolo en plata blanca, los estafaron y los manosearon hasta el punto de llegar a extraditar a gran cantidad de desmovilizados  por el temor del gobierno a posibles denuncias. Ocultaron la verdad. Utilizaron la extradición como una sublimada forma de desaparición forzada con ánimo de ocultamiento de la verdad, hasta el punto que aun hoy, seis años después del fin de su gobierno, se continúa  extraditando desmovilizados,  sustrayéndolos del proceso de justicia y paz y de la responsabilidad de la verdad ante las victimas.

 Fueron blanco de gran cantidad de montajes por parte del Gobierno,  que aún continúan vigentes. La inseguridad jurídica  brilló durante todo el proceso jurídico y continuó con pesada carga que frena permanentemente un proceso que ha sido vacilante, que no fluye por culpa de las argucias gubernativas, a pesar del compromiso serio de la Justicia Colombiana.

Hoy, con el proceso político de Paz con su gobierno truncado irremediablemente por el engaño  y el proceso jurídico derivado de la ley 975 de 2005  avanzando a tumbos por culpa de los desaciertos  legislativos  y reglamentarios y la paquidermia estatal   que han sido innumerables,  los desmovilizados   se han   comprometido con animo reparador por la verdad  y han avanzado hasta el punto de haber desentrañado la cruda realidad de su participación en la guerra incluso confesando libre y voluntariamente  cientos, miles de transgresiones de derechos humanos de las que el Estado  jamás había tenido noticia.

Pueden expresar con dolor, vergüenza, con tristeza, pesadumbre y siempre contritos,  pero con la frente en alto y reclamando todavía persistentemente el estatus político de sus transgresiones,  que en el caso de las Autodefensas  no hubo impunidad y que la sociedad ha contado y contará con su total disposición siempre que se los requiera para aclarar cualquier situación en la que pudieron haber participado.

Con esta comunicación en forma de carta abierta le he querido dejar saber  respetuosamente, y con profundo sentimiento de humanidad  a usted y desde luego también  a todos los compatriotas colombianos, como testigo de excepción de  que estos ex combatientes, a pesar de haber participado como objeto   del  experimento  del único proceso de paz en el mundo donde se han aplicado a rajatabla, intensivamente los principios universales planteados por la Organización de  Naciones Unidas en su indeclinable lucha contra la Impunidad,   hoy  aceptan dichos principios, los  respetan y promueven  a pesar de que tienen plena conciencia de  haber sido llevados a esto mediante maniobras y engaños dignas de estafadores delincuentes y no de un estado democrático.

Estoy seguro que la trampa de  entonces  no será la carga que les impida aceptar y aportar desde las cárceles o desde la libertad,  para que el actual proceso de paz sea exitoso, sino  más bien  ese dolo sufrido entonces,  ahora hace  parte  de la acción liberadora del perdón que los llevará a  su vez a obtener el perdón de las victimas y de la humanidad, por el que suplican,  y que les permite desde la experiencia vivida aportar a estos nuevos procesos.
Considero, de acuerdo con mi experiencia profesional en la justicia transicional colombiana actual,  que los principios universales se deben aplicar de una forma que permita el logro de los acuerdos centrados en la Justicia, representados en sus componentes de verdad y reparación.

La justicia, con un alcance universal que revise todo el actuar de todos los actores dentro del conflicto, con fundamento en la verdad  cuenten en los tribunales al acceder voluntariamente a los mecanismos de justicia transicional y esta posibilidad debería comprender a todos los actores armados, legales e ilegales así como para no armados y civiles promotores, instigadores, financiadores ideólogos y apologistas  sin discriminación de ninguna clase.

 La pena a imponer serÍa de carácter social, transicional, restaurativo, temporal y con la finalidad de superar el conflicto, partiendo  de que serían penas alternativas que a la vez permitan  la dignificación de la víctima, la reparación social y del daño y la reconstrucción del tejido social.   

La cárcel no debe ser una opción dentro de la pena alternativa.  La pena de prisión es una vergüenza para la justicia, es la máxima injusticia y particularmente en Colombia es la forma como el estado mas viola los derechos humanos. A todos los presos colombianos se les violan los derechos humanos por parte del estado por el hecho  de estar inmersos en el sistema  inhumano, caduco y desprotegido.   La prisión evoca las mazmorras, la tortura, la inquisición  y las sobrepasa; es un trauma calamitoso que la humanidad no ha podido superar y un problema inmanejable para el estado. Es la hora de sobreponerla  con soluciones equitativas e  innovadoras.   

El otro pilar de la justicia será la reparación.  Como parte de la pena alternativa se debe obligar a los victimarios procesados  a reparar a las víctimas, a través del fondo establecido para ello, con erogaciones fijas en el caso de los guerrilleros desmovilizados y miembros de la fuerza pública de menor rango y  en los otros casos resarciendo el daño causado con un porcentaje significativo, determinado por la ley que corresponda  al  patrimonio bruto o a sus ingresos,  tomando la declaración o los ingresos de un año anterior al inicio del tribunal, para evitar apresuradas insolvencias.

La reparación debe ser necesaria y obligatoria pero consultando la capacidad real del reparador, y teniendo en cuenta además que la gran responsabilidad de este conflicto es del Estado Colombiano que genera y permite las graves inequidades que lo originan.  Es el Estado quien además de solucionar las “causas objetivas”  mayormente debe participar con la reparación universal a las victimas del conflicto armado.  Recojo en este punto que debe haber un juicio histórico de responsabilidades al Estado Colombiano, con su consecuente responsabilidad, tal como lo propuso usted en alguna oportunidad.

La no repetición, el objetivo final de todo este proceso, será la consecuencia  necesaria del logro de las anteriores  como la corona que une en una sola y benéfica cualidad el logro de la superación de las profundas inequidades sociales que han determinado el conflicto.

Respetado ex presidente: La  impresionante paradoja escrita el 18 de septiembre de 1984 en las notas del doctor Héctor Abad Gómez insigne Medico y humanista defensor de los derechos humanos, asesinado por paramilitares y con la que se introduce esta carta dirigida a usted y abierta a todos los colombianos es desgarradora.

Es una invitación que desde el pasado se hace vigente día a día y que hoy nos llama nuevamente a todos los colombianos a la reflexión sobre cual debe ser  la participación de cada colombiano en el logro de la reconciliación nacional. 

La respuesta que daré en el próximo referendo, donde se me preguntará si apoyo los acuerdos de paz con las FARC será SI.  No porque  yo esté convencido de la llegada de la Paz, que sigo viendo demasiado lejos, sino por razones prácticas.  

Los procesos de paz se hacen para salvar vidas, y salvar vidas, salvar una vida, salvar algunas vidas  o salvar muchas vidas en un análisis de costo beneficio pesa de tal forma que deja sin peso cualquier otro argumento.

En un orden lógico, no puede haber paz si no hay Reconciliación entre las partes y los acuerdos de paz no son sino el inicio del proceso de Reconciliación Nacional, primer paso de un arduo pero seguro camino hacia la paz.

Y en ese sentido le expongo este único argumento para ello respetado expresidente.

Pregúntese por favor: ¿Cuántas vidas se han salvado con el proceso de paz trunco, engañoso, perverso que usted como presidente con sus ministros, comisionados, consejeros y asesores realizó con los grupos de autodefensas?

¡Muchísimas!;  incontables, doctor Uribe, ¡siéntase orgulloso de ello¡ 

Ellos, quienes formaron parte de la autodefensa antisubversiva,  con su humildad campesina  y con vergüenza por el pasado, así se  sienten. Sienten  orgullo de aportar  a la reconciliación, de poder  ayudar a construir la paz y de  salvar cientos  de miles de vidas.  

Pero ¿se imagina usted cuantas vidas se salvarán cuando por fin después de muchos años de negociaciones truncas,  y cientos de miles de colombianos muertos, ahora  de una forma concertada y deponiendo intereses personalistas, económicos y políticos se llegue a acuerdos universales sobre la verdad, justicia y reparación a las victimas de la totalidad conflicto armado colombiano, planteando además principios  serios y compromisos para soluciones a las graves inequidades que lo originan y que se logre esto con todos los grupos hoy alzados en armas?

Con un afectuoso abrazo de Colombiano,




Antonio José Garcia Fernández
Abogado U. de Antioquia


 Nota del de editor:   

 Escrito publicado en el portal las 2 orillas el 25 de agosto de 2016, primer día del postonflicto. 
http://www.las2orillas.co/doctor-uribe-varios-desmovilizados-de-las-autodefensas-campesinas-estan-comprometidos-con-la-paz/#

MI ÚNICO ENCUENTRO CON CARLOS CASTAÑO

Nota: esta breve crónica de mi encuentro con Carlos Castaño la escribí pensando en comenzar mi idea de se escritor y cronista del conflicto....