Un
ejercicio de razonamiento sobre los ya casi incontables procesos de paz que han tenido lugar en nuestra
patria Colombiana, podría seguramente concluir, prima facie, que como cualquier otro proceso, el de la Paz debe estar compuesto de
partes, de fases, las unas requisitos de las otras. Pasar del conflicto
al posconflicto implica una serie de actividades que se desarrollan en una forma
sistemática (o al menos así debería ser) orientadas a construir el camino hacia la paz, o hacia el posconflicto,
si se quiere llamar así.
No
es posible entonces llegar a la paz en una forma anárquica, sin claridad en el
desarrollo y ese ha sido el gran problema de los múltiples procesos que se han desplegado
en Colombia durante su historia.
Todos los esfuerzos para lograr la paz
que se han realizado en Colombia han tenido características improvisadas que
permitieron en su momento algún nivel de acierto fundamentado en la tímida confianza de los conflictuantes en el
estado colombiano, confianza ganada en el proceso de negociación y también en
el desespero del los colombianos
por alcanzar la paz.
Se
ha ensayado de todo; negociar dentro del conflicto, cesar las
hostilidades, zonas de distensión,
despejes territoriales, campamentos de paz, zonas de ubicación, impunidad,
inmunidad, desmovilizaciones colectivas e individuales, amnistías, indultos, sometimientos,
penas alternativas, formulas de justicia transicional, (también torturas, traiciones,
incumplimientos, asesinatos, desapariciones, e incluso extradiciones) en fin,
una multiplicidad de estrategias que no han sido conducentes al supremo interés
nacional.
¿Por
qué, después de muchas negociaciones, de haber sacado a decenas de miles de
combatientes ilegales del conflicto armado, no se ha logrado la paz?
Es
claro que para solucionar un conflicto no hay formulas magistrales, y que cada
proceso de acercamiento y de negociación requiere de un cierto nivel de
improvisación, de repentismo, de
creatividad e ingenio, y desde luego de mucha audacia, toda vez que los múltiples
intereses en juego los demandan para poder obtener una solución razonable para
las partes.
Nunca
habrá una solución perfecta, que deje a todos tranquilos, por lo que también se
requiere de capacidad de desprendimiento, y de lo que llaman los estudiosos en
una forma coloquial “ponerse en los zapatos del otro”, entendiendo que el otro
en estos casos no son los que están al otro lado en la mesa sino los civiles
colombianos que sufren el inmisericorde conflicto que tratan de destrabar los
negociadores.
Esas formulas intentadas han tenido unas
constantes, como por ejemplo, en todas se quiere pasar de un plumazo, del
conflicto a la paz. No se ha tenido en cuenta que el conflicto es uno, con múltiples y diversas
manifestaciones contra el Estado o desde el Estado y lo que se negocia en cada
caso es una de las manifestaciones de ese conflicto. También es una notoria
constante, que en todos los
procesos se desconoce ese paso intermedio entre el conflicto y la paz, que es la reconciliación.
Se
ha otorgado al acto de la dejación
de armas los efectos de la paz. Silenciar los fusiles se ha convertido en el fin del conflicto y el comienzo del
posconflicto. En algunos pocos casos
se ha intentado, procesos de “reinserción” o de “reintegración” de excombatientes a la sociedad, incluso
desconociendo a las victimas.
Para mayor evidencia de este problema, como
excepción que confirmaría la regla, se creó mediante la ley 975 de 2005, con
bombos y platillos y extraordinariamente integrada por preclaros ciudadanos en
su mayoría defensores de los derechos humanos, la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación, CNRR.
Cumplió sus funciones, con muchas dificultades pero en una forma ejemplar
sobre la reparación a las victimas y avanzó en aspectos relacionados con la reconciliación,
cuál era su fin, pero fue eliminada por la ley de víctimas y restitución de
tierras, con la que prácticamente desapareció la reconciliación del panorama
legislativo y funcional del Estado. Hoy se habla de reparación, se habla de
restitución, pero no se esta haciendo nada sobre la reconciliación.
No
es posible alcanzar la paz sin un proceso de Reconciliación Nacional efectivo. Tiene
que darse entre victimas y victimarios y debe ser ahora, entre vivos, hacer el acto colectivo permanente
de razonamiento ideal del perdón. No se puede esperar a que ya no existan
victimas y victimarios. No existe la reconciliación por sustracción de materia.
Si
el perdón no es posible, que en muchos casos no lo será, es preciso concluir que
es necesario aprender a convivir, a coexistir, a aceptar las diferencias con el otro, sin tener que
suprimirlo, sin agredirlo. Hay que
aprender a vivir y dejar vivir. Que las victimas sean resilientes, que superen
su tragedia sin olvidar y que los victimarios entiendan y acepten la nobleza
del gesto de la mano que les ha sido tendida con toda la voluntad de convivir
en humanidad.
La
gran falla por la ausencia de la reconciliación en todos los procesos anteriores ha sido notoria, no se ha
promovido la reconciliación, y esa es una de las funciones que debe cumplir el
Estado colombiano, en forma transversal, permanente e independientemente de los
logros y los acuerdos o
desacuerdos de los procesos.
Pero
el Estado Colombiano también debe participar en el proceso de reconciliación
activamente y asumir su papel, bien como victimario, (que lo ha sido) o si no
como responsable último del conflicto por la omisión en el cumplimiento de sus
funciones esenciales de proteger la vida e integridad de sus ciudadanos y la gran mayoría de sus deberes
constitucionales.
Disponerse
a la reconciliación, ofrecer su participación en ella y velar por que ocurra,
debe ser el gran papel de la sociedad civil en los diálogos de paz.
/Por: ANTONIO
J. GARCÍA FERNÁNDEZ
publicado en el portal arcoiris.gov.co revista electrocnica de CNAI en diciembre 08 de 2012