POR QUE TODOS SOMOS, COMO MINIMO, SERES HUMANOS.
Recientemente, los asistentes a un evento convocado por organizaciones que representan a víctimas del conflicto armado colombiano, tuvimos oportunidad de escuchar muchas experiencias y conceptos, todas muy importantes en relación con la situación vivida tanto por los representantes de las víctimas como por los representantes legales de algunas de las personas desmovilizadas y postuladas al proceso justicia y paz que fueron extraditadas, o mejor “desaparecidas forzosamente” el 13 mayo del 2008 con fundamento en una muy arbitraria, cuestionada y sospechosa decisión del gobierno colombiano, desconociendo la importancia que estas personas tenían para la reconstrucción de lo acontecido en el marco de las graves violaciones de derechos humanos ocurridas en Colombia y que fueron cometidas por los llamados grupos de autodefensa y paramilitares.
Una dama, representante de una importante organización de mujeres víctimas de delitos en el marco del conflicto colombiano, expresó su experiencia en una reunión de acercamiento que se realizó con varios de los miembros representantes desmovilizados de dichos grupos, en la cárcel de Itagüí, en las postrimerías del año 2010, a la que asistieron varios representantes de organizaciones defensoras de los derechos humanos y representantes de víctimas del conflicto armado colombiano.
Manifestaba esta dama, el gran dilema que se le había suscitado ante la posibilidad de estar frente a frente en una reunión, completamente distinta del escenario jurídico de justicia y paz, con las personas a quienes ella considera victimarios, y particularmente la angustiaba perder la capacidad de conmiseración frente a estas personas en razón de las causas que ella representa frente a los hechos que muchas de estas personas pudieron haber realizado. Dilema que revela el humanismo que mueve a esta persona que es capaz de preguntarse cuál sería su posición, su sensación frente a ese encuentro, seguramente temido, que podría desencadenar una reacción que no esperaba o no quería.
Simon Wiesenthal, quien después de haber sufrido durante años el horripilante peso de los campos de concentración en Europa, se convirtió en el implacable cazador de nazis, quien personalmente dedicó su vida a perseguir los responsables del genocidio del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, revela en un libro que todos quienes estamos de una u otra manera interesados en la reconciliación deberíamos leer alguna vez, que se llama “Los límites del perdón”, que una vez en el pavoroso campo de concentración donde se hallaba esperando "la solución final" que había decretado el nazismo a los judíos, fue llamado por un perverso oficial nazi que había caído gravemente enfermo y en su lecho de muerte había requerido a Wiesenthal para que le otorgara el perdón por todos los atropellos de los cuales los había hecho víctimas. El autor finalmente manifiesta que no fue capaz de otorgar el perdón y con su profundo silencio así se lo manifestó al moribundo. Y finalmente se pregunta "¿mi silencio junto al lecho del nazi moribundo fue correcto o incorrecto? Existe una profunda cuestión moral que provoca una disyuntiva en la conciencia del lector de esta historia, tal como una vez la provocó en el interior de mi corazón y de mi mente. Habrá algunos que puedan comprender mi dilema y aprueben mi actitud y habrá otros que me condenaran por haberme negado a confortar los últimos momentos de un asesino arrepentido. El punto más importante es por supuesto, la cuestión del perdón. Perdonar es algo que sólo el tiempo puede conceder, pero también el perdón es un acto de voluntad y sólo la víctima tiene autoridad para tomar la decisión."
Y como parte del libro le realiza a varias personas, de notorio peso intelectual, contemporáneos y la mayoría de ellos actores de una u otra manera, muchas como víctimas y algunas incluso como victimarios, la necesaria pregunta que surge en este caso: ¿usted qué hubiera hecho?
Y vale la pena resaltar el testimonio en dicho libro de Albert Speer, alto funcionario del III Reich, convicto y confeso participante del holocausto nazi, quien a la pregunta de Wiesenthal responde en una forma realmente conmovedora: "¿deberías perdonar tú, Simon Wiesenthal, aunque yo no pueda perdonarme a mí mismo? Mánes Sperber opina que si ese soldado de las SS hubiera logrado sobrevivir y conservara la convicción de su arrepentimiento no lo condenarías: pues bien, el 20 mayo 1975, nos sentamos uno frente a otro durante más de tres horas en tu Centro de Documentación de Viena, un encuentro precedido de un semestre correspondencia. De hecho, fue los límites del perdón lo que me condujo hasta ti: "hiciste bien", te respondí entonces, "nadie está autorizado para perdonar. Pero demostraste empatía al emprender aquel penoso viaje hasta Stuggart, en 1946. Demostraste sentir compasión cuando no contaste a la madre los crímenes de su hijo. Esa bondad una humanitaria también se refleja en la carta que me diriges y te estoy muy agradecido por ello" También demostraste clemencia, humanidad y bondad cuando nos sentamos uno frente al otro ese 20 mayo. No hurgaste en mis heridas sino que, con sumo cuidado trataste de ayudarme. No me reprochaste nada o te enfrentaste a mí preso de la ira. Te mire a los ojos, unos ojos donde se reflejaban todas las víctimas que murieron asesinadas, ojos que han sido testigos de miserias, degradación, fatalismo y agonía de nuestros compañeros seres humanos. Y sin embargo tus ojos no reflejaban odio. Seguían siendo cálidos, tolerantes y llenos de compasión por el sufrimiento de los demás. Cuando partimos, escribiste una dedicatoria en mi copia de tu libro manifestando que yo no trate de negar aquellos dramáticos sucesos, sino que habría reconocido mi responsabilidad en su auténtica dimensión. Mi conciencia me llevó hasta ti. Tú me prestaste mucha ayuda, igual que hiciste con el soldado de las SS cuando no retiraste su mano o cuando no le reprochaste sus crímenes. Todo ser humano tiene que soportar una carga. Nadie puede cedérsela a otro. Pero para mí, desde aquel día se ha hecho mucho más ligera. La gracia de Dios me ha tocado a través de ti."
El perdón tiene límites y así lo manifiesta Simon Wiesenthal, pero el hecho de tener el valor moral y la capacidad humanista de realizarse la pregunta de si perdonar o no perdonar, al igual que de plantearse a si mismo el dilema que se le presentaba a esta mujer representante de la organización de víctimas a que hacíamos referencia al inicio, si bien no es el perdón que pudiera esperar el victimario, es el principio de la reconciliación. Un paso firme hacia ella. Cuando se está en capacidad de hacer estas preguntas, de reconocerse en un dilema ético de esta naturaleza, se está avanzando irreversiblemente hacia la reconciliación.
Pero el desenlace del dilema que planteaba esta dama, fue aún más conmovedor: me atrevería hacer un ejercicio de memoria y quizás me equivoque en algunas palabras pero no en el sentido de su expresión. "Cuando llegué allí, me encontré no con los victimarios sino con los seres humanos" .
En la reducción de la operación matemática, cuando hablamos de fracciones diversas, que no coinciden, nos llevan obligadamente a encontrar el mínimo común denominador. Ya encontramos nuestro mínimo común denominador. Todos somos seres humanos, y reconocernos como tales, independientemente del papel que nos tocó jugar en la realidad, será lo que nos permita encontrar la salida que todos estamos buscando.
Esto será realmente lo que nos lleve finalmente a una reconciliación que necesitamos como un paso fundamental hacia el logro de la paz, que no podríamos entender nunca si no en el sentido que planteaba el maestro Estanislao Zulueta: "para mí, una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos si no productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz."